El negocio de mi esposo había estado luchando por un tiempo y ahora estaba en serios problemas financieros. Las deudas se acumulaban. Vendimos un terreno para pagar la factura de impuestos pendiente, y evitamos el cierre inmediato, pero no fue suficiente para mantenernos a flote. Todavía debíamos muchos otros impuestos y no podíamos obtener el certificado del pago de los mismos que necesitábamos para comprar un nuevo vehículo de reparto. El vehículo que teníamos era viejo y se averiaba con regularidad, lo cual provocaba retrasos en las entregas de nuestro producto y pérdida de ingresos.
Nuestra competencia se aprovechaba de esto, al vender a menos precio que nosotros y llevarse a nuestros clientes. Hubo algunas conversaciones desagradables, y se hicieron acusaciones maliciosas contra nosotros. Además, nuestros proveedores subían sus precios, y nosotros nos atrasamos en nuestros pagos; lo que provocó que cerraran nuestras cuentas.
Estábamos en una espiral descendente. Parecía que nada nos salvaría de la bancarrota. Luego, nuestro negocio enfrentó tres meses de inactividad total cuando golpeó la pandemia del Covid-19, y estábamos en peligro de perder nuestra casa.
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