Cuando estaba en la universidad, fui a estudiar al extranjero en París durante un año. Aunque era la primera vez que estaba fuera de mi país, me sentí muy bienvenida y amada porque mis padres se habían comunicado con una de las iglesias filiales de la Ciencia Cristiana en París con anticipación, y una familia maravillosa se ofreció a llevarme a la Escuela Dominical y a las reuniones de testimonios de los miércoles. Me invitaron a cenar a su casa y me presentaron a los miembros de la iglesia. Muy pronto me sentí como si estuviera en casa con mi familia, abrazada por nuestro Padre-Madre Dios.
Esa Pascua pasé tiempo con mi compañera de cuarto en su casa en Inglaterra, donde sus padres (que no eran Científicos Cristianos) me llevaron a una iglesia filial con un grupo muy pequeño de Científicos Cristianos. Los tres miembros ocupaban todos los cargos en la iglesia: lectores, pianista, solista y ujieres. Uno de ellos se ofreció a dirigir una clase de Escuela Dominical para mí también. Disfruté de una de las clases más inspiradoras a las que he asistido.
Al año siguiente regresé para continuar mis estudios en París y viajé a varios otros países. En cada nueva ciudad que visitaba, buscaba la iglesia filial y Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana más cercanas, y siempre me sentía como si estuviera en casa de nuevo. Lo más importante es que fui testigo del poder sanador del Cristo dondequiera que iba porque incluso las filiales pequeñas estaban activas en su práctica sanadora y en sus comunidades.
Con los recientes cierres en todo el mundo, cuando muchas iglesias tuvieron que cambiar a servicios en línea, estaba agradecida por la manera en que Dios, el Amor divino, satisfizo esa necesidad temporal. A las dos semanas del cierre, pude celebrar mi reunión anual de la asociación de estudiantes de la Ciencia Cristiana en línea con los miembros de todo el mundo que asistieron. Los servicios religiosos de nuestra iglesia filial también continuaron ininterrumpidamente, y muchos nuevos asistentes se unieron a nosotros. Esta solución temporal nos demostró que la Iglesia no es una estructura física, sino una actividad sanadora, una presencia activa en nuestras comunidades.
Razoné que, por ser un obsequio de Dios a la humanidad, la Iglesia nunca puede dejar de probar que la Verdad y el Amor echan fuera el mal y sanan la enfermedad.
Durante varios años, nuestros miembros habían considerado vender nuestro antiguo edificio de la iglesia, que era muy costoso y consumía mucho tiempo para mantener, pero para algunos era difícil dejar el edificio físico que habían conocido y amado durante tanto tiempo. No obstante, cuando cambiamos a los servicios en línea, nos dimos cuenta de que la Iglesia no estaba sujeta a un edificio, sino que era la actividad de llevar la palabra sanadora de Dios a todos aquellos hambrientos de la Verdad en nuestra comunidad. Vendimos nuestro edificio y encontramos un maravilloso local que ahora sirve como nuestra iglesia y una Sala de Lectura abierta diariamente al público.
Refiriéndose al Sermón que Jesús dio en el Monte, la Sra. Eddy escribe: “¿En dónde pronunció Jesús esta gran lección —o, más bien, esta serie de grandes lecciones— acerca de la humanidad y la divinidad? En la ladera de una colina, cerca de las inclinadas riberas del Lago de Galilea, donde primeramente habló a sus discípulos cercanos”. En el siguiente párrafo ella dice: “Cuando él estaba con ellos, una barca de pesca se volvía un santuario, y la soledad se poblaba de santos mensajes del Padre que es Todo. La arboleda se convertía en un salón de clase, y los parajes de la naturaleza eran la universidad del Mesías” (Retrospección e Introspección, pág. 91).
Para Jesús, la Iglesia era una actividad de la curación espiritual para ser compartida con toda la humanidad. “Él mostró que las enfermedades no eran echadas fuera por la corporalidad, la materia medica ni por la higiene, sino por el Espíritu divino, que echaba fuera los errores de la mente mortal. La supremacía del Espíritu era el fundamento sobre el cual Jesús edificaba”, señala la Sra. Eddy (Ciencia y Salud, pág. 138).
Ella define en parte la Iglesia que debemos construir en nuestros corazones y en nuestras comunidades, como “aquella institución que da prueba de su utilidad y se halla elevando la raza, despertando el entendimiento dormido de las creencias materiales a la comprensión de las ideas espirituales y la demostración de la Ciencia divina, así echando fuera los demonios, o el error, y sanando a los enfermos” (Ciencia y Salud, pág. 583).
