Posiblemente ya hayas notado el creciente uso del término caos en los medios de comunicación. Denota la confusión, desorden o imprevisibilidad que ocurre en los cuerpos físicos, el cuerpo político o la naturaleza. Todos estos estados transmiten la inquietante y falsa sensación de que un único poder gobernante o Principio carece de control. En su poema “El segundo advenimiento”, que se cree que representa al anticristo, William Butler Yeats lo expresa de esta manera: “Todo se desmorona; el centro cede”.
De hecho, el concepto de caos proviene de la nada misma. El primer capítulo de la Biblia menciona un vacío en tinieblas (véase Génesis 1:2). John Milton llamó a ese vacío caos en su poema épico Paraíso Perdido, y uno de los primeros diccionarios estadounidenses define el caos como “esa confusión, o masa confusa, en la que se supone que la materia existió, antes de que fuera separada en sus diferentes clases y reducida al orden, por el poder creador de Dios” (Noah Webster, American Dictionary of the English Language, 1828). El sentido generalizado del término, que denota desorden y confusión, sigue siendo común hoy en día.
No obstante, la Ciencia Cristiana muestra que el concepto mismo de caos es falso al revelar a Dios como el Principio divino y Espíritu infinito, que llena todo el espacio y siempre lo ha hecho. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy explica: “Lo infinito no tiene principio. Esta palabra principio es empleada para significar lo único, es decir, la eterna verdad y unidad de Dios y el hombre, incluyendo el universo” (pág. 502). Dios es el único creador, y puesto que Dios es Espíritu, Su creación es totalmente espiritual. El Espíritu nunca creó la materia, por lo tanto, la materia jamás existió, ni siquiera como un llamado vacío. La omnipresencia del Espíritu excluye todo vacío, y el Principio divino y omnipotente ordena y gobierna el universo.
Hoy en día, una rama emergente de la investigación científica llamada teoría del caos sostiene que “los fenómenos aparentemente aleatorios tienen un orden subyacente” (dictionary.com), y que por medio de las matemáticas y la física, los patrones percibidos en los sistemas dinámicos que proceden de alguna causa inicial pueden usarse para predecir sucesos futuros. Los modelos producidos bajo esta teoría se encuentran, por ejemplo, en la economía, el tráfico vial, la informática y el clima.
Hace años vi un programa de televisión educativo sobre este tema, y un segmento captó por completo mi atención. Arrojaron un jarrón de vidrio sobre el piso de baldosas de la cocina y, como era de esperar, se hizo añicos, y los pedazos volaron por todas partes. A continuación, se repitió el experimento y se grabó con fotografía a intervalos de tiempo. Las fotos mostraban esta ruptura como un evento formalmente controlado, agradablemente simétrico —no era aleatorio en lo más mínimo— las piezas que se desmontaban se movían en un patrón exacto.
En los años transcurridos desde entonces, a medida que he continuado mi estudio de la Ciencia Cristiana, la importancia de lo que vi se ha profundizado para mí. Considero que ilustra que la apariencia de cualquier fragmentación caótica es una ilusión. La Ciencia Cristiana revela que la sustancia de cualquier objeto es en realidad mental, no material. Todos los verdaderos modelos de pensamiento, incluyendo el pensamiento de un jarrón, se originan en Dios y, por lo tanto, están intactos para siempre.
Todo aparente caos, destrucción o desmoronamiento está solo en la creencia mortal. Dios, la Mente divina, no conoce el caos. Los patrones materiales que representan desorden y discordia no son leyes; no son como ese modelo santo e inmutable que se le mostró a Moisés en el monte de la visión (véase Éxodo 25:40). La eterna armonía divina es a la vez modelo y ley de paz y orden, y la paz y el orden son evidencias de la eterna presencia y acción del Principio divino, el Amor.
Con respecto a apoyarse en la observación material en busca de guía, Ciencia y Salud dice lo siguiente: “Los antiguos profetas obtenían su previsión desde un punto de vista espiritual e incorpóreo, no por presagiar el mal ni por confundir la realidad con la ficción, prediciendo el futuro desde una base de corporalidad y de creencias humanas” (pág. 84). En última instancia, lo único que realmente se puede predecir es el triunfo y el dominio del Principio omnipotente y su orden armonioso.
La práctica de la Ciencia Cristiana no se basa en la predicción, sino en la reversión de la discordia. Esto se ve particularmente en la curación de los efectos de los accidentes. Romper el jarrón era un experimento, pero uno hecho en clara imitación de la casualidad o el accidente. Las fotos con intervalos de tiempo, que representan la continuación ordenada de la forma perfecta del jarrón, apuntan al hecho de que el modelo de pensamiento del jarrón nunca había sido realmente destruido. Nunca fue destruido porque las ideas espirituales inmutables de Dios, que son las únicas verdaderas y reales, jamás abandonan a la Mente que las concibe y las mantiene.
