Cuando era niño, me quedaba despierto durante horas por la noche tratando de conciliar el sueño. El problema, tal como lo veo ahora, era mi insistencia en entender qué significaba quedarse dormido para poder hacerlo realidad. Por supuesto, no hay nada de malo en querer entender algo, pero este tipo de curiosidad era contraproducente para mi necesidad de simplemente ceder al sueño.
He estado pensando en esto últimamente en relación con la curación espiritual en la Ciencia Cristiana y el hecho de que la práctica de la Ciencia Cristiana se trata de ceder a la Mente divina, Dios. En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy, leemos: “El efecto de esta Ciencia es inducir la mente humana a un cambio de base, sobre la cual pueda ceder a la armonía de la Mente divina” (pág. 162).
De niño, mi esperanza de que podía saber lo suficiente sobre el sueño como para pensar en cómo lograrlo no era una buena base sobre la cual ceder. Del mismo modo, he encontrado ciertas perspectivas menos conducentes que otras a la práctica eficaz de la curación espiritual. Por ejemplo, la fascinación por el problema por el que estoy orando tiende a hacer que el problema me parezca más sustancial o real. En mi experiencia, una perspectiva más útil es el reconocimiento de que Dios es más grande que el problema. De hecho, Dios es infinitamente más grande que el problema y es el único poder. Entonces ceder a lo que Dios, la Mente, sabe acerca de mí como Su idea eterna y armoniosa, se vuelve más fácil. Cuando cedemos a Dios, se produce la curación.