Annie se sentía avergonzada. Siempre era una de las últimas chicas elegidas para el equipo de béisbol. La clase de gimnasia la hacía sentir poco popular, incluso rechazada y sola. Deseaba no tener que ir al gimnasio nunca más.
Pero una cosa hizo que Annie se sintiera esperanzada. Asistía a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, donde había aprendido que Dios podía ayudarla con lo que fuera. Ella comenzó a preguntarse si Dios podría ayudarla incluso con su problema de la clase de gimnasia.
Ese domingo, habló con su maestra de la Escuela Dominical al respecto. La maestra tuvo algunas buenas ideas. Le recordó que era la hija amada de Dios. Dios no la hizo a ella ni a nadie para ser un desastre en nada, ni siquiera en béisbol. Pero si eso fuera cierto, se preguntó Annie, entonces, ¿por qué era tan mala en los deportes? ¿Por qué no podía ser como las otras chicas de su clase?
Su maestra le habló sobre todas las hermosas flores del mundo. Todas son de diferentes colores, formas y tamaños. Cada flor es diferente pero igualmente maravillosa a su manera. Le explicó que todos expresamos nuestra individualidad a través de una variedad de cualidades. Y aunque no es exactamente lo mismo, en cierto modo, podemos pensar que nosotros mismos somos como las flores; es decir, cada uno es una parte hermosa y necesaria de un gran bouquet.
Pero, la maestra de Annie le recordó, ya que nuestra identidad es creada por Dios, solo Dios puede decirnos lo que es verdad acerca de nosotros. Ella le sugirió a Annie que escuchara para que Dios le dijera quién era ella realmente. ¿Con qué propósito la creó Dios? ¿Qué talentos especiales expresaba como hija de Dios?
Annie comenzó a pensar en cuánto le gustaba cuidar a su gato. También le encantaba dibujar. Cantar y hacer obras de teatro con sus amigos era divertido. Le gustaba especialmente ser creativa. Annie también era buena para cuidar a su hermano y hermanas menores.
Annie comenzó a ver que era buena en muchas cosas. En lugar de pensar en sí misma como poco popular y mala en los deportes, empezó a ver lo bueno que reflejaba de Dios.
Hablar con su maestra de la Escuela Dominical hizo que Annie se sintiera mejor. También cambió la forma en que pensaba sobre sí misma. Dejó de quejarse de lo que no podía hacer. En cambio, oró para ver cosas buenas en sí misma, y en todos los demás estudiantes también.
Pronto, Annie notó cómo esto cambió las cosas en la escuela.
Se sentía más feliz, y también estaba contenta en lugar de celosa cuando reconocía las buenas cualidades de los demás. Incluso logró pegarle a la pelota dos veces con el bate al jugar al béisbol.
Ese año le enseñó mucho a Annie sobre amar a Dios. También aprendió cuánto más fácil es amarte a ti mismo y a los demás cuando amas a Dios. Y eso, decidió Annie, era el mayor talento de todos.