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Original Web

La práctica prueba ser perfecta

Del número de abril de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 5 de febrero de 2024 como original para la Web.


¿Cuántas veces has escuchado que “la práctica hace al maestro”? Levántate temprano, estudia mucho, quédate hasta tarde, haz más entrenamientos y más largos, vuelve a hacerlo. Esta es la única manera de mejorar, nos dicen. Pero ¿y si este enfoque es totalmente equivocado? 

Si bien es cierto que, como escribe Mary Baker Eddy, “no hay excelencia si no se trabaja en línea recta” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 457), es en realidad un régimen espiritual lo que hace posible el progreso e incluso lo acelera. Jesús dijo: “Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá; y se pasará; y nada os será imposible” (Mateo 17:20). Él no dijo que estarías listo para mover una montaña solo después de haber movido con éxito unos pocos miles de paladas de tierra y luego de haberte graduado para mover pequeñas colinas. No, se requiere fe; fe tan pequeña como un grano de mostaza. 

También dijo que “el Hijo no puede hacer nada por sí mismo; solo puede hacer lo que ve hacer al Padre, porque todo lo que el Padre hace también lo hace el Hijo igualmente” (Juan 5:19, New International Version). Es como si Jesús dijera que el hijo de Dios no puede levantar un dedo o mover un músculo —no puede hacer ni una sola cosa— que su Padre-Madre Dios ya no esté haciendo. Esto también implica que podemos hacer cualquier cosa que Dios haga. El apóstol Pablo lo sabía. Él dijo: “Todo lo puedo en Cristo [la Verdad] que me fortalece” (Filipenses 4:13).

En general, se cree que desde el momento en que venimos a este mundo, la vida es una lucha constante por obtener las habilidades que necesitamos para tener éxito. Uno de los problemas con este punto de vista es que podemos sentir que las habilidades que adquirimos son el producto de nuestro propio trabajo duro. Y tan pronto como las reclamamos como propias, nos preparamos para aceptar que podemos perder las habilidades que hemos desarrollado, a través de lesiones, accidentes, envejecimiento, etc. 

Mis experiencias a lo largo de los años me han impulsado a mirar el concepto de la práctica bajo una luz completamente nueva.

Este modelo se basa en la premisa de que somos mortales con capacidades limitadas y que estas limitaciones solo se superan a través del esfuerzo humano. Pero Jesús nos enseñó y demostró que él y su Padre-Madre Dios eran inseparables; y por lógica extensión, que nosotros y ese mismo Padre-Madre Dios también somos inseparables. Porque si el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, como se nos dice en Génesis 1, entonces no podemos sino reflejar todo lo que Dios es, hace y sabe. Todo lo que Dios es, es nuestro por reflejo. Los talentos que expresamos no son nuestros para poseerlos o hacer con ellos lo que nos plazca. Los tenemos porque reflejamos a Dios, su fuente, por lo que nunca podemos perderlos. 

La Sra. Eddy descubrió la Ciencia que explica esto, a la que llamó Ciencia Cristiana. En Ciencia y Salud escribe: “Las capacidades humanas son ampliadas y perfeccionadas en la proporción en que la humanidad gana la concepción verdadera del hombre y de Dios” (pág. 258), y “La Ciencia revela la posibilidad de lograr todo lo bueno, y pone a los mortales a trabajar para descubrir lo que Dios ya ha hecho; pero la falta de confianza en la propia capacidad para ganar el bien deseado y producir resultados mejores y más elevados, a menudo impide que uno pruebe sus propias alas y asegura el fracaso desde el comienzo” (pág. 260). Por lo tanto, no es una falta de habilidad lo que nos limita, sino más bien una confianza demasiado débil en Dios y en nuestra capacidad para reflejarlo. A medida que aprendemos más acerca de nuestra naturaleza perfecta y espiritual como imagen y semejanza impecable de Dios, se revelan nuestras habilidades.

