Cuando era niña sufría de asma. Mis padres siempre me apoyaban —ya fuera al orar, cantar y reconocer el cuidado de Dios por mí— sin embargo, en aquella época no había ningún practicista de la Ciencia Cristiana en las Filipinas a quien llamar para pedir un tratamiento de la Ciencia Cristiana. Mi familia siguió orando basándose en lo que habíamos aprendido a través del estudio de la Ciencia Cristiana, y los síntomas del asma desaparecían.
Pero en una ocasión, mi tío, que es médico, se dio cuenta de mi problema respiratorio y dijo que debería ir a una clínica local para recibir tratamiento médico. Así lo hice. No obstante, aunque mis síntomas se aliviaron temporalmente, los médicos dijeron que no había cura para la afección en sí.
Había asistido a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana desde que era pequeña, y había aprendido que el amor de Dios está siempre conmigo sin importar dónde esté, porque Dios, el Amor divino, está siempre presente. Así que era natural para mí orar y pensar en Dios cuando tenía miedo. Esto me ayudó a sentirme más tranquila.
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