¿Cuántas veces has escuchado que “la práctica hace al maestro”? Levántate temprano, estudia mucho, quédate hasta tarde, haz más entrenamientos y más largos, vuelve a hacerlo. Esta es la única manera de mejorar, nos dicen. Pero ¿y si este enfoque es totalmente equivocado?
Si bien es cierto que, como escribe Mary Baker Eddy, “no hay excelencia si no se trabaja en línea recta” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 457), es en realidad un régimen espiritual lo que hace posible el progreso e incluso lo acelera. Jesús dijo: “Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá; y se pasará; y nada os será imposible” (Mateo 17:20). Él no dijo que estarías listo para mover una montaña solo después de haber movido con éxito unos pocos miles de paladas de tierra y luego de haberte graduado para mover pequeñas colinas. No, se requiere fe; fe tan pequeña como un grano de mostaza.
También dijo que “el Hijo no puede hacer nada por sí mismo; solo puede hacer lo que ve hacer al Padre, porque todo lo que el Padre hace también lo hace el Hijo igualmente” (Juan 5:19, New International Version). Es como si Jesús dijera que el hijo de Dios no puede levantar un dedo o mover un músculo —no puede hacer ni una sola cosa— que su Padre-Madre Dios ya no esté haciendo. Esto también implica que podemos hacer cualquier cosa que Dios haga. El apóstol Pablo lo sabía. Él dijo: “Todo lo puedo en Cristo [la Verdad] que me fortalece” (Filipenses 4:13).
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