“¡Tomemos turnos para bajar la colina!”, sugirió mi prima Lanie.
Estaba visitando a mis primos durante el verano, y Lanie tenía una bicicleta nueva azul brillante. Ella vivía en la cima de una colina muy empinada, y dijo que podíamos ir muy rápido. Yo fui primero. Pero mientras bajaba la colina, perdí el control de la bicicleta y me caí.
Mi papá estaba mirando desde la cima de la colina y corrió hacia mí. La bicicleta de Lanie estaba bien, pero yo no. Me costaba levantarme, así que mi papá me recogió y me llevó a la casa. Mientras mis padres me arropaban en la cama, me recordaron que Dios me ama. Sabía que estaban orando por mí, porque eso es lo que nuestra familia siempre hace cada vez que hay un problema. No sentí miedo por la caída porque sabía que mis padres me estaban cuidando.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!