Puesto que el universo real del hombre y las cosas es un reflejo del Espíritu y es totalmente espiritual, cualquier representación material de él es una falsificación, una imagen sostenida en creencia por la llamada mente carnal o mortal, que es en sí misma una creencia falsa. Una creencia falsa no tiene la capacidad de afectar o cambiar el objeto o la idea original más de lo que un espejo o un estanque acosado por el viento podría modificar lo que se refleja en ellos. Vista en el espejo de una atracción de feria o en un estanque agitado por el viento, la imagen puede parecer distorsionada, pero la original permanece inalterada. Como señala Eclesiastés: “He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá; y lo hace Dios, para que delante de él teman los hombres” (3:14).
La desintegración de las cosas, la infancia y la impotencia, la vejez y la decadencia, son patrones falsos. No son representaciones verdaderas del hombre, que no es mutable, sino que refleja eternamente la plenitud y perfección en constante desenvolvimiento del bien que existe por sí mismo, Dios. En la creencia mortal, los accidentes a menudo están relacionados con desarreglos físicos de algún tipo. El remedio es traer al pensamiento el verdadero modelo espiritual. La santidad o plenitud es la verdadera salud, la armonía celestial.
Puesto que el Espíritu es el bien infinito, su semejanza reflejada, el hombre, es también entera y permanentemente buena. Por lo tanto, mediante la práctica de la Ciencia Cristiana, el desorden o el caos de cualquier tipo, ya sea por accidente o enfermedad, se puede negar y probar que es irreal. Cuando revertimos en oración cualquier error, para nosotros mismos o para los demás, reconocemos la ley celestial de la continuidad, por medio de la cual todo lo que Dios crea permanece intacto, sujeto únicamente al desenvolvimiento eterno del mismo que Dios produce. Si bien es posible que aún no hayamos alcanzado la comprensión perfecta que nos capacita para “mantener intacto” un jarrón, miles de testimonios en los archivos de esta revista y sus publicaciones periódicas hermanas hablan de huesos rotos puestos en su lugar u otras discordancias resueltas mediante la oración únicamente; es decir, mediante la acción del Cristo sanador, la verdadera comprensión de Dios.
Así como un jarrón tiene una forma y un propósito inconfundibles que son intactos para siempre porque es una idea, lo mismo ocurre con el hombre. Por lo tanto, no sólo los accidentes, sino también las enfermedades —ya sean físicas o mentales— podrían considerarse dentro de las falsas hipótesis del caos, en el sentido de que no forman parte de la verdadera individualidad o propósito del hombre. Las perturbaciones e inarmonías de cualquier tipo que parecen ocurrir en el cuerpo, ya sea el cuerpo de un individuo o el cuerpo colectivo de la humanidad, son simplemente una creencia de separación de nuestra fuente divina, del Amor divino.
Bajo la ley del Principio divino, el Amor, el centro se mantiene firme; no hay caos. Cada creación está en su lugar correcto, funcionando de acuerdo con la voluntad de Dios, porque cada una es una idea espiritual de Dios; una expresión claramente individualizada de las cualidades del Espíritu. Y nuestro propósito es dar testimonio eterno de la sublime majestad del Creador.
Ceder y amar estas verdades es la forma de manejar cualquier desarreglo aparente en particular. La curación está asegurada cuando recordamos que Dios, el Amor, está siempre consciente de Su propia manifestación, ama a cada una de Sus ideas y bendice, preserva y gobierna todo a través de la omnipotencia del Principio divino.
¿Qué podemos decir de las desalentadoras opiniones de algunos sobre la inevitabilidad del caos? Verdaderamente, tales puntos de vista son errores, jamás forman parte de la verdadera consciencia que Dios otorga. El hombre de la creación de Dios no tiene mente propia, sino que refleja a la única Mente divina, el Principio divino. Por lo tanto, la creencia en el caos carece de poder para apartar a nadie de su verdadero propósito: glorificar al Padre-Madre. Saber esto con firmeza es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
En el Alma, Dios, no hay ni vacíos ni caos. Al comprender que el Alma es buena, nunca podríamos imaginar que “las estrellas del alba” (Job 38:7), dispuestas en orden y luz, fueran repentinamente arrojadas en desorden. Ciencia y Salud afirma: “‘Sea la luz’ es la exigencia perpetua de la Verdad y el Amor, cambiando el caos en orden y la disonancia en la música de las esferas” (pág. 255). Y al referirse a esa demanda en Génesis 1, un himno ofrece una oración para disolver el caos y realizar el orden divino:
Con Tu Palabra, Dios,
se fue la oscuridad y luz llegó.
Escucha mi oración:
si Tu Evangelio, Dios, no ha llegado aún,
Sea la luz.
(John Marriott, alt., Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 346)