“¿Por qué alguien necesitaría una iglesia?”, uno podría preguntar. Siento que soy un ejemplo vivo de la respuesta a esa pregunta.
Cuando tenía alrededor de ocho años, al final de una clase de la Escuela Dominical en la iglesia a la que asistía mi familia, los maestros pidieron a los alumnos que oraran en silencio. Cerré los ojos y sentí una indescriptible sensación de amor, paz y unidad con Dios. A partir de ese momento, de alguna manera supe que podría sentir esa indescriptible calma y certeza cada vez que un grupo de personas orara a Dios de todo corazón. ¡La oración colectiva en silencio puede ser así de poderosa!
Mi madre falleció cuando yo tenía diez años, y a los doce, comencé a asistir a la Escuela Dominical en una Iglesia de Cristo, Científico. Hoy digo a menudo que fui criada por la Ciencia Cristiana. De hecho, durante mis años de adolescencia al lidiar con pérdida, enfermedad en la familia y mi propia depresión, la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana siempre fue mi refugio seguro.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!