En este mismo momento, la fuente de todo el bien para todos, para cada generación, está cerca. Y todos pueden conocerla: pueden conocer a Dios y sentir el poder del Amor divino.
Una cosa es vivir aguas abajo de un magnífico manantial de agua. Mas eso palidece al estar realmente junto a su punto de origen y experimentar el poder de cientos de millones de galones de agua que se vierten sin cesar en canales ya preparados, y sostienen tanto y a tantos. En una medida mucho mayor que esa, el origen divino de todas las cosas representa el bien ilimitado y provoca infinita admiración. Es allí donde uno siente profundo aprecio por la magnitud de la existencia divina misma y por nuestra propia existencia.
Comprometerse con el origen en sí es infinitamente más que ser un “usuario” de lo que se ofrece. Es valorar el hecho de que este flujo abundante no solo nos toca, sino que en su curso nos incluye completamente a nosotros y a todos, de manera natural, equitativa y continua. No obstante, para llegar a la fuente donde uno reconoce esta conexión inseparable, es necesario conocer el camino hacia ella.
La fuente de toda vida y existencia es Dios, el Espíritu. Y el Cristo, la idea que fluye eternamente de Dios y viene a cada uno de nosotros, es el único camino probado para lograrlo. Jesús, el pionero del camino designado por Dios, sabía que su existencia diaria era la expresión de la infinita y desbordante Vida divina, Dios. Sus palabras y obras expresaron esta Vida, y las compartió constante, desinteresada y eficazmente para beneficiar a la humanidad.
Por ejemplo, al hablar con la mujer en el pozo de Jacob en Samaria, Jesús le pidió agua (véase Juan 4:1-42). El diálogo que siguió jamás resultó en un trago de agua para Jesús, sino que purificó y llenó, en cambio, el pensamiento de la mujer con las aguas vivas de la Verdad. La llevó a ella y a muchos de su ciudad al pozo de toda la Verdad, la verdadera necesidad, la presencia del Cristo en esta comunidad. Qué significativo fue para la mujer estar sedienta de las ideas compartidas por este hombre que desafió las costumbres históricas, incluida la falta de interacción entre judíos y samaritanos. Él le habló del “agua viva”, que no manaba de un pozo de piedra. Luego ella supuso que él era un profeta —un vidente espiritual— ya que percibió que había tenido cinco maridos y no estaba casada con su pareja actual. Cuando dejaron de lado esa difícil historia humana de las relaciones y ella continuó atenta a sus palabras, Jesús cambió la conversación hacia la adoración de Dios en Espíritu que no discriminaba en función del origen humano. Él le indicó claramente que Dios, por ser Espíritu, debe ser adorado en el pensamiento inspirado por el Espíritu, y no al seguir una tradición carente de inspiración. Jesús estaba enseñando que la verdadera fuente de todo es Dios y que el camino hacia Dios es el Cristo, la verdadera idea de Dios; que viene a nosotros, nos busca y nos atrae hacia el “agua viva”.
Continuando con el diálogo, la mujer le dijo: “Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas”. Y Jesús respondió: “Yo soy, el que habla contigo”. ¡Qué conmovida debe de haber estado por esta revelación ya que salió corriendo para contarlo a sus vecinos! Muchos en su comunidad ahora conocían el camino a la fuente de todo el bien, a Dios, a través de lo que Jesús le enseñó a la mujer en el pozo. En su prisa por compartir este repentino descubrimiento del Cristo y su nueva comprensión de la eterna “agua viva”, el cántaro físico de agua del pozo se había vuelto irrelevante, así como las normas históricas y limitantes, a medida que la comprensión del Cristo, la Verdad, se abría camino hacia el pensamiento despierto.
Al igual que la mujer que conoció al gran Maestro, nosotros también podemos habernos encontrado sedientos del pensamiento despierto, de verdadera curación, libertad, propósito y paz. Por medio del descubrimiento de Mary Baker Eddy de la Ciencia divina y su Cristo sanador —que ella llamó Ciencia Cristiana— hemos sido guiados a la fuente: el Amor divino e infinito. Tenemos la oportunidad de ser testigos de su presencia sanadora, no solo entre los presuntos “elegidos”, sino en toda la humanidad, a través de todas las generaciones, lugares y culturas.
Con no poca curiosidad, y amor incansable y desinteresado, y a pesar de las pruebas de la vida y la interferencia de los detractores, así como las victorias, la Sra. Eddy ha dado a todos las leyes divinas que siempre llenan con el espíritu del Cristo los corazones que buscan, y conducen a la fuente del bien universal y espiritual, Dios. Escribir Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, iluminando el significado espiritual de la Biblia, fue de todo menos una experiencia fácil. Como ella dice en “El Gran Descubrimiento” en Retrospección e Introspección: “… después de mi descubrimiento de la Ciencia absoluta de la curación por la Mente, como todas las grandes verdades, esta Ciencia espiritual se me fue revelando, hasta que Ciencia y Salud fue escrita” (pág. 27).
