Al caminar por un pasillo y pasar por numerosas salas de ensayo en una escuela de música universitaria, la música que sale de esas salas puede sonar caótica. Los pianistas practican escalas, los trompetistas tocan a todo volumen, los cantantes vocalizan y los ingenieros sintetizan, con todo ello sería difícil discernir una sonata de Beethoven, incluso si alguien estuviera tocando una. No obstante, si entras en cualquiera de esas salas, lo que resonaría es la devoción de pensamiento de cada estudiante por afinar las habilidades necesarias para dominar la música y su instrumento.
El valor de practicar concienzudamente de esta manera se capta en una declaración de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, el libro de texto de la Ciencia Cristiana: “La devoción del pensamiento a un logro honesto hace el logro posible” (Mary Baker Eddy, pág. 199).
Durante mis estudios musicales, yo ya era estudiante de la Ciencia Cristiana, por lo que dedicaba mi pensamiento no solo a dominar canciones y perfeccionar mis habilidades técnicas, sino a ceder a Dios y dejar que la interpretación proviniera de la Mente divina. Al mismo tiempo, anhelaba practicar la Ciencia Cristiana de manera más eficaz y consistente. Más que nada, quería participar en un trabajo de curación convincente, con la actividad científica y compasiva de ayudar a las personas en la Ciencia Cristiana.
La belleza de esta Ciencia es que cuando abres tu pensamiento por primera vez a ella —ya sea porque tienes el deseo ardiente de comprenderla mejor o porque estás profundamente desesperado por un problema personal— puedes comenzar a practicarla de inmediato. Puedes aplicar sus verdades espirituales a tu vida con resultados prácticos.
Eso es lo que le sucedió en los primeros días del movimiento de la Ciencia Cristiana a un joven cajero bancario de Kansas llamado James Neal. Poco después de enterarse de una curación extraordinaria, habló con el practicista de la Ciencia Cristiana que había orado por el paciente, queriendo saber cómo había ocurrido la curación. Después de su conversación, el practicista le entregó un ejemplar del Christian Science Journal, que contenía artículos y testimonios escritos por aquellos que habían sido sanados en la Ciencia Cristiana.
Aquella noche, el Sr. Neal estudió la revista de principio a fin, y a la mañana siguiente encargó 12 ejemplares de Ciencia y Salud para compartir con sus amigos y familiares. Incluso antes de que llegaran los libros, él sanó su primer caso: el hermano de su jefe, que había estado sufriendo y muy angustiado.
Con su corazón ardiendo, el Sr. Neal estudió con uno de los estudiantes de la Sra. Eddy, y en menos de dos años dejó su trabajo bancario para dedicarse a este ministerio de la curación espiritual. Dijo que “simplemente no podía mantenerse al margen” (The Onward and Upward Chain, Longyear Museum). Sus obras de curación incluyeron curaciones documentadas de cáncer, locura, ceguera, sordera, tuberculosis, un cráneo roto y cojera.
Es posible que necesitemos ampliar nuestra propia comprensión de la Ciencia Cristiana para obtener tal devoción y sus frutos. Sin embargo, podemos obtenerlos mediante el estudio sincero de la Biblia y Ciencia y Salud, que guían nuestra exploración espiritual.
El cristianismo científico, que reconoce la omnipresencia de la Mente divina, Dios, se basa en las enseñanzas de Cristo Jesús. Al orar con humildad —es decir, escuchar la inspiración de la Mente— podríamos preguntarnos: “¿Qué me impide practicar la Ciencia Cristiana?”.
A veces, la práctica puede parecer un trabajo abrumador con pocos resultados iniciales. Otras veces podemos sentir que requiere tanta disciplina que está más allá de nuestras capacidades. Sin embargo, cuando dejamos de lado esas dudas y profundizamos en la oración necesaria, descubrimos que podemos confiar en Dios cuando y donde sea necesario, con resultados sanadores consistentes. Entonces nos sentimos atraídos por el trabajo y deseamos más.
