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Original Web

Rechacemos las mentiras acerca de nuestro carácter

Del número de julio de 2025 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 18 de noviembre de 2024 como original para la Web.

Publicado originalmente en portugués


Cuando los actores interpretan su papel de manera convincente, creemos que son el personaje que representan. Aunque sabemos que es una actuación, su interpretación puede ser tan convincente que nos afecte emocionalmente.

De manera similar, el sentido personal —el falso sentido material de nosotros mismos, de los demás y de nuestra experiencia— puede parecer aún más convincente. Presenta un escenario y nos persuade de que somos el héroe orgulloso, el villano malvado o la víctima indefensa, y respondemos en consecuencia. 

Pero la Ciencia Cristiana muestra que la existencia material no es la realidad del ser. La verdad es que cada uno de nosotros es espiritual, creado por Dios y cuidado con amor a cada momento. Dios es infinitamente bueno, abraza a Su creación que es del todo buena, por lo que jamás hay un momento en el que tengamos que lidiar por nuestra cuenta con circunstancias o condiciones difíciles. Todo lo que parece ser injusto, frustrante o aterrador no proviene de Dios, sino que es un producto de los sentidos materiales que no tiene poder real sobre nosotros, a menos que lo creamos. Independientemente del drama que se presente, nuestra función es comprender y expresar nuestra verdadera individualidad como hijos de Dios.

Para ello, es importante elegir qué pensamientos tenemos. Los pensamientos armoniosos, inteligentes, útiles, alegres y pacíficos tienen su fuente en la Mente divina que nos creó. Los pensamientos temerosos, discordantes, críticos, enojados o condenatorios sobre nosotros mismos o sobre los demás no nos pertenecen, porque Dios no es su fuente. Provienen del falso sentido de una mente o individualidad separada de Dios, que en las Escrituras Pablo llama la “mente carnal” (KJV), y en la Ciencia Cristiana, se la denomina “mente mortal”. 

Durante varios años después de comenzar mi estudio de la Ciencia Cristiana, me di cuenta, para mi sorpresa y decepción, de que a menudo sentía ira por sucesos comunes y que era difícil volver al estado de equilibrio, alegría y claridad de corazón que es natural para nosotros como hijos amados de Dios. Me sentía incómoda cada vez que me enojaba, así que oraba, y el sentimiento desaparecía. Una vez, la ira fue tan fuerte que me causó un malestar físico. La oración trajo curación después de unos días, así como el reconocimiento de que la ira es un rasgo de carácter falso que no  forma parte de la identidad que Dios nos ha dado.

Mediante el estudio dedicado de la Biblia y los escritos de Mary Baker Eddy, así como vivir a diario lo que estaba aprendiendo de estos libros, dejé de sentir ira por mucho tiempo. Y luego, hace algunos años, trabajaba como enfermera de la Ciencia Cristiana y un día sentí que mi temperamento se exacerbaba cuando nos asignaron las tareas diarias. Me di cuenta de que me estaban dando una tarea que requeriría que practicara nuevas habilidades, y pronto me sentí tan abrumada que apenas podía pensar. Fue como si me devorara la ira. 

Pero entonces me vino a la mente un versículo de la Biblia: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces” (Mateo 7:15). Supe que esta ira no provenía del Amor divino. Era un “falso profeta” —una mentira acerca de mi carácter— así que tenía autoridad divina para rechazarlo. Al orar, negué todo pensamiento que justificara el sentimiento de ira hacia esta oportunidad de aprender, y comencé a recuperar mi equilibrio.   

Como hizo David cuando se enfrentó a Goliat en la batalla, utilicé todas las “piedras” que tenía a mi disposición, tales como el Padre Nuestro, los himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana y “la declaración científica del ser” de la página 468 del libro de la Sra. Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. Estos me ayudaron a aferrarme a la verdad de mi pureza como imagen y semejanza de Dios hasta que finalmente encontré mi paz. Pude pensar con claridad sobre la situación y sentir gratitud por la oportunidad de aprender y practicar nuevas habilidades.

Al considerar toda la experiencia más profundamente, me di cuenta de la importancia de vigilar con más atención nuestros pensamientos para detectar los falsos rasgos de carácter que el sentido personal nos atribuye, tales como timidez, mal humor, pereza, orgullo, insubordinación, desorganización, ira, gratificación propia y olvido. Es una creencia universal que todo el mundo tiene defectos, que son parte del ser humano. Pero Dios no hizo seres humanos con mentes separadas y propensas a errar y una mezcla de rasgos buenos y malos. Los hijos de Dios son espirituales y reflejan todas las cualidades íntegras de la única Mente divina, y nada más. 

Las llamadas faltas humanas son etiquetas falsas, no leyes, por lo que no tenemos que aceptarlas como si nos pertenecieran y, en consecuencia, actuar conforme a ellas. Creer que no podemos evitarlo porque fuimos creados con estas fallas o pecados sería deshonrar a Dios. La Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “El hombre es incapaz de pecar, enfermar y morir. El hombre verdadero no puede desviarse de la santidad, ni puede Dios, por medio de quien el hombre es desarrollado, engendrar la capacidad o libertad de pecar. ... En la Ciencia divina, Dios y el hombre verdadero son inseparables como Principio divino e idea” (págs. 475, 476).

Por ser el reflejo perfecto de Dios, el hombre expresa cualidades divinamente derivadas, tales como discernimiento, paciencia, obediencia, humildad, amor y el deseo de ser útil y servir a Dios de una manera que bendiga a todos.

He podido apaciguar el impulso de estar enojada al comprender que es un engaño del sentido personal, un drama irreal, que no es parte de mi verdadera naturaleza como hija de Dios. Aun cuando abandonar un sentido falso requiere esfuerzo, estoy muy agradecida por estas lecciones sobre cómo vivir el Amor divino. Podemos y debemos corregir todo lo que nos impida reflejar el Amor, porque este reflejo es nuestra función en la creación de Dios, la razón misma de nuestra existencia.

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