Cuando estaba en la universidad, fui a estudiar al extranjero en París durante un año. Aunque era la primera vez que estaba fuera de mi país, me sentí muy bienvenida y amada porque mis padres se habían comunicado con una de las iglesias filiales de la Ciencia Cristiana en París con anticipación, y una familia maravillosa se ofreció a llevarme a la Escuela Dominical y a las reuniones de testimonios de los miércoles. Me invitaron a cenar a su casa y me presentaron a los miembros de la iglesia. Muy pronto me sentí como si estuviera en casa con mi familia, abrazada por nuestro Padre-Madre Dios.
Esa Pascua pasé tiempo con mi compañera de cuarto en su casa en Inglaterra, donde sus padres (que no eran Científicos Cristianos) me llevaron a una iglesia filial con un grupo muy pequeño de Científicos Cristianos. Los tres miembros ocupaban todos los cargos en la iglesia: lectores, pianista, solista y ujieres. Uno de ellos se ofreció a dirigir una clase de Escuela Dominical para mí también. Disfruté de una de las clases más inspiradoras a las que he asistido.
Al año siguiente regresé para continuar mis estudios en París y viajé a varios otros países. En cada nueva ciudad que visitaba, buscaba la iglesia filial y Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana más cercanas, y siempre me sentía como si estuviera en casa de nuevo. Lo más importante es que fui testigo del poder sanador del Cristo dondequiera que iba porque incluso las filiales pequeñas estaban activas en su práctica sanadora y en sus comunidades.
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