Hace varios años, una amiga compartió una experiencia durante la reunión de los miércoles de nuestra filial de la Iglesia de Cristo, Científico. Había estado con su hijo de tres años en la piscina de un hotel, y cuando se dio vuelta para acomodar sus cosas, su hijo cayó en lo más profundo de la piscina. Ella corrió hacia allí, lista para zambullirse, pero justo en ese momento su hijo volvió a aparecer en la superficie cerca del borde, desde donde ella pudo sacarlo fácilmente y ponerlo a salvo. El niño no tenía miedo. Mientras lo secaba, la madre le preguntó qué estaba pensando cuando se cayó. Él dijo: “Mamá, yo no sé nadar, así que dije: ‘¡Ponte debajo de mí rápido, Dios!’”. Él esperaba que Dios lo ayudara y estuvo a salvo.
Cuando esperamos ayuda inmediata de Dios, la recibimos. ¿Por qué es así? La Biblia nos dice que Dios está siempre presente. La Ciencia Cristiana saca a relucir aún más que Dios es todo-acción y está lleno de amor por nosotros. Dios es nuestro Padre-Madre, y nunca podemos apartarnos de Su cuidado. Dios nos ha creado espiritualmente: indestructibles, inocentes, libres de daño. Recurrir a Dios, como lo hizo ese pequeño, es anticipar —y luego recibir— solo el bien.
El siguiente es un ejemplo de la Biblia del cuidado instantáneo: “Mientras Jesús iba…, las multitudes lo rodeaban. Una mujer de la multitud hacía doce años que sufría una hemorragia continua y no encontraba ninguna cura. Acercándose a Jesús por detrás, le tocó el fleco de la túnica. Al instante, la hemorragia se detuvo”. Jesús entonces le aseguró: “Hija… tu fe te ha sanado. Ve en paz” (Lucas 8:42-44, 48, NTV).
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