Hace aproximadamente un año, estaba limpiando mi piscina, y al enrollar la cubierta me resbalé en la terraza mojada y me caí. Me deslicé hacia los rosales junto a la piscina, lo que me impidió caer en el barranco detrás de ellos. Inmediatamente negué la conmoción con un fuerte “No”, e insistí “con vehemencia en el gran hecho que abarca todo: que Dios, el Espíritu, es todo, y que no hay otro fuera de Él” (palabras de Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 421).
Sabía que vivo en el Espíritu y no en la materia. Después de salir de los espinosos rosales, subí las escaleras hacia la casa, dije enérgicamente “la declaración científica del ser” de Ciencia y Salud (véase pág. 468), y sentí la presencia de Dios, la Mente divina. Entonces llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle que me apoyara con la oración. A pesar de la situación, estaba muy agradecido de sentirme básicamente protegido, sin huesos rotos ni hinchazón. Recordé la declaración tranquilizadora de uno de mis maestros de la Escuela Dominical cuando era niño: “¡Solo el bien puede ocurrir!”.
La dificultad que persistía era un dolor considerable cuando trataba de levantarme de la cama o de una silla, y una enfermera de la Ciencia Cristiana me brindó la asistencia temporal que necesitaba. Con su aliento y apoyo práctico, y el uso temporal de una barandilla de seguridad en la cama y un andador, mi temor disminuyó considerablemente. Durante su visita, pude ponerme de pie.
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