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Puesto que soy el reflejo perfecto de Dios, no puedo lastimarme, porque Dios no puede ser herido. Dios es Espíritu, y ¿cómo podría el Espíritu ser herido? Lo mismo ocurre conmigo, porque soy espiritual.
Una vez que comprendí esto, también vi que la verdadera oración acepta humildemente la paternidad y la maternidad de Dios, trayendo tranquilidad al corazón. Silencia los argumentos en contra del progreso y la curación, lo que resulta en la buena disposición para vivir las cualidades de Dios al albergarlas y expresarlas.
El Cristo nos impulsa a vivir desde el Amor y a hacer lo correcto, a pesar del temor a las consecuencias. Nos brinda la sincera convicción de que podemos seguir adelante.
Es sólo el Amor divino, vivido prácticamente en nuestra experiencia diaria, lo que permite que nuestros sistemas políticos pasen metafóricamente de la muerte a la vida, para ser renovados y fortalecidos.
Oré para ver que la enfermedad, y específicamente una pandemia, no tenía inteligencia. Jamás fue creada por Dios, por lo que no podía tener poder.
Cuando las cosas que hemos apreciado están inestables, cambian, son cuestionadas o debatidas, o incluso perdidas, encontramos que la misma Roca salvadora que encontró el salmista —el fundamento eterno y espiritual del Amor divino, Dios— todavía está presente.
Reconozco que nuestra paz y bienestar individuales enfrentan desafíos, hasta el triunfo final sobre toda mentalidad material. Pero la resolución de cada desafío proporciona más crecimiento y aprecio por la comprensión del Dios del todo bueno.
Vi que cada uno de ellos expresaba solo al Dios infinito, el bien.
La curación espiritual se evidenció por primera vez en nuestra familia al eliminar el temor de la madre en lugar de centrarse en la condición física del niño.
La curación metafísica conduce a la buena salud. La capacidad de recurrir a Dios para sanar y encontrar alivio de la enfermedad a través de medios espirituales es increíblemente liberadora.