Cuando era adolescente, en una clase de montañismo de invierno, estábamos practicando escalar en hielo en un glaciar cuando escuchamos a alguien gritar. Miré hacia arriba y vi a otro escalador que caía por la pared del glaciar y se detenía precariamente en una pequeña cornisa. No se movía y claramente necesitaba ayuda. De todas las personas que estaban en ese momento, yo era el único en condiciones de alcanzarlo, pero la escalada oblicua que tenía que realizar para llegar a él era muy empinada y resbaladiza; más difícil técnicamente que cualquier cosa que hubiera explorado antes.

Sabiendo que no tenía más remedio que continuar, me detuve por un momento y reconocí que Dios me guiaba. Afirmé que no era posible que alguno de Sus hijos—ni el escalador ni yo ni la persona con la que estaba atado—pudiera apartarse de Su cuidado. Y oré para ser guiado a hacer lo que fuera necesario.

Nunca había sido entrenado para una maniobra tan técnica o para el tipo de rescate que se requería. Pero a pesar de mi falta de experiencia, todas las habilidades que necesité fueron mías cuando las necesité.

Algunos escaladores por encima de mí me gritaron instrucciones, y mi compañero de escalada finalmente se acercó a mí y me echó una mano. Poco después, estaba descendiendo en rappel por la pared del glaciar atado a una camilla que un equipo de rescate había bajado hasta nosotros. El camino se abrió paso a paso hasta que todos llegamos a un lugar seguro.

Una vez en tierra, el equipo de rescate se sorprendió al darse cuenta de que todo lo que habíamos realizado en el glaciar se había hecho al pie de la letra; desde la evacuación hasta la asistencia de enfermería que le habíamos proporcionado al escalador. Sin el entrenamiento que normalmente se supondría necesario, yo había sido capaz de desempeñar mi función al responder humildemente a la dirección de Dios y usar los talentos que eran míos por reflejo. 

Esta experiencia, y otras a lo largo de los años, me han impulsado a mirar el concepto de la práctica bajo una luz completamente nueva. Empiezo a ver que, en lugar de ser un proceso repetitivo de agregar capa tras capa de habilidades adquiridas, cada hora de práctica o estudio elimina las sugestiones de limitación que ocultan nuestro verdadero ser como expresiones perfectas, capaces e ilimitadas de Dios. Es un proceso de desprendimiento más que un proceso de acrecentamiento.

Cada libro que leemos, cada vuelta que corremos, cada desafío que superamos revela más de las cualidades que siempre han sido nuestras al eliminar las falsas sugestiones que el mundo ha apilado sobre nosotros desde que nacemos; tales como que no tenemos la genética, el intelecto, la constitución física, la paciencia o la experiencia que se necesitan para tener éxito en un esfuerzo determinado. Son simplemente imposiciones —ni siquiera son nuestros pensamientos— no realidades. Mantener en el pensamiento el modelo correcto de quiénes somos libera nuestro verdadero potencial y confirma que existimos únicamente para glorificar a Dios y las cualidades que Él nos da. 

¿Elimina este enfoque la necesidad de que practiquemos, particularmente la curación en la Ciencia Cristiana? No, no hasta que sistemáticamente nos veamos a nosotros mismos perfectamente bajo esta luz de ser la expresión ilimitada e infinitamente capaz de Dios. Lo que sí elimina es la carga de pensar que empezamos de cero, o que somos lentos para aprender, o que no podemos hacer lo que nos propusimos debido a alguna deficiencia en nuestra constitución individual. Veremos que realmente no se trata de que la práctica nos haga perfectos, sino de que nuestra perfección reflejada de Dios nos impulse hacia la práctica que demuestra que esto es lo que nosotros y los demás realmente somos.

Comenzar desde el punto de vista de saber que ya incluimos todas las cualidades que necesitamos para tener éxito acelera nuestro progreso y hace que el viaje sea más satisfactorio. ¡Tal vez incluso movamos montañas!

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