Se dice que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Y los estudios muestran que la gente tiende a aceptar que las opiniones y seudohechos son una información confiable si los escuchan con suficiente frecuencia.
Los grupos de interés especial, al usar la comunicación instantánea y las redes sociales mundiales, han ayudado a hacer que lo que los psicólogos llaman “la ilusión de la verdad” sea una enorme influencia hoy en día, especialmente en la política. Se dice que estamos en la era de la posverdad, donde “los hechos objetivos tienen menos influencia para moldear la opinión pública que recurrir a la emoción y a la creencia personal” (Oxford English Dictionary).
¿Cómo contrarrestamos esta tendencia engañosa? Un buen lugar donde empezar es en lo que nos dice la Biblia acerca de Dios: “Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto” (Deuteronomio 32:4).
Este “Dios de Verdad” se revela a Sí Mismo en nuestra experiencia al darnos un firme fundamento sobre el que apoyarnos. Así como aseguraríamos un bote a una roca, podemos encontrar paz y seguridad al basar nuestros pensamientos y acciones en la Verdad divina.
A través del profeta Moisés, Dios reveló los Diez Mandamientos; leyes morales que nos llevan a vivir en armonía con Dios y unos con otros. Cristo Jesús enseñó la importancia de obedecer estas leyes, como se resumen en dos grandes mandamientos: “ amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:30, 31).
Estas leyes no son creaciones humanas, sujetas a la manipulación por intereses personales o caprichos sociales. Son una revelación directa de Dios al hombre, y vivir de acuerdo con ellas es innato en nosotros como hijos de Dios. Jesús enseñó y demostró que la obediencia a estas leyes morales y espirituales nos capacita para experimentar el reino de los cielos, la armonía, ahora mismo.
Este “Dios de Verdad” se revela a Sí Mismo en nuestra experiencia al darnos un firme fundamento sobre el que apoyarnos.
Voy a dar un ejemplo. Hace un tiempo me molestaba mucho ver programas políticos de actualidad y de opinión en la televisión; en la mayoría de ellos presentaban a invitados con posturas opuestas, quienes, en vez de conversar sobre hechos comprobables, discutían sobre sus opiniones desalentadoras y muchas veces terminaban a los gritos. Decidí no consumir ese tipo de programación. Pero luego noté que el solo hecho de ver un avance publicitario de estos programas me producía un estado de indignación e irritación que no me hacía sentir bien.
No podía continuar así. En Mateo 3:2, Juan el Bautista exhorta: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Desde la perspectiva de la Verdad, razoné que la irritación era totalmente ajena a mi naturaleza como hija de Dios. Me arrepentí y oré con el deseo sincero de purificar mi forma de pensar y sentir la paz del reino de los cielos. Sabía que cada uno de nosotros tiene el derecho divino de vivir en armonía y amor fraternal.
Esto no significaba negar la realidad. Por el contrario, significaba desechar la posverdad y volverme a la Verdad divina que libera. En esa época, estaba estudiando el Sermón del Monte. Presté atención a lo que Jesús dice en las Bienaventuranzas sobre cómo debemos ser: humildes, misericordiosos, pacificadores, de corazón puro (véase Mateo 5:1-12). Estas humildes actitudes son el cimiento del carácter cristiano, y expresarlas nos ayuda a estar conscientes de lo que es verdad: nuestra relación con Dios y la paz y la pureza que están siempre a la mano. Cuando nuestro pensamiento está en línea con lo que es verdad espiritualmente, estamos menos propensos a ser engañados por las falsas apariencias materiales.
Me propuse llevar a la práctica con más constancia estas cualidades en el día a día y aceptar como real solo la creación totalmente buena de Dios: el hombre y el universo espirituales. Comencé a ver la importancia de afirmar en oración que el hombre de la creación de Dios no puede ser arrastrado hacia un estado de negatividad y ceguera moral que lo llevaría a olvidar las leyes del Amor. De hecho, vivirlas es la esencia misma de nuestro ser como hijos e hijas de Dios.
Me sentí inspirada al considerar la definición de “Mente” de Mary Baker Eddy en el Glosario de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la cual dice en parte: “El único Yo, o Nosotros; el Espíritu, el Alma, el Principio divino, la sustancia, la Vida, la Verdad, el Amor únicos” (pág. 591).
Puesto que la Mente divina es la única fuente verdadera de nuestros pensamientos, volvernos a esta Mente nos brinda inteligencia e inspiración, incluso la capacidad de discernir y valorar lo que es cierto, y evitar ser manipulados por agendas políticas o sociales. Al recurrir a la Mente para que guiara mi pensamiento, muy pronto me sentí en paz, muy amada por Dios y capaz de amar más a los demás.
En la familia de Dios, no hay lugar para la fragmentación social o el pensamiento de “nosotros contra ellos”. Al vivir desde la perspectiva de la Verdad invariable, no podemos ser engañados. La Verdad divina trae sabiduría, estabilidad y libertad a nuestra vida diaria.