La confianza es un ingrediente clave en el bienestar de las personas y las comunidades. Ya sea que estemos hablando de respuestas globales a la seguridad del agua, valores compartidos entre naciones o preguntas sobre cuánta confianza tener en el gobierno local, comenzamos con la confianza básica en que el progreso y el trabajo conjunto para lograr una mayor demostración del bien son posibles. El hecho de que se pueda obtener un bien inteligente y desinteresado es una de las razones por las que confiamos en las empresas comerciales, las actividades académicas, las estrategias de bienestar y los esfuerzos espirituales o religiosos.
Confiamos en que los demás cumplan con sus compromisos, y a los que lo hacen, los valoramos por ser dignos de confianza. No obstante, incluso cuando se quebranta la confianza o pasamos por experiencias dolorosas, la convicción de que el bien es poderoso y real es la razón por la que tomamos el difícil camino de trabajar para recuperar la confianza: en los demás, en las instituciones, en nosotros mismos.
La mayor confianza es poner nuestra fe no en las circunstancias humanas o en otras personas, sino en Dios y en la bondad divina. Cuando ponemos nuestra confianza en Dios, como fomenta la Biblia, encontramos estabilidad y seguridad y podemos actuar en consecuencia. “Confía en el Señor con todo tu corazón; no dependas de tu propio entendimiento. Busca su voluntad en todo lo que hagas, y él te mostrará cuál camino tomar” (Proverbios 3:5, 6, NTV).
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