Cuando era pequeña y aún no sabía leer, solía sentarme a la mesa de la cocina y fingir leer el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. Mientras mi madre cocinaba, me enseñaba a memorizar “la declaración científica del ser”, en la página 468: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, pues Dios es Todo‑en‑todo. El Espíritu es la Verdad inmortal; la materia es el error mortal. El Espíritu es lo real y eterno; la materia es lo irreal y temporal. El Espíritu es Dios, y el hombre es Su imagen y semejanza. Por lo tanto, el hombre no es material; él es espiritual”. No sabía cuán valiosa sería esta declaración en los años venideros.
Un ejemplo se destaca para mí. Cuando di a luz a mi segundo hijo, hubo complicaciones: el cordón umbilical se envolvió alrededor del cuello del bebé y este dejó de respirar. Los médicos y enfermeras comenzaron a hacer todo lo posible, pero nos dijeron que estaba clínicamente muerto. Durante este tiempo, oré en silencio, seguí repasando “la declaración científica del ser” y me esforcé por entender el significado de esas palabras.
Las había repetido muchas veces antes, pero por primera vez empecé a entender su significado. Su mensaje espiritual me aseguró que, a pesar de lo que sucedía a mi alrededor, todo estaba bien con nuestro hijo. Entendí mejor que nunca que él era la idea espiritual de Dios y que Dios era su vida. La imagen mortal de las complicaciones al nacer nunca podría tocar o alterar su verdadera individualidad espiritual. Esto me hizo sentir menos temerosa por su vida.
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