Cuando la Iglesia se construye en los corazones de cada uno de nosotros —fundada en nuestra profunda gratitud por el obsequio de Dios del Consolador prometido para toda la humanidad, la Ciencia Cristiana, y el reconocimiento de nuestra necesidad de compartir fielmente este método espiritual de curación— se convierte en una fuerza sanadora imparable en nuestras vidas y en nuestras comunidades.
Tuve una transformadora curación hace dos veranos, que se produjo cuando oré por la Iglesia para obtener un amor más profundo por su propósito ordenado por Dios y por su capacidad de redimir a la humanidad del sufrimiento de todo tipo. Durante un período de unos pocos meses, tuve varios desafíos físicos —primero dolor en un pie y luego dolor en una pierna—que me dificultaban caminar. Cada vez, la oración trajo alivio. Pero finalmente todo mi cuerpo me dolía con persistencia y no pude dormir durante días.
Nunca tuve el deseo de recurrir a la medicina, porque había probado la eficacia de la curación mediante la Ciencia Cristiana muchas veces en mi vida, así que llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me apoyara a través de la oración. El practicista tenía mucha confianza en el poder de Dios para sanar, pero como continuaba sin dormir, me vino el pensamiento agresivo: “Ya no puedo soportar más esto. No lo voy a lograr”. Me preocupaba lo que pasaría con mi familia y mis estudiantes. Sin embargo, reconocí que este pensamiento era lo que la Biblia llama “la mente carnal” (Romanos 8:7, KJV) y entendí que era una pretensión falsa de que la Ciencia Cristiana no podía sanar. Sabía que, por ser la ley omnipotente e intachable de Dios, la Ciencia Cristiana no puede fallar.
Entonces un mensaje angelical me dijo que me pusiera de rodillas y orara por la Iglesia. Fui obediente. Afirmé en mis oraciones que la Iglesia es: “La estructura de la Verdad y el Amor; todo lo que descansa sobre el Principio divino y procede de él” (Ciencia y Salud, pág. 583). Para mí esto significaba que incluso las proverbiales “puertas del infierno” jamás podrían prevalecer contra ella (véase Mateo 16:18, KJV), porque la Iglesia está fundada sobre la roca de Cristo.
Mi oración continuó, mientras razonaba que, por ser un obsequio de Dios a la humanidad, la Iglesia nunca puede dejar de probar que la Verdad y el Amor echan fuera el mal y sanan la enfermedad. Afirmé que era natural que la Iglesia elevara a la raza humana fuera del sueño de vida en la materia y fuera una presencia activa en la comunidad. Y es natural que los miembros de la iglesia estén despiertos, alertas y demuestren activamente el poder sanador del Cristo, la Verdad; y que la humanidad aprecie el obsequio de Dios del Consolador. Recordé que la Sra. Eddy dijo una vez: “Debemos saber que el mundo está listo para la Ciencia Cristiana” (We Knew Mary Baker Eddy, Expanded Edition, Vol. II, p. 286). Afirmé que cada miembro de la iglesia está seguro en el cuidado de Dios, sostenido por Su poderosa mano derecha y prosperado por Su gracia. Así que ninguno de nosotros puede dejar de cumplir el santo propósito de Dios.
Mientras oraba en este sentido, una bendita sensación de paz se apoderó de mí, y pude meterme en la cama y dormir por primera vez en mucho tiempo. Más tarde supe que el practicista también había estado orando acerca de la Iglesia al mismo tiempo. Poco después de eso, sané por completo. De hecho, me sentí tan libre que comencé a correr de nuevo, ¡lo que no había hecho en casi cuarenta años!
Aunque estaba agradecida por la curación física, estaba más agradecida por la comprensión más profunda de Iglesia que obtuve, como un poder sanador infalible que bendice a todos. La iglesia es un hogar y una familia para todos, es decir, un espacio donde cualquiera y todos pueden venir y sentir la indescriptible paz del amor transformador del Cristo que lo abraza todo. Nuestra iglesia filial ha progresado rápidamente este año, y nos hemos unido más que nunca. Estamos muy agradecidos de reunirnos en persona y en un lugar más accesible en nuestra comunidad como una presencia activa y sanadora. Estoy profundamente agradecida por mi familia de iglesia y mi hogar.