Mucho se ha hablado de la corrupción en numerosas partes del mundo, incluso en Brasil. La palabra corromper puede significar “adulterar; pervertir; sobornar”. Y sobornar es “ofrecer dinero u otros objetos de valor para lograr algo opuesto a la justicia, al deber o a la moral” (Dicionário Aurélio da língua portuguesa).
Por lo general, condenamos la corrupción llevada a cabo por los políticos, cuyas acciones a veces pueden ser ilegales, o legales, pero no morales. Pero ¿estamos atentos a nuestra propia obediencia a la ley, incluida la ley moral? Por ejemplo, ¿tenemos la tentación de colarnos en una fila de espera antes que los demás? ¿O utilizar recursos en el trabajo para fines personales sin autorización? ¿Cumplimos siempre con las leyes de nuestro país?
Es importante resistir la influencia que dice: “Todo el mundo lo hace”. Mary Baker Eddy, la Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribe: “Dejándonos llevar por la corriente popular del pensamiento mortal sin poner en duda la autenticidad de sus conclusiones, hacemos lo que otros hacen, creemos lo que otros creen, y decimos lo que otros dicen” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 228).
Durante muchos años trabajé como supervisora de edificios residenciales, y a menudo los residentes me abordaban para que cometiera actos que no correspondían con las funciones del supervisor de edificios, incluido el cumplimiento del Código Civil de Brasil y del reglamento interno del edificio. Se necesitaba mucho aprendizaje, paciencia y tolerancia para mantener el orden y la paz entre los residentes.
Cuando fui elegida para este cargo, estudié las leyes a fin de estar calificada para hacer el trabajo, y también participé en seminarios de administración de condominios, donde pude intercambiar experiencias con otros supervisores. Esto resultó ser útil cuando más tarde tuve que manejar conflictos, insubordinación e intentos de torcer las reglas a favor de los residentes. Más allá de esta formación, la oración y las enseñanzas de la Ciencia Cristiana fueron mis mejores aliados, y los conflictos siempre se resolvieron a través del diálogo.
Como estudiante de la Ciencia Cristiana, dirigía mi pensamiento a las leyes divinas. De acuerdo con estas leyes, vivimos armoniosamente en el reino de Dios, bajo su amoroso gobierno, y siempre estamos en nuestro lugar correcto, guiados y sostenidos por el Amor divino. Sabía que todos estábamos incluidos en estas verdades y que teníamos derecho a disfrutar de una buena vida dentro de una comunidad. El reconocimiento de que todos somos hijos del mismo Padre, y que este Padre es el que maneja todos los asuntos, fue mi apoyo y una razón para tener gratitud a Dios. Esto probó ser particularmente cierto en dos casos que tuvieron como resultado la curación de los conflictos.
Un día, una vecina pidió autorización para hacer algo que contradecía el reglamento interno del edificio, del cual ella tenía conocimiento. Le dije que hacer concesiones a alguien sería una forma de corrupción, y yo no podía hacer eso. Aunque entendió por qué su petición había sido denegada, comenzó a tratarme con animosidad. Nunca reconocí esta respuesta y siempre la traté cortésmente cada vez que nos encontrábamos, sabiendo que, como hija de Dios, ella era amada tanto como yo y que era mi deber obedecer la ley divina de “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18).
En otra ocasión, una segunda residente también me exigió con vehemencia, y con amenazas, que autorizara una construcción que estaba fuera de las normas establecidas por el condominio. Ella dio a conocer el tema en las redes sociales y me humilló delante de los demás residentes. A través de una publicación pública interna, describí los pasos a seguir en una construcción de este tipo y expliqué la razón por la que se denegó la solicitud.
Luego de que se publicaran estas aclaraciones, la primera residente escribió un mensaje diciendo que, después de vivir un tiempo en el condominio, entendía las acciones de la supervisora del edificio, quien siempre se esforzaba por hacer todo de la mejor manera, conforme al reglamento, y que nunca había visto nada igual a tal responsabilidad y dedicación. Y cuando la segunda residente vio que había sido atendida y que su construcción se había completado siguiendo los procedimientos correctos, me preguntó si podía perdonarla. ¡Por supuesto que lo hice!
La Sra. Eddy usa las palabras moral y moralidad muchas veces en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. Por ejemplo, al identificar lo que se necesita para aprender a demostrar el Principio divino de la curación, ella dice: “Ninguna pericia intelectual es necesaria en los estudiantes, mas una sana moral es sumamente deseable” (pág. x).
Durante estos años de trabajo como supervisora de edificios —en los que se superaron los desafíos al poner en práctica el bien y cumplir con mi deber para con la ley moral— este consejo de nuestro Maestro fue mi fortaleza y protección: “No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra” (Mateo 5:39).
El Manual de La Iglesia Madre ofrece una valiosa guía bajo el título “Disciplina”. Uno de los Estatutos incluye: “Los miembros de esta Iglesia deben velar y orar diariamente para ser liberados de todo mal, de profetizar, juzgar, condenar, aconsejar, influir o ser influidos erróneamente” (Mary Baker Eddy, pág. 40). Otro, bajo un título diferente, explica: “Ley constituye gobierno, y la desobediencia a las leyes de La Iglesia Madre acabaría por hacer nulos sus Artículos de Fe y sus Estatutos. Sin un sistema apropiado de gobierno y normas para su funcionamiento, las naciones, las personas y la religión quedan sin protección; …” (pág. 28).
El Manual sigue siendo una guía para mí. Estoy agradecida por el maravilloso legado que hemos recibido de Cristo Jesús, y de nuestra Guía, la Sra. Eddy, quien ha mostrado cómo él enseñó y demostró las leyes de Dios que, cuando se obedecen, son nuestra salvación. Fue escuchar y prestar atención a la guía del Amor lo que me ayudó y me dio dominio en mi trabajo, cuando demostré en cada circunstancia la importancia de cumplir con nuestro propio deber y no tener miedo a no estar de acuerdo con “lo que todos los demás hacen”. La confianza en la ley divina me dio la capacidad de decir no a la corrupción y me mantuvo firme en la convicción de que hacer esto sería una bendición para todos. Como dice Ciencia y Salud: “En la relación científica entre Dios y el hombre, encontramos que todo lo que bendice a uno bendice a todos, ...” (pág. 206).
