Cuando era una niña pequeña viví en una zona de guerra. En medio de mucha tragedia, tuve que dejar mi patria con mi familia para ir a un nuevo país, con muchos cambios en mi forma de vida. La transición no fue fácil, y recordaba continuamente con pesar los días de mi primera infancia. Me sentía fuera de lugar en esta nueva tierra con su idioma extraño y cultura desconocida.
Pasaron los años y el pesar pasó a segundo plano, hasta que surgió la misma situación de guerra en este nuevo país. Para entonces, ya una joven casada, fui nuevamente brutalmente desarraigada y obligada a mudarme, esta vez a otro continente. Parecía que el ciclo de destrucción, pérdida, dolor y pesar comenzaba una vez más.
Pero a esa altura había encontrado la Ciencia Cristiana, y esto me hacía cuestionar la validez de mi historia humana. La Ciencia Cristiana revela que el hombre, la verdadera naturaleza de cada uno de nosotros, es espiritual, jamás encerrado en la materia. Entonces, comprendí que los malos recuerdos no pueden representar la verdad de la existencia y no son parte de nuestra verdadera identidad como hijos de Dios. Son registros falsos de una existencia de la que Dios no sabe nada.
¿Con qué frecuencia recordamos el pasado? Tal vez lamentamos cosas que hemos hecho o cosas que creemos que deberíamos haber hecho. Atesoramos los recuerdos de los buenos tiempos y nos estremecemos ante los recuerdos de los tiempos trágicos. En algunos casos, nos encantaría borrar recuerdos demasiado dolorosos como para conservar.
No obstante, las experiencias dolorosas se basan en una creencia de vida en y de la materia: las tragedias y comedias desde una visión falsa de la vida, con información que se deriva de una fuente material y limitada. Nunca abandonan el reino de la creencia en una vida material y temporal apartada de Dios, el Espíritu.
El único hombre auténtico es la imagen y semejanza de Dios, el reflejo de todo el bien que es Dios. Esta verdadera individualidad nunca abandona el reino del infinito, el reino de Dios, quien es el Amor, la Vida, la Verdad divinos. Aquí, el hombre es infinitamente reconfortado y amado, guiado por Dios “junto a aguas de reposo” (Salmo 23:2).
En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, junto al título marginal “La memoria es inmortal”, Mary Baker Eddy escribe: “En la Ciencia, todo el ser es eterno, espiritual, perfecto, armonioso en toda acción” (pág. 407). Lo que Dios conoce como Su propia expresión espiritual y perfecta es lo único que es real ahora o para siempre. “La memoria inmortal” no tiene asociación alguna con el tiempo; con un pasado o un presente. No depende de un conjunto de circunstancias o una secuencia de sucesos, ni se filtra a través de una persona mortal que ha vivido esos sucesos. Más bien, es la revelación de la perfección infinita y eterna creada y mantenida por Dios. ¡Qué liberador es eso!
El arrepentimiento está relacionado con una antigua palabra francesa que significa lamentar a los muertos. En algunas culturas antiguas era costumbre contratar dolientes para llorar a los muertos pública y vocalmente, para mostrar a todos cuán valorada era la persona y cuán angustiados estaban los que quedaban atrás. Tal vez, cuando nos arrepentimos de hacer o no hacer algo, estamos expresando un sentimiento similar. ¿No estamos mirando hacia lo que fue y lamentando lo que podría haber sido en lugar de reconocer el bien perpetuo que se está manifestando continuamente? ¿No estamos lamentando la oruga en lugar de celebrar la mariposa?
La Biblia dice: “Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya; y Dios restaura lo que pasó” (Eclesiastés 3:15). A menudo me preguntaba qué significaba para Dios restaurar lo que ya pasó. Entonces encontré esto en Ciencia y Salud: “La oruga, transformada en un bello insecto, ya no es un gusano, ni vuelve el insecto a fraternizar con el gusano ni a controlarlo. Semejante transformación regresiva es imposible en la Ciencia” (pág. 74).
Esto me dijo que Dios requiere nuestra disposición para dejar que el pensamiento se transforme de una etapa de “oruga” al hermoso e inmortal estado de “mariposa” y que una transformación hacia atrás es imposible. Ciencia y Salud nos dice: “Las creencias materiales tienen que ser expulsadas para hacer lugar a la comprensión espiritual” (pág. 346). Y una vez expulsadas, ¿necesitamos arrepentirnos de las viejas creencias, lamentarnos y desear volver a ellas? ¡No! Nuestro pensamiento ha evolucionado a una nueva altura y ha dejado atrás la crisálida.
Si siempre lamentamos un pasado humano (o deseamos regresar a él), estamos haciendo lo que los hijos de Israel hacían en el desierto: mirar hacia atrás a la relativa seguridad de la servidumbre en Egipto en lugar de apreciar las maravillosas pruebas de la omnipresencia y bondad de Dios que Moisés les mostró. Les tomó cuarenta años salir de ese desierto estéril de pensamiento basado en la materia hacia la realidad espiritual de la Tierra Prometida.
En mi propia experiencia, descubrí que recordar continuamente lo que había sido —especialmente repasar y aferrarme a los errores— me impedía aumentar mi comprensión y demostración de libertad y progreso espirituales. Así que oré para ver que, puesto que Dios es la única Mente, es Todo y es del todo bueno, nunca podría ser influenciada por nada que no fuera bueno y no viniera de esa Mente; no podía ser tentada a mirar atrás continuamente; encerrada en un ciclo de destrucción, dolor y pesar; o ser continuamente impulsada a recordar momentos de violencia e injusticias que nunca se habían originado en Dios, el bien. Yo era el producto del bien, no una víctima de las tragedias que estaba condenada a revivir una y otra vez.
Con ese reconocimiento, el miedo y el pesar por una antigua vida comenzaron a desaparecer poco a poco. A través de la oración, abandoné ese registro mortal, dejé de simpatizar con esa huérfana de guerra que revivía eternamente el dolor, y dejé de afligirme por lo que sentía que debería haber sido. Y ese dolor interno que había llevado durante tanto tiempo comenzó a desvanecerse, junto con muchas dolencias físicas que ni siquiera me había dado cuenta de que eran parte del mismo sentido falso de mi identidad. Acepté mi verdadera identidad espiritual: el hombre nuevo que San Pablo describe cuando nos anima a vestirnos “del nuevo hombre, el cual se va renovando hacia un verdadero conocimiento, conforme a la imagen de aquel que lo creó” (Colosenses 3:10, LBLA).
Años más tarde, cuando tomé la instrucción de clase Primaria de la Ciencia Cristiana, sentí que esta curación estaba completa, sin pesar ni mirar atrás a una vida anterior. La última de las dolencias físicas desapareció, y cerré la puerta a esos tristes paseos por el ayer.
Estas palabras de un himno ilustran la alegría de reemplazar el pesar por la aceptación del bien eterno de Dios:
Apresúrate a avanzar de la gracia a la gloria,
armado con fe y en las alas de la oración;
el día eterno del cielo ante ti se encuentra,
la propia mano de Dios allí te guiará.
Así que cumple tu santa misión,
pasa con seguridad los días de peregrinación,
la esperanza crecerá hasta dar su fruto pleno,
fe para ver y oración para alabar.
(Henry Francis Lyte, Christian Science Hymnal: Hymns 430–603, N° 518, adapt. & alt. © CSBD).