Hace varios años, disfruté de un concierto al aire libre en un jardín frente a un hermoso pabellón, junto con otras veinte mil personas. Temprano en la noche, noté que un joven cerca de mí sostenía su cabeza entre las manos. Un amigo se arrodilló a su lado y trató de consolarlo, pero era evidente que no se sentía bien. ¿Cuál era mi lugar aquí? Podría haberme ofrecido a orar por él. Pero la música era demasiado alta como para conversar con tranquilidad, y había otras personas entre él y yo. No hacer nada obviamente no estaba bien, pero ¿qué podía hacer?
Comencé a orar por mí mismo. Oré a “nuestro Padre-Madre Dios, todo-armonioso” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 16), y reconocí que, como dicen las Escrituras, cada uno de nosotros es la imagen de Dios, el Espíritu. Sabía que, como imagen de Dios, sólo podía ver y conocer lo que Dios ve y conoce: la perfección del ser espiritual, armonioso en todo aspecto. Afirmé que toda mi percepción viene mediante el sentido espiritual e incluye paz, alegría, armonía, plenitud; todas las cualidades espirituales de Dios, el bien, y ciertamente ninguna conciencia de discordia, enfermedad o limitación.
Mientras oraba, me di cuenta de que yo también necesitaba la enfermería de la Ciencia Cristiana.
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