Al caminar por un pasillo y pasar por numerosas salas de ensayo en una escuela de música universitaria, la música que sale de esas salas puede sonar caótica. Los pianistas practican escalas, los trompetistas tocan a todo volumen, los cantantes vocalizan y los ingenieros sintetizan, con todo ello sería difícil discernir una sonata de Beethoven, incluso si alguien estuviera tocando una. No obstante, si entras en cualquiera de esas salas, lo que resonaría es la devoción de pensamiento de cada estudiante por afinar las habilidades necesarias para dominar la música y su instrumento.
El valor de practicar concienzudamente de esta manera se capta en una declaración de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, el libro de texto de la Ciencia Cristiana: “La devoción del pensamiento a un logro honesto hace el logro posible” (Mary Baker Eddy, pág. 199).
Durante mis estudios musicales, yo ya era estudiante de la Ciencia Cristiana, por lo que dedicaba mi pensamiento no solo a dominar canciones y perfeccionar mis habilidades técnicas, sino a ceder a Dios y dejar que la interpretación proviniera de la Mente divina. Al mismo tiempo, anhelaba practicar la Ciencia Cristiana de manera más eficaz y consistente. Más que nada, quería participar en un trabajo de curación convincente, con la actividad científica y compasiva de ayudar a las personas en la Ciencia Cristiana.
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