Cuando abres tu pensamiento por primera vez a esta Ciencia, puedes aplicar inmediatamente sus verdades espirituales con resultados prácticos.
Otro aspecto de la práctica de la Ciencia Cristiana es simplemente alimentar nuestro deseo de amar. No tenemos que recurrir al Amor divino como si estuviéramos separados de él. Provenimos del Amor, Dios. Es nuestra propia naturaleza reflejar el Amor. Puesto que este Amor es Todo, es Uno, todo lo bueno, y nada malo hay mezclado en él. No hay ningún temor, odio, ira, lujuria, injusticia o división en el Amor que podamos reflejar de él. En cambio, los abnegados atributos de la gracia, la bondad, la humildad, el perdón y la unidad abundan en Dios y en Su creación, y la expresión de estas cualidades abraza al Amor que sana.
La Sra. Eddy comprendió que su trabajo era el resultado de este Amor que se revelaba a sí mismo. Ella dijo: “Todo lo que he logrado se ha producido al quitar a Mary del medio y dejar que Dios sea reflejado” (Yvonne Caché von Fettweis y Robert Townsend Warneck, Mary Baker Eddy: Christian Healer, Amplified Edition, pp. 24-25).
Hace muchos años pude “quitarme del medio” y dejar que el Amor se reflejara en una interpretación vocal. Tenía que cantar un popurrí de canciones que había escogido porque me hablaban del Amor divino. Quería cantarle al Amor que es Dios, así como para y desde ese Amor. Sin embargo, quince minutos antes de actuar, cuando normalmente habría estado calentando vocalmente, hubo cierta conmoción entre bambalinas. Una artista estaba llorando porque el tramoyista que había arreglado el escenario para su presentación había estado bebiendo, y el escenario estaba en desorden. Otros también estaban molestos, y el público lo sintió.
En una pequeña sala de práctica, escuché en silencio las ideas de Dios y me aseguraron de Su presencia. Debido al poder y la sabiduría de la Mente, sabía que la bondad y la alegría se estaban comunicando con los artistas y con los miembros del equipo de una manera que cada uno podía entender. Cada individuo era dueño de la paz que Dios le había dado.
Cuando llegó el momento de cantar, miré hacia las luces brillantes sobre el público, totalmente consciente del hecho espiritual de que había un poder superior en acción. No pensaba en mí misma mientras cantaba. La Mente divina impulsó la actuación, y el resultado fue un cambio completo de ambiente en el teatro. Para cuando terminé, la ansiedad se había convertido en aplausos, y la alegría brillaba en los rostros animados del público, el equipo y los artistas, especialmente la que había estado llorando. Fue obvio para mí que Dios había estado “en el campo”. Incluso el tramoyista que había estado bebiendo parecía animado. Cuando asistió a la recepción que siguió, estaba claramente sobrio.
A medida que sigamos atesorando la verdad de Dios y del hombre —nuestra verdadera identidad espiritual a imagen de Dios— despertaremos cada vez más a nuestra plenitud original, inmaculada e invariable. Practicaremos la Ciencia Cristiana desde la perspectiva de la perfección de la Mente y su creación. Sentiremos la armonía divina de la Verdad en la consciencia, capaz de destruir cualquier perturbación. Y veremos resultados en curaciones, cada una de las cuales es una hermosa “actuación” de la Mente divina.
Si la curación no llega rápidamente, podemos preguntarnos: ¿Cuánta práctica se necesita? Solía pensar que toda mi práctica de canto era muy importante, pero llegué a ver que había algo mucho más vital que la cantidad de horas que le dedicaba. Lo que más se necesitaba y se necesita es amor, todo el amor que podamos dar a nuestra práctica, junto con la comprensión de que “Él, pues, acabará lo que ha determinado de mí” (Job 23:14), que Dios es el sanador. Con eso, el escuchar calladamente en oración resultará en curaciones para nosotros y para los demás, e incluso, con el tiempo, en “la sanidad de las naciones” (Apocalipsis 22:2).
