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¡Espera la bondad de Dios… inmediatamente!

Del número de octubre de 2022 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace varios años, una amiga compartió una experiencia durante la reunión de los miércoles de nuestra filial de la Iglesia de Cristo, Científico. Había estado con su hijo de tres años en la piscina de un hotel, y cuando se dio vuelta para acomodar sus cosas, su hijo cayó en lo más profundo de la piscina. Ella corrió hacia allí, lista para zambullirse, pero justo en ese momento su hijo volvió a aparecer en la superficie cerca del borde, desde donde ella pudo sacarlo fácilmente y ponerlo a salvo. El niño no tenía miedo. Mientras lo secaba, la madre le preguntó qué estaba pensando cuando se cayó. Él dijo: “Mamá, yo no sé nadar, así que dije: ‘¡Ponte debajo de mí rápido, Dios!’”. Él esperaba que Dios lo ayudara y estuvo a salvo.

Cuando esperamos ayuda inmediata de Dios, la recibimos. ¿Por qué es así? La Biblia nos dice que Dios está siempre presente. La Ciencia Cristiana saca a relucir aún más que Dios es todo-acción y está lleno de amor por nosotros. Dios es nuestro Padre-Madre, y nunca podemos apartarnos de Su cuidado. Dios nos ha creado espiritualmente: indestructibles, inocentes, libres de daño. Recurrir a Dios, como lo hizo ese pequeño, es anticipar —y luego recibir— solo el bien.

El siguiente es un ejemplo de la Biblia del cuidado instantáneo: “Mientras Jesús iba…, las multitudes lo rodeaban. Una mujer de la multitud hacía doce años que sufría una hemorragia continua y no encontraba ninguna cura. Acercándose a Jesús por detrás, le tocó el fleco de la túnica. Al instante, la hemorragia se detuvo”. Jesús entonces le aseguró: “Hija… tu fe te ha sanado. Ve en paz” (Lucas 8:42-44, 48, NTV).

Cuando Jesús la tranquilizó, la llamó “hija”. Para mí, esto sugiere que, si vamos a practicar lo que Jesús enseñó, es importante identificarnos a nosotros mismos y a los demás como hijos e hijas de Dios para experimentar la bondad divina. Jesús también le dijo a la mujer que su fe la había sanado y que se fuera en paz. ¿Podemos esperar la misma bondad que esa mujer experimentó en la Biblia y el niño pequeño en la piscina?

El niño esperaba que Dios lo ayudara y estuvo a salvo.

Cuando nuestros hijos eran de edad preescolar, y estábamos esperando nuestro tercer hijo, mi esposo y yo nos fuimos de la pequeña comunidad donde habíamos crecido. En esa comunidad vivían nuestros padres, varios hermanos y muchos amigos de la escuela. La ayuda estaba siempre a la mano. Por ejemplo, en los meses de invierno, si alguien se quedaba atascado en la nieve, otro siempre aparecía y ayudaba. Pero no conocíamos a nadie en nuestra nueva ciudad.

Cuando llegamos, compramos un coche usado con el poco dinero que teníamos y nos dirigimos a nuestro nuevo apartamento, a cuarenta y cinco minutos por la carretera. De repente, el auto comenzó a sobrecalentarse y tuvimos que detenernos. Esto fue antes de los teléfonos celulares, y no teníamos dinero extra para pagar un servicio de remolque, incluso si hubiera habido uno en esa área. Mi esposo, que sabía de autos, echó un vistazo debajo del capó y descubrió que una manguera se había soltado; era fácil de arreglar, pero necesitábamos salir de la carretera y buscar una fuente de agua.

Mientras él revisaba debajo del capó, y muchos autos pasaban, comencé a orar. Había orado y recibido la guía que necesitábamos para llevar a cabo todas las tareas relacionadas con nuestra mudanza, y mientras permanecía en el auto, sabía que Dios, el bien, estaba presente, dirigiendo nuestro próximo paso. Empecé a cantar con los niños un himno favorito. Era de un poema escrito por Mary Baker Eddy, y la primera estrofa dice:  

La colina, di, Pastor,
cómo he de subir;
cómo a Tu rebaño yo
debo apacentar.
Fiel Tu voz escucharé,
para nunca errar;
y con gozo seguiré
por el duro andar.
(“Apacienta mis ovejas”, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 304)

Era tarde, los niños ansiaban cenar y los temores comenzaron a surgir sobre lo que haríamos si todavía estábamos allí después del anochecer. Pero luego recordé esta reconfortante declaración grabada en una pared de la iglesia donde vivíamos antes: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 494). La palabra siempre significa sin falta, en cada ocasión, a cada momento. Allí mismo donde estábamos, el Amor divino, Dios, estaba presente. Como hijos e hijas del Amor, no podíamos sino practicar lo que Jesús enseñó, identificándonos a nosotros mismos y a los demás como hijos de Dios.

Justo en ese momento, un automóvil se detuvo, y unas personas amables le entregaron a mi esposo una jarra de agua y se fueron a toda velocidad. Sorprendido y agradecido, vertió el líquido precioso en nuestro sediento automóvil, y nos dirigimos a una gasolinera, donde pudimos enfriar nuestro motor, volver a conectar la manguera y agregar agua antes de conducir con seguridad hacia nuestro apartamento. Esos extraños expresaron tan claramente la bondadosa provisión del Amor divino que nuestra gratitud a ellos y a Dios se desbordó.

Mientras reflexionaba sobre esta experiencia, leí estas palabras de la Sra. Eddy: “San Pablo escribió: ‘Regocijaos en el Señor siempre’. Y ¿por qué no, ya que las posibilidades del hombre son infinitas, la felicidad es eterna, y se puede estar consciente de ello aquí y ahora?” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 330).

Nuestras posibilidades son infinitas porque la consciencia de Dios, el Amor, está constantemente presente. Puesto que Dios está siempre presente, el bien está siempre presente. Nunca podemos alejarnos o separarnos del cuidado del Amor. Podemos anticipar y esperar el bien espiritual. Al igual que la mujer en el libro de Lucas y el niño pequeño de mi amiga en la piscina, nuestra familia esperaba ayuda inmediata de Dios y la recibió, ¡y tú también puedes recibirla!

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