Cuando era niña sufría de asma. Mis padres siempre me apoyaban —ya fuera al orar, cantar y reconocer el cuidado de Dios por mí— sin embargo, en aquella época no había ningún practicista de la Ciencia Cristiana en las Filipinas a quien llamar para pedir un tratamiento de la Ciencia Cristiana. Mi familia siguió orando basándose en lo que habíamos aprendido a través del estudio de la Ciencia Cristiana, y los síntomas del asma desaparecían.
Pero en una ocasión, mi tío, que es médico, se dio cuenta de mi problema respiratorio y dijo que debería ir a una clínica local para recibir tratamiento médico. Así lo hice. No obstante, aunque mis síntomas se aliviaron temporalmente, los médicos dijeron que no había cura para la afección en sí.
Había asistido a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana desde que era pequeña, y había aprendido que el amor de Dios está siempre conmigo sin importar dónde esté, porque Dios, el Amor divino, está siempre presente. Así que era natural para mí orar y pensar en Dios cuando tenía miedo. Esto me ayudó a sentirme más tranquila.
Durante este tiempo, pensé mucho en la historia bíblica de David y Goliat, que conocía de memoria. Me encantaba que David, un pastor que era tan solo un niño, tuviera tanta fe en Dios y supiera que no estaba enfrentando sus desafíos solo. Sabía que Dios era más grande que los leones y osos que amenazaban a sus ovejas. Así que también tenía confianza en que Dios lo ayudaría a derrotar a Goliat, un feroz guerrero del ejército filisteo, que era un matón muy grande.
Me di cuenta de que podía enfrentar este desafío del asma como hizo David, quien mostró verdadera humildad y confianza en Dios. También tuvo el valor de ceder a la guía de Dios cuando se enfrentó a Goliat, y así fue cómo lo derrotó de una vez por todas.
Lo que aprendí de esta historia es que no importa cuán grande parezca ser un matón, Dios siempre es más grande. No importa cuán aterradora parezca ser la situación, Dios siempre es el verdadero poder. Esta historia, junto con el Himno 53 del Himnario de la Ciencia Cristiana, me recordó que podemos apoyarnos en Dios sin importar a lo que nos enfrentemos. El himno dice lo siguiente:
Brazos del eterno Amor
guardan a Su creación.
Dios te da Su protección
y Su apoyo bienhechor.
Dios eterna guía es,
fiel en toda situación.
Sigue alegre tu labor,
ten confianza en el Señor.
En los brazos del Amor
ya no temas al error.
Dios te da Su protección,
pues refugio eterno es Él.
(John R. Macduff, adapt. © CSBD)
Este himno me ayudó a comprender que, como hija de Dios, nunca podía estar fuera de Su amor, porque siempre estoy a salvo en Su tierno cuidado. No sabía cómo sucedería, pero esperaba la curación. Y poco a poco vi cierto progreso.
Entonces, un día hubo un momento decisivo. Para entonces nos habíamos mudado a los Estados Unidos. Una vez más, estaba teniendo problemas para respirar, pero ahora podíamos llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana para pedirle tratamiento en la Ciencia Cristiana.
La practicista oró por mí, y también me invitó a llevar mi bicicleta para ir a tomar un helado con ella, junto con mis hermanos y primos. Al principio me sorprendió mucho. No sabía cómo se suponía que debía ir en bicicleta. Pero la practicista realmente sabía que Dios ya me había sanado. Así que fui en bicicleta, ¡y me sentí libre! No luché por respirar en absoluto. Pedaleé, sintiendo la fresca brisa de primavera. Ese fue el final del asma.
Esta curación me impactó muchísimo. No solo aprendí a confiar en Dios para sanar, sino que también crecí en mi comprensión de Dios. Ahora comprendo mucho más profundamente que Dios realmente está siempre presente y que Su amor por mí es el verdadero poder. Siempre puedo volverme a Dios y apoyarme en Él para sanar. Estoy muy agradecida.
