En este mismo momento, la fuente de todo el bien para todos, para cada generación, está cerca. Y todos pueden conocerla: pueden conocer a Dios y sentir el poder del Amor divino.
Una cosa es vivir aguas abajo de un magnífico manantial de agua. Mas eso palidece al estar realmente junto a su punto de origen y experimentar el poder de cientos de millones de galones de agua que se vierten sin cesar en canales ya preparados, y sostienen tanto y a tantos. En una medida mucho mayor que esa, el origen divino de todas las cosas representa el bien ilimitado y provoca infinita admiración. Es allí donde uno siente profundo aprecio por la magnitud de la existencia divina misma y por nuestra propia existencia.
Comprometerse con el origen en sí es infinitamente más que ser un “usuario” de lo que se ofrece. Es valorar el hecho de que este flujo abundante no solo nos toca, sino que en su curso nos incluye completamente a nosotros y a todos, de manera natural, equitativa y continua. No obstante, para llegar a la fuente donde uno reconoce esta conexión inseparable, es necesario conocer el camino hacia ella.
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