El verano pasado, mi hijo y yo hicimos una caminata de un día por tres cumbres en algunas de las montañas más escarpadas de New Hampshire. En nuestro camino hacia el tercer pico, me di cuenta de que mis movimientos se estaban volviendo más laboriosos con cada paso. El progreso era lento, y como mi hijo seguía vigilando cómo estaba, comencé a buscar respuestas en el cuerpo. Sin embargo, lo que informaban mis piernas, pulmones, etc., no era nada alegre ni optimista. Entonces me vinieron estas palabras del Himnario de la Ciencia Cristiana:
En el Señor confía,
    espera, corazón,
pues Su verdad te guía
    en penas y aflicción.
Es Su poder tu fuerza,
    tu gozo es Su amor;
tus días Él prolonga,
    la paz te da el Señor.
(James Montgomery, Himno N° 77)
Comencé a tararear la melodía y reflexioné cuidadosamente sobre las palabras. También pensé en “la declaración científica del ser”, del libro de texto de la Ciencia Cristiana, que comienza: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 468). Razoné que el cuerpo no es inteligente y no puede dar informes de fatiga o de extremidades que no funcionan bien.
Finalmente, me vinieron estas otras palabras de Ciencia y Salud: “Si esperamos del cuerpo placer, encontramos dolor; si la Vida, encontramos muerte; si la Verdad, encontramos error; si el Espíritu, encontramos su opuesto, la materia” (págs. 260-261). Sabía que necesitaba buscar ayuda en otra parte que no fuera el cuerpo. Comencé a aplicar la verdad espiritual de esta cita a mi situación. Pensé: Si recurrimos al cuerpo en busca de fuerza, encontramos debilidad; si buscamos resistencia, encontramos fatiga; si buscamos energía, encontramos agotamiento. (Esto último también se aplica a buscar ciertos alimentos para aportar energía.)
Me di cuenta de que necesitaba apartar la mirada del cuerpo hacia el Espíritu, Dios, y así lo hice. Me centré totalmente en Dios, y oré para ver al hombre real, la creación perfecta de Dios, en ese mismo momento y declaré que yo era espiritual, no material. Esta fue una línea de pensamiento muy útil. Al aferrarme a estas verdades, sentí que revivía, estaba lleno de energía y que no me habían afectado físicamente los kilómetros que habíamos recorrido y la elevación que habíamos alcanzado. Ahora estaba encontrando un descanso activo a medida que avanzaba el día. Llegamos a la cima del tercer pico y caminamos otros ocho kilómetros hasta nuestro punto de salida.
Verdaderamente sentí mucha humildad al experimentar el cuidado de Dios, al recurrir a la oración y las verdades que estoy aprendiendo en la Ciencia Cristiana para enfrentar los desafíos físicos y, de ese modo, escalar con éxito las tres cumbres principales. Estoy muy agradecido por esta curación.
John Sheasley
Meredith, New Hampshire, EE.UU.
    