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RELATOS DE CURACIONES

Se superan dificultades en el nacimiento de su hijo

Del número de agosto de 2023 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando era pequeña y aún no sabía leer, solía sentarme a la mesa de la cocina y fingir leer el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. Mientras mi madre cocinaba, me enseñaba a memorizar “la declaración científica del ser”, en la página 468: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, pues Dios es Todo‑en‑todo. El Espíritu es la Verdad inmortal; la materia es el error mortal. El Espíritu es lo real y eterno; la materia es lo irreal y temporal. El Espíritu es Dios, y el hombre es Su imagen y semejanza. Por lo tanto, el hombre no es material; él es espiritual”. No sabía cuán valiosa sería esta declaración en los años venideros.

Un ejemplo se destaca para mí. Cuando di a luz a mi segundo hijo, hubo complicaciones: el cordón umbilical se envolvió alrededor del cuello del bebé y este dejó de respirar. Los médicos y enfermeras comenzaron a hacer todo lo posible, pero nos dijeron que estaba clínicamente muerto. Durante este tiempo, oré en silencio, seguí repasando “la declaración científica del ser” y me esforcé por entender el significado de esas palabras.

Las había repetido muchas veces antes, pero por primera vez empecé a entender su significado. Su mensaje espiritual me aseguró que, a pesar de lo que sucedía a mi alrededor, todo estaba bien con nuestro hijo. Entendí mejor que nunca que él era la idea espiritual de Dios y que Dios era su vida. La imagen mortal de las complicaciones al nacer nunca podría tocar o alterar su verdadera individualidad espiritual. Esto me hizo sentir menos temerosa por su vida.

Nuestro hijo finalmente comenzó a respirar de nuevo, pero no lloró. Después de una evaluación de salud, nos dijeron que su puntaje estaba muy por debajo de lo normal. Colocaron a nuestro hijo en una incubadora y lo llevaron a la unidad de cuidados intensivos pediátricos. En ese momento, mi esposo y yo llamamos a un practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle tratamiento en la Ciencia Cristiana (apoyo en oración). La llamada fue muy reconfortante. El practicista ante había sido maestro sustituto en mi clase de la Escuela Dominical cuando yo era joven y había orado por mí en otras ocasiones.

Oramos para ver al bebé como inseparable de Dios; nunca, ni por un momento, privado de la vida, porque Dios es la Vida misma. Sentí que la imagen mortal del sufrimiento y la imperfección que yo tenía continuaba cediendo ante esta verdadera imagen de la identidad espiritual del bebé.

Después de casi 24 horas, pude visitarlo en la unidad neonatal. Escuchar a Dios me dio las palabras correctas para decirle a mi bebé en ese momento: palabras que consuelan y sanan. El personal médico, sin embargo, le hizo a nuestro hijo una serie de exámenes adicionales y nos dijo a mi esposo y a mí que el niño podría permanecer en estado vegetativo o sufrir varias secuelas. El practicista de la Ciencia Cristiana continuó orando, y juntos afirmamos el poder y la presencia sanadora de Dios.

Unos días más tarde, nos dijeron que todos los exámenes se habían hecho de nuevo y que el niño estaba bien. Cuando lo pusieron en mis brazos, lágrimas de alegría y gratitud corrieron por mi rostro. Cambiamos el nombre que habíamos pensado en darle a nuestro hijo por Santiago Daniel; primero, porque esta experiencia era una prueba del cuidado del Amor divino; y segundo, porque al igual que Daniel, el personaje bíblico, nuestro hijo había salido ileso de una “cueva de leones” de problemas.

Él continuó creciendo normalmente, y cuando tenía cuatro años y estaba en el jardín de infantes, su maestra nos dijo que había completado un informe pedagógico en el que recomendaba que nuestro hijo fuera directamente a primer grado, sin cursar el currículo para niños de cinco años, porque era muy maduro y estaba plenamente preparado para rendir el plan de estudios de primer grado. Él permaneció en esa clase durante toda la escuela primaria y el bachillerato, nunca repitió un grado, y más tarde, fue maestro de teoría musical y guitarra. Hoy en día, cuarenta años después, este hijo tiene una hermosa familia —esposa y dos hijos— y disfruta de perfecta salud.

Loreley Paradizo Hernandéz
Madrid, España

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