Hace varios años, disfruté de un concierto al aire libre en un jardín frente a un hermoso pabellón, junto con otras veinte mil personas. Temprano en la noche, noté que un joven cerca de mí sostenía su cabeza entre las manos. Un amigo se arrodilló a su lado y trató de consolarlo, pero era evidente que no se sentía bien. ¿Cuál era mi lugar aquí? Podría haberme ofrecido a orar por él. Pero la música era demasiado alta como para conversar con tranquilidad, y había otras personas entre él y yo. No hacer nada obviamente no estaba bien, pero ¿qué podía hacer?
Comencé a orar por mí mismo. Oré a “nuestro Padre-Madre Dios, todo-armonioso” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 16), y reconocí que, como dicen las Escrituras, cada uno de nosotros es la imagen de Dios, el Espíritu. Sabía que, como imagen de Dios, sólo podía ver y conocer lo que Dios ve y conoce: la perfección del ser espiritual, armonioso en todo aspecto. Afirmé que toda mi percepción viene mediante el sentido espiritual e incluye paz, alegría, armonía, plenitud; todas las cualidades espirituales de Dios, el bien, y ciertamente ninguna conciencia de discordia, enfermedad o limitación.
Mientras oraba, me di cuenta de que yo también necesitaba la enfermería de la Ciencia Cristiana.
Me di cuenta de que todos habíamos venido al concierto no solo para escuchar tocar a una banda, sino para ser testigos de la armonía universal que la música representa. Acompañando estos pensamientos había un sentimiento de amor por todos los que estaban allí, especialmente por el joven sentado cerca de mí. Luego busqué en mi mochila el jugo de naranja que había traído y se lo ofrecí. Lo aceptó con evidente gratitud.
Después de un breve descanso, el concierto continuó, y el joven se puso de pie, escuchó y bailó con alegría durante el resto de la noche.
¿Qué había pasado? Había visto a alguien luchando y le ofrecí un poco de jugo. Pero la verdadera ayuda que ofrecí fue mi disposición a reconocer la presencia y la totalidad de Dios, y luego actuar de la manera que resultara de ese reconocimiento. En ese sentido, yo había actuado como un enfermero de la Ciencia Cristiana.
¿Quién necesitaba esta atención de enfermería? A simple vista, parecía como si fuera el joven. Pero mientras oraba, me había dado cuenta de que yo también necesitaba esta enfermería de la Ciencia Cristiana. Era esencial para mí que me elevara por encima de la errónea percepción de que era simplemente un hombre en un concierto incapaz de ayudar a otro que estaba sufriendo.
Me di cuenta de que podía ayudar como Científico Cristiano. Necesitaba establecer y mantener en el pensamiento mi derecho absoluto a conocer mi verdadera naturaleza como imagen de Dios. También necesitaba nutrir y apreciar —en otras palabras, alimentar— la comprensión de la naturaleza de todos como hijos de Dios. Y necesitaba actuar como nuestro Padre-Madre, el Amor divino, me impulsaba a hacerlo.
Esta experiencia tipifica el trabajo que he estado haciendo durante los últimos 47 años como enfermero de la Ciencia Cristiana. Todavía encuentro que en la medida en que estoy dispuesto a volverme de todo corazón a Dios como mi fuente, mi sustancia y el único creador, puedo ofrecer ayuda verdaderamente útil a los demás.
La Biblia dice que “Dios es amor” (1 Juan 4:8), e Isaías registra que Dios nos asegura: “Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros” (Isaías 66:13). Así que el acto de atender —de cuidar y consolar con ternura— se origina en Dios, el Amor divino. Y debido a que somos el reflejo mismo de Dios, cada uno de nosotros es la expresión de las cualidades de cuidado, amorosas y maternales de Dios.
El Amor siempre nos mueve a brindar todo el consuelo y cuidado que pueda ser necesario en cualquier situación, y en la medida en que actuamos según ese impulso que Dios nos da, no solo beneficiamos a los demás, sino que mostramos ser fieles a lo que somos como reflejos del Amor. Por lo tanto, me he dado cuenta de que es divinamente natural hacer las cosas amorosas que Dios me impulsa a hacer y cuidar de aquellos que necesitan el consuelo y la asistencia práctica que puedo ofrecer.
La comprensión de que necesitaba cuidar, tal vez a veces incluso más de lo que las personas con las que interactuaba necesitaban mi ayuda, tuvo un profundo efecto en mi práctica de enfermería de la Ciencia Cristiana. Quizás lo más significativo para mí fue que ya no veía ninguna diferencia entre las diversas necesidades que llevaban a las personas a pedir la ayuda de los enfermeros de la Ciencia Cristiana. Ya sea que el cuidado necesario no fuera más que un simple acto de bondad y consuelo, o el cuidado calificado y completo que un enfermero capacitado de la Ciencia Cristiana puede proporcionar, siempre tuve que reflejar esencialmente el amor del Amor divino: ver lo que el Amor me muestra de la verdadera identidad espiritual de quienquiera que esté bajo mi cuidado, y hacer todo lo que el Amor me impulse a hacer por ellos.
Esta experiencia me mostró la conexión entre mi trabajo y las enseñanzas de Cristo Jesús. El Evangelio de Mateo habla de una lección que Jesús enseñó acerca de dos grupos de personas que representan dos estados de pensamiento (véase 25:31-46). A un grupo le dice: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí”.
Al otro grupo le dice: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. … en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis”.
Jesús continúa: “E irán estos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna”. Este es el único ejemplo bíblico de la frase “castigo eterno”, el cual eligió la Sra. Eddy como uno de los temas semanales de la Lección Bíblica que se publica en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Esto agrega una dimensión completamente nueva a la idea de que la enfermería y las bendiciones que fluyen de ella son tan necesarias para los que dan como para los que reciben. En la medida en que se comprende y practica espiritualmente, cuidar de los demás es un aspecto integral de la salvación y la vida eterna.
La tan querida historia de Jesús sobre el buen samaritano, quien atendió a un hombre herido que yacía al costado del camino, ilustra las cualidades de enfermería que Jesús nos enseñó a expresar a cada uno de nosotros. Si bien no es, en muchos sentidos, el equivalente a la atención especializada que los enfermeros de la Ciencia Cristiana están preparados para brindar cuando es necesario, todo gesto amable, amoroso y solidario que ofrecemos —cualquiera sea nuestra línea de trabajo— es enfermería en su sentido más amplio y verdadero.
¿Quién necesita la enfermería de la Ciencia Cristiana? Todos. La comprensión y la práctica de la enfermería como testimonio de nuestra propia identidad espiritual y la de los demás —mientras brindamos con amor y sabiamente el cuidado práctico necesario— es un elemento esencial del verdadero cristianismo. Y al practicar el concepto claro, coherente y sanador de la enfermería, nos unimos a todos los cristianos y a tantos otros amorosos cuidadores en todo el mundo.