Al comienzo de mi período de tres años como Primera Lectora de mi filial de la Iglesia de Cristo, Científico, mi esposo y yo nos unimos a nuestra extensa familia e hicimos un viaje de esquí. Fue un tiempo encantador lleno de aventura y alegría. Pero el último día, comencé a sentirme mal con agresivos síntomas de gripe, algo que había sufrido con diversos grados de gravedad cada invierno.
Cuando regresamos a casa, necesitaba preparar lecturas para la reunión semanal de testimonios de nuestra iglesia tres días después. Oraba, pero me sentía más aprisionada que libre. Llamé a todos los sustitutos de Primer Lector de la lista, pero ninguno estaba disponible. En respuesta a la oración, un mensaje angelical muy directo de Dios me dijo: “Tú lee. La función apoya al funcionario”. Confiaba en eso y esperaba sanar.
Mary Baker Eddy escribe: “Cuando el objetivo es deseable, la expectativa acelera nuestro progreso” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 426). Las lecturas se combinaron maravillosamente, y el miércoles por la noche, con la fuerza de ese mensaje del Amor divino, conduje hasta la iglesia, con síntomas agresivos y todo. Me quedé sola en silencio y orando de rodillas en el cuarto del Lector antes de la reunión. Oré pensando en que la Palabra de Dios es fuerte y clara, inspirada y escuchada, y eficaz. Y nada puede silenciar la voz de la Mente omnipresente, Dios. Razoné que la mente mortal —independientemente de lo que pretenda oponerse o negar la Mente divina— no tiene voz, ni existencia, ni lugar en la Iglesia. Dios es Todo y está siempre presente.
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