En el ajetreo y el bullicio de nuestra vida diaria, puede ser fácil perder de vista una perspectiva espiritual. Pero mi reciente viaje a la India para un viaje de trabajo se convirtió en una profunda demostración sanadora del poder de Dios, el Espíritu.
Mi esposa y nuestros dos hijos pequeños, de dos y siete años, me acompañaron. La aventura comenzó con un intenso viaje de 27 horas desde nuestra casa en St. Louis hasta las afueras de Delhi. El viaje incluyó un cambio de horario de 10 horas y media, y nos dejó exhaustos y desorientados. Llegamos a nuestro destino a medianoche y nos fuimos a la cama. Nuestros hijos se despertaron a las 4 de la madrugada y mi esposa y yo nos levantamos para cuidarlos. Sintiéndonos abrumados, mi esposa y yo rápidamente nos enojamos y luego tratamos de calmarnos mutuamente. Se avecinaba la perspectiva de un largo día en la oficina.
El momento crucial llegó a las 5 de la mañana cuando un fuerte dolor de cabeza y frustración me embargaron. Pero entonces recordé la herramienta más grande y poderosa que tengo: la oración. (Hace mucho tiempo, mi esposa y yo habíamos acordado que confiar en Dios era nuestro fundamento.) Así que recurrí al ancla espiritual que me ha guiado a través de innumerables desafíos: la Lección Bíblica de la Ciencia Cristiana.
La Lección de esa semana se titulaba “Sustancia”. Encendí la versión de audio de la Lección e inmediatamente me calmó. Permití que las palabras de la Biblia y Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras de Mary Baker Eddy impregnaran mi consciencia, arrastrando la ira y la frustración que se habían apoderado de mí. Las citas se centraban en las ideas del Alma divina y el poder de nuestra capacidad para distinguir el bien del mal. Suspiré profundamente mientras recibía con agrado la idea de mi verdadera identidad espiritual perfecta, que Dios me ha dado.
La Lección fue seguida por la grabación de uno de mis himnos favoritos, que comienza:
De la materia al Alma es mi sendero,
de inquieta sombra a dulce claridad;
y es tal la realidad que yo contemplo
que canto: “¡He hallado la Verdad!”
(Violet Hay, Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 64, © CSBD)
Estas palabras ofrecían una paz que trascendía el agotamiento. Me brindaron el poderoso recordatorio de que, a pesar de los desafíos que enfrentábamos, yo me esforzaba por glorificar a Dios y mi vida tenía un propósito mucho más allá de mis preocupaciones inmediatas.
Me sentí renovado, con un sentido de esperanza y dispuesto a aceptar el bien. He descubierto que a veces eso es lo único que necesitamos para realizar una curación profunda.
Con esta nueva perspectiva, pude unirme a mi familia para desayunar y embarcarme en mi día, desafiando los límites convencionales del tiempo y la energía. Al visitar el programa de nuestra empresa en una zona al sur de Delhi, me encontré con mujeres cuya resiliencia y trabajo por la igualdad me hicieron llorar. Su fortaleza era un testimonio de la naturaleza infinita del bien, de Dios, y de la identidad espiritual de cada uno de nosotros. Mi dolor de cabeza, fatiga, ira y duda desaparecieron y me sentí completamente renovado, ¡tanto que corrí un poco más de cinco kilómetros después del trabajo!
Por la noche, todos los miembros de la familia se durmieron apaciblemente. Estaba asombrado por el profundo cambio que se había producido.
Al reflexionar sobre esta experiencia arrolladora, recuerdo la naturaleza ilimitada de nuestra identidad espiritual y la sustancia del bien que nos define. El camino hacia la calma y la claridad reside verdaderamente en escuchar y prestar atención a la guía siempre presente del Amor divino. A través de este viaje, pude comprender mejor que no estamos sujetos a las limitaciones del tiempo, sino que podemos probar, en cambio, la naturaleza ilimitada del Espíritu.