Cuando la Verdad divina disolvió las dudas y los temores, estos dejaron de venir al pensamiento. Sentí un empujón mental de Dios, una guía silenciosa y santa, para seguir adelante con mi solicitud de anunciarme en el Journal, y fue aceptada.
Una manera de comprender más plenamente a Dios, el Espíritu, y aprender acerca de Su naturaleza es pensar profundamente en las cualidades de Dios —las cuales son espirituales— reconocer que naturalmente expresamos esas cualidades como descendientes de Dios y ponerlas en práctica en nuestra vida.
Después de orar con estos hechos espirituales, sentí la presencia de Dios y una alegría que nada podía quitarme. Confiando en el Señor con todo mi corazón, me fui a dormir y oré de esta manera cada vez que me despertaba durante la noche.
Descubrí que no necesitaba “10 pasos sencillos” para ser feliz, sino que cada respuesta que necesito siempre se encuentra en la Biblia y en Ciencia y Salud.
De repente tuve la idea de que Dios no necesitaba que yo Lo defendiera. ¡Él es Dios, por el amor del cielo!
Ser original en ayudar a los estudiantes a reconocer su propia habilidad natural de escuchar la voz de Dios es profundamente inspirador. Y encontrar maneras agraciadas de indicar que los estudiantes son pensadores inteligentes y sanadores capaces muestra que la confianza en ellos es genuina y real.
Oro para saber que las necesidades de cada niño pueden ser satisfechas y que sus preguntas pueden ser respondidas mediante el estudio de las Escrituras.
A medida que comprendemos y aprendemos más de la omnipotencia y omnipresencia de Dios, nuestro pensamiento se abre naturalmente para recibir los mandamientos, la seguridad y la iluminación del Espíritu.
También llegué a comprender que Dios, que es el Amor mismo, no nos daría un deseo y luego nos impediría, o permitiría que se nos impidiera, poder cumplirlo. También me di cuenta gradualmente de que, si algún deseo no era de Dios, naturalmente se desvanecería.
Comienza tu viaje espiritual ahora. No te demores. Día tras día encontrarás tu vida en el Espíritu, donde nada “hace abominación y mentira” (Apocalipsis 21:27); en el Amor divino, donde mora el hombre para siempre.