Además, expresó: “Así como la dulce música murmulla en nuestro pensamiento, cual arroyuelo que serpenteando va entre guijas y rocas, cuando empezamos a pensar en ella, antes de que la mente pueda expresarla debidamente al oído, así se evidenció en mi mente la armonía de la Ciencia divina, antes de adquirir experiencia y confianza para enunciarla. Su manifestación natural es bella y eufónica; pero su expresión escrita aumenta en poder y perfección bajo la guía del gran Maestro.
“La mano divina me condujo a un nuevo mundo de luz y Vida, un nuevo universo —viejo para Dios, pero nuevo para Su ‘pequeña’. Se evidenció que sólo la Mente divina debe responder y hallarse que es la Vida, o Principio, de todo ser; y que uno debe trabar amistad con Dios, si ha de estar en paz. Él debe ser nuestro, de manera práctica, guiando cada pensamiento y acción nuestros; …” (págs. 27-28).
Del camino de la Sra. Eddy podemos aprender acerca del nuestro a medida que “adquirimos experiencia y confianza” en las instrucciones infalibles y nuevas que fluyen constantemente de la Mente. ¿Cómo encontramos nosotros, al igual que la mujer samaritana, esa “agua viva” que enciende el despertar espiritual y la aplicación práctica de su bondad en beneficio de nuestra comunidad, tan cerca y tan lejos como podamos abarcar? Es posible que tengamos diferentes puntos de partida en nuestros caminos hacia una conexión más profunda con Dios, pero cualquiera sea nuestro punto de partida, requerirá humildad y aprender a ser más “honrado, desinteresado y puro, a fin de obtener la más mínima comprensión de Dios en la Ciencia divina” (Retrospección e Introspección, pág. 28). El hecho es que estas cualidades semejantes a las del Cristo son tan tangibles y conocidas para los niños de seis años, los llamados Generación Z, los Millennials y los Baby Boomers (aquellos nacidos después de la postguerra (1946-1960), como lo fueron para los primeros cristianos.
Hay algo notablemente conmovedor en seguir este enriquecedor camino hacia la comprensión de lo que es Dios realmente —Todo amor, Todo poder— a través de nuestras propias lecciones al vivir esta Ciencia. No hay nada obsoleto, estático o absorbente en vivir cerca de Dios. De hecho, como nos asegura la Sra. Eddy, “El camino es estrecho al comienzo, pero se ensancha a medida que andamos por él” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 202). Es seguro que la mujer en el pozo no encontró que su vida era “menos” debido al encuentro con Jesús. Si a veces quizá nos parezca así, podemos investigar más en profundidad el descubrimiento de la Sra. Eddy, la Ciencia del Cristo, que nos guía hacia Dios y al agua viva de la que habló Cristo Jesús. Este camino hacia adelante ya está dispuesto para nosotros, y se va revelando eternamente. De hecho, es el único camino verdadero. Pero para conocer y sentir nuestra senda hacia adelante, debemos avanzar con cada nueva inspiración que se manifieste de los torrentes de la Verdad y el Amor.
Las pruebas individuales del poder de Dios, por medio de nuestro crecimiento espiritual y práctica sanadora, apartan el pensamiento de las limitaciones de la materia hacia el Amor y el Espíritu; y esto llevará a una mayor realidad y solidez de la luz del Cristo en nuestras vidas, y como resultado habrá más motivación y seremos iluminados nosotros mismos y los demás. En esta senda de amor desinteresado, no hay tiempo para la torpeza de pensamiento o para dejarse llevar por la inacción; nuestro cuerpo (o cuerpo de iglesia) no declina.
A medida que individual y colectivamente tendemos la mano desde este pozo del Espíritu que fluye eternamente, y obtenemos el nuevo sentido de lo que “la Ciencia espiritual de la Mente” debe revelar (Retrospección e Introspección, pág. 28), sacudimos a la comunidad de la que formamos parte, y llegamos a comprender de qué se trata esta fuente de curación y armonía. Encontramos que la única fuente infinita es Dios, todo el bien. Podemos ver más allá de nuestros viejos cántaros de agua; y al dejarlos atrás, percibimos de nuevo la Ciencia del Cristo. Vemos lo que no hemos visto antes en nuestro libro de texto, y el notable descubrimiento iluminado por Dios que realizó nuestra Guía y Fundadora de la Iglesia a la que hemos comprometido nuestros corazones y mentes.
Tal vez podamos preguntar continuamente: “¿Hay más materia gravosa que podamos desechar para obtener un sentido espiritual más pleno de esta Ciencia del Cristo y vernos cada vez más cerca de Dios… unidos a la fuente?” Claro que sí. Tal vez sea colectivamente en la Iglesia —la Iglesia que procede del Principio divino— donde juntos nos maravillamos de estar en la fuente, inmersos en el flujo del poder del Amor divino para sanar, unir, restaurar e impulsar.
Como escribe el profeta del Antiguo Testamento: “A todos los sedientos: Venid a las aguas” (Isaías 55:1).
RICH EVANS
Miembro de la Junta Directiva de la Ciencia Cristiana
