
Relatos de curación
Sentí que la única manera de salir de esta confusión era renovar mi compromiso con la religión que siempre había amado.
La curación se produjo suave pero firmemente, y mi alegría regresó a medida que mantuve con diligencia en mi pensamiento la verdad de mi perfección presente como reflejo de Dios en lugar de la imagen ilusoria de un cuerpo enfermo.
Continué orando, sabiendo que podía ver y experimentar solo la armonía de la creación de Dios.
Sabía que las verdades que estaba declarando acerca del Dios perfecto y del hombre perfecto me hacían libre.
Lo que me vino ese día fue reflexionar profundamente si realmente creía y entendía la vida de Jesús, sus palabras y obras.
Mi práctica diaria consistía en mantenerme cada vez más en la bondad de Dios y en todo lo bueno que veía expresado a mi alrededor, y verme a mí mismo como el reflejo de Dios.
Con esta verdad en el pensamiento, desperté. Dejé de tratar de “arreglar el sueño” y acepté que, por ser la imagen del único creador, Dios, mi vida era divinamente inspirada, y que era guiada por el camino correcto con abundancia de propósito y satisfacción.
Sentí que era el Cristo, la verdadera idea de Dios, que Jesús encarnó, que me fortalecía y me capacitaba para apoyarme en Dios para sanar.
Poco a poco, comencé a sentir una paz que nunca antes había conocido y que sigo descubriendo al escuchar a Dios en oración.
Al reflexionar sobre esa experiencia, que ocurrió hace décadas, me he dado cuenta de que la pregunta: “¿Qué haría Jesús?” —o, en otras palabras, “¿Cómo respondería Jesús?”— es una pregunta que podríamos hacernos en cualquier circunstancia.