La confianza es un ingrediente clave en el bienestar de las personas y las comunidades. Ya sea que estemos hablando de respuestas globales a la seguridad del agua, valores compartidos entre naciones o preguntas sobre cuánta confianza tener en el gobierno local, comenzamos con la confianza básica en que el progreso y el trabajo conjunto para lograr una mayor demostración del bien son posibles. El hecho de que se pueda obtener un bien inteligente y desinteresado es una de las razones por las que confiamos en las empresas comerciales, las actividades académicas, las estrategias de bienestar y los esfuerzos espirituales o religiosos.
Confiamos en que los demás cumplan con sus compromisos, y a los que lo hacen, los valoramos por ser dignos de confianza. No obstante, incluso cuando se quebranta la confianza o pasamos por experiencias dolorosas, la convicción de que el bien es poderoso y real es la razón por la que tomamos el difícil camino de trabajar para recuperar la confianza: en los demás, en las instituciones, en nosotros mismos.
La mayor confianza es poner nuestra fe no en las circunstancias humanas o en otras personas, sino en Dios y en la bondad divina. Cuando ponemos nuestra confianza en Dios, como fomenta la Biblia, encontramos estabilidad y seguridad y podemos actuar en consecuencia. “Confía en el Señor con todo tu corazón; no dependas de tu propio entendimiento. Busca su voluntad en todo lo que hagas, y él te mostrará cuál camino tomar” (Proverbios 3:5, 6, NTV).
La Ciencia Cristiana enseña que apoyarnos confiadamente en Dios expande nuestra comprensión espiritual y nos libera de ser influenciados y gobernados por expectativas mundanas y de conformarnos a modelos de vida fraudulentos y limitados, basados en la materia. Nuestro pensamiento se vuelve hacia el Espíritu, el cual siempre es digno de confianza porque el Espíritu es Dios. Cuando confiamos en Dios, encontramos que la bondad es real y continúa para siempre porque es inspirada por Dios, establecida por Dios y mantenida por Dios.
Confiamos y dependemos de la gravedad incluso cuando no somos conscientes de ella. La Ciencia Cristiana muestra cómo podemos contar de igual manera con Dios como el Amor, la Verdad y la Vida, como el fundamento de nuestras vidas. Este fundamento apoya y sostiene todo lo que hacemos, y a medida que confiamos en él, encontramos que Dios es completamente digno de confianza.
El temor a ser lastimado, a perder el control, a estar apartado del bien, se interpone en el camino de confiar en el poder del Espíritu. Sin embargo, puesto que el temor es desconocido para Dios, el Amor, en última instancia es irreal y jamás es nuestro. Comenzamos a abandonar el miedo al apoyarnos en el Amor, al aprender a confiar en Dios y crecer en nuestra comprensión de nuestra naturaleza divina. El pináculo de la confianza es estar plenamente convencidos de la bondad que proviene de Dios. Nos esforzamos, paso a paso, hacia esta meta al conocer nuestra unidad con Dios, lo cual cultiva una dependencia aún mayor en el Amor divino en todas las cosas. Cada paso hacia la comprensión de la bondad divina nos muestra cómo dejar que esté en nosotros esa Mente divina “que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5). A medida que la comprensión espiritual llena nuestra consciencia, el miedo se desvanece.
Cuando tenemos confianza en que todo lo bueno tiene su fuente en Dios, no tenemos miedo de perderlo. Confiar en Dios de todo corazón es totalmente natural para nosotros. Cuando ponemos toda nuestra confianza en Dios, encontramos la confiabilidad del Amor divino manifestada en relaciones sanas, salud, finanzas y otros elementos de la vida diaria. Así como un niño pequeño que toma con confianza la mano de su padre, es nuestra naturaleza como hijos de Dios, la autoexpresión del Amor, confiar totalmente en Dios, como lo hizo Cristo Jesús. Cuanto más nos apoyamos en Dios, más nos inspira el amor siempre presente de nuestro divino Padre-Madre.
En un pasaje que describe dos enfoques diferentes de la confianza, Mary Baker Eddy explica: “En hebreo, en griego, en latín y en inglés, fe y las palabras correspondientes tienen estas dos definiciones: estar lleno de confianza y ser digno de confianza. Una clase de fe confía a otros el bienestar propio. La otra clase de fe comprende el Amor divino y cómo ocuparse de la propia ‘salvación con temor y temblor’. ‘¡Creo; ayuda mi incredulidad!’ expresa la impotencia de una fe ciega; mientras que el mandato: ‘¡Cree... y serás salvo!’ exige una fe en uno mismo digna de confianza, que incluye la comprensión espiritual y confía todo a Dios” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 23).
El primer tipo de fe se ilustra en un relato bíblico de un hombre cuyo hijo estaba afligido por convulsiones y que pronunció ese clamor a Jesús diciendo “¡ayúdame a superar mi incredulidad!” (Marcos 9:24, NTV). Aunque este padre se sintió impotente, no huyó del problema. Su admisión de que anhelaba con humildad confiar más en el Espíritu, Dios, fue plenamente reconocida por Jesús, quien, a través del poder del Espíritu, reprendió la enfermedad, tomó la mano del hijo y lo levantó, sano. No nos quedamos preguntándonos sobre el resultado del deseo del hombre de que se fortaleciera su confianza en el bien espiritual.
Siempre que necesitemos confiar más, tenemos la capacidad de confiar de todo corazón en Dios. Es posible que todavía tengamos mucho que hacer antes de llegar a ser constantemente conscientes del reino de la armonía de Dios, y el temor puede tratar de hacernos dudar y sospechar. Sin embargo, nuestra ayuda está en conocernos a nosotros mismos como la idea espiritual de Dios y reflejar a Dios como Principio divino, el cual es infalible. Entonces, cuando haya baches en el camino, no tenemos que perder la fe, porque podemos confiar en nuestra relación inquebrantable con Dios.
Larissa Snorek, Redactora Adjunta
