Estoy muy agradecido por la Ciencia Cristiana y las numerosas curaciones que he tenido a lo largo de mi vida. Una de las que tuve hace años fue particularmente memorable.
De niño, asistí a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, pero cuando era joven me alejé de la Ciencia Cristiana. Si bien nunca la abandoné por completo, no asistía a la iglesia con regularidad y aplicaba las enseñanzas solo cuando tenía dificultades en los negocios, las relaciones y la vida cotidiana. Para los problemas de salud, por lo general buscaba atención médica.
Pero con el tiempo descubrí que practicar la Ciencia Cristiana de esta manera poco entusiasta simplemente no funciona. Tuve que reconsiderar este enfoque después de tener una afección muy dolorosa en el codo que me impedía jugar al tenis; deporte que amaba y que había jugado de manera competitiva y a un alto nivel desde mi juventud. El problema se volvió crónico y finalmente decidí ver a un médico. Este ordenó una resonancia magnética y me dijo que mi condición era resultado natural de muchos años de estrés y que no se podía hacer nada más que una cirugía.
Bueno, hay un viejo refrán que dice que “la necesidad extrema del hombre es la oportunidad de Dios”, e hice lo que debería haber hecho desde el principio: me volví a Dios de todo corazón. Haciendo caso omiso de lo que el médico me había dicho, dirigí mi pensamiento a las verdades que conocía de mi estudio anterior de la Ciencia Cristiana.
Casi al mismo tiempo, me estaba retirando de mi carrera empresarial, y esto me permitió dedicar mucho tiempo para “investigar en profundidad” la Ciencia Cristiana. Pasé la mayor parte de ese verano leyendo el libro de texto Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy, de principio a fin, leyendo las revistas de la Ciencia Cristiana y reuniéndome con regularidad con un practicista de la Ciencia Cristiana a quien le había pedido tratamiento.
El practicista y yo oramos con las verdades espirituales sobre Dios y el hombre que se encuentran en la Biblia y en Ciencia y Salud. Nos enfocamos en la totalidad y perfección de Dios; la perfección de la creación espiritual y eterna de Dios, el hombre (un término que se refiere a todos y a cada individuo); y la nada de todo lo que sea desemejante a Dios, como la discordia y la enfermedad. Ahora bien, una cosa es reconocer y afirmar estas verdades, y otra muy distinta es comprenderlas realmente, y ahí es donde entraron todo mi estudio y oración.
A medida que avanzaba el verano y la afección persistía, tuve que resistir las ansias de revisar constantemente mi codo para medir mi progreso o la falta de él. Me di cuenta de que tenía que apartar mi atención del cuerpo y no confiar en los sentidos físicos para que me dijeran cómo estaba. Hubo períodos de desaliento en los que pensé que no estaba progresando. Sin embargo, el practicista me aseguró que estaba progresando espiritualmente y que cuando progresamos espiritualmente, el cuerpo tiene que adaptarse. Ciencia y Salud explica: “El cuerpo mejora bajo el mismo régimen que espiritualiza el pensamiento...” (pág. 370).
En algún momento del camino, dejé de enfocarme en el problema y de tratar de arreglar mi cuerpo y simplemente disfruté de lo que estaba aprendiendo acerca de Dios y mi identidad totalmente espiritual. El crecimiento espiritual se convirtió en mi objetivo. Fue tiempo después de este cambio de pensamiento que me di cuenta de que mi brazo estaba completamente sano. Pude volver a jugar al tenis, y desde entonces he jugado cinco o seis días a la semana con total libertad durante muchos años.
Estoy muy agradecido por esta curación, pero aún más agradecido por la confianza que obtuve al saber que la Ciencia Cristiana es eficaz para sanar cualquier problema. Además, no mucho después de esto, tomé clase de instrucción de la Ciencia Cristiana, lo que ha profundizado mi amor por esta Ciencia que transforma la vida y ha resultado en muchas curaciones y bendiciones a lo largo de los años.
John Marshall
Rowayton, Connecticut, EE.UU.
