En la primavera de 2019, falleció mi esposo. Esto fue bastante repentino, y marcó el comienzo de una lección y curación muy significativas para mí en el curso de casi tres años. Esta situación se vio agravada por el hecho de que tres miembros de mi familia inmediata habían fallecido en los tres años previos al fallecimiento de mi esposo. Todo esto me llevó a una época muy difícil en la que luché contra lo que parecía ser depresión.
Mi esposo y yo tuvimos una relación muy estrecha y amorosa durante muchos años, y mi relación con cada uno de los otros tres miembros de la familia había sido de afecto genuino y apoyo mutuo, pero era muy difícil reconocer y estar agradecida por eso. Lidiaba con la tristeza, pero también me enfrentaba a una forma de pensar que había sido un desafío a lo largo de los años. Implicaba asumir un sentido exagerado de responsabilidad por los problemas de los demás, lo que hacía que me sintiera culpable cuando no podía ser de tanta ayuda como pensaba que debía ser. En este caso, eso hizo que considerara detenidamente lo que podría haber hecho mejor.
Llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle tratamiento, y después de unos días, me dijo que abriera Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. Así lo hice, y se abrió en la página 353, donde mis ojos se posaron en esta declaración: “Cuando aprendamos que el error no es real, estaremos preparados para el progreso, ‘olvidando ciertamente lo que queda atrás’”.
La frase “olvidando ciertamente lo que queda atrás” es de la carta de Pablo a los Filipenses (3:13). Esto marcó el comienzo del aprendizaje de una importante lección que ha permanecido conmigo y continúa creciendo en su significado.
En algún momento más tarde, cuando todavía estaba luchando y había llamado al practicista nuevamente para pedirle ayuda con la oración, una vez más me sugirió que abriera el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud. ¡Se abrió en la misma página! Durante los meses que siguieron, volví a la declaración de Pablo muchas veces y me sentí muy agradecida por el apoyo continuo de los practicistas a los que recurrí en diferentes momentos.
También me sentí impulsada más de una vez a reflexionar sobre el Estatuto titulado “Alerta al deber” en el Manual de La Iglesia Madre, por Mary Baker Eddy, que amonesta a los miembros a defenderse a diario contra la sugestión mental agresiva (véase pág. 42). Poco a poco, empecé a ver con más claridad que esta pesada sensación de dolor era, en realidad, tan solo una sugestión mental; y me di cuenta de que la base del problema era la creencia de que los miembros de mi familia y yo éramos mortales sujetos a todos los rasgos negativos de la mortalidad: limitación, enfermedad, miedo, errores irresolubles, muerte. También me di cuenta de que, para mí, dejar de lado estas creencias y un sentido exagerado de responsabilidad era ser obediente al mensaje de olvidar “ciertamente lo que queda atrás”. Si bien esto a veces parecía una gran lucha, al recordar lo sucedido, es evidente que Dios, el Amor divino, me guio y sostuvo durante todo el proceso.
A medida que, poco a poco, percibía más claramente la verdad de la Ciencia Cristiana —que la vida es espiritual, eterna y en realidad está compuesta solo del bien—, la tristeza y la depresión eran reemplazados por una gran gratitud por el amor, la armonía y la bondad que había experimentado en muchos años de un matrimonio verdaderamente afectuoso; y la bendición de las relaciones cercanas y dulces que había tenido con cada uno de estos otros miembros de la familia. Me di cuenta de que podía dejar de recordar los aspectos materiales y comprender que lo bueno en mi experiencia era real y eterno. La bienaventuranza de Cristo Jesús “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5:4) adquirió un significado más grande, y junto con eso vino una comprensión más clara de que ni yo ni mis seres queridos somos mortales: somos ideas espirituales, los hijos de Dios, el Espíritu. Vi que ninguno de nosotros había perdido nada real, sino que todos estamos aumentando la comprensión de nuestra identidad espiritual genuina.
Puesto que esta curación fue muy gradual, no fue sino hasta principios de este año que me di cuenta de cuán importante fue el despertar que se había producido. Al recordar esta experiencia, veo que fui apoyada y guiada a través de este tiempo de una manera notable. Recuperar la claridad de pensamiento me permitió ver las numerosas formas en que recibí apoyo, consuelo, inspiración y aliento (y a veces necesarias reprimendas) a lo largo de todo esto, incluso de pacientes y devotos practicistas de la Ciencia Cristiana; nuestros dos hijos, que fueron inquebrantables en sus esfuerzos por despertarme con amor y firmeza; y amigos fieles y verdaderamente generosos.
A medida que estamos dispuestos a olvidar “ciertamente lo que queda atrás’”, a abandonar el pasado mortal, nos damos cuenta de que no hemos perdido nada, sino que hemos obtenido una nueva vislumbre de la identidad espiritual y eterna del hombre: la verdadera identidad de cada uno de nosotros. Esta es la referencia completa que he citado: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13, 14).
Ginger Stevens
Lago Oswego, Oregón, EE.UU.
