
Relatos de curación
Me negué a aceptar que alguien pudiera tener una enfermedad del estómago, ya que Dios crea al hombre a Su imagen, completo y sano. Reconocí con firmeza la amorosa presencia de Dios.
Cuando comencé a dar gracias a Dios y a apreciar esas inspiradas ideas, noté que nuestro hijo dormía plácidamente.
Después de unos diez minutos de declarar con firmeza la verdad, sentí que me embargaba una ola de paz, y supe categóricamente que todo estaba bien.
Él me recordaba que yo era el reflejo de Dios, y expresaba Sus cualidades, tales como resistencia, fortaleza y libertad.
Estaba empezando a ver que el gobierno de Dios de todo el universo tenía que incluir cada aspecto de la experiencia.
Fue entonces que recordé las palabras: “El Cristo. La divina manifestación de Dios, que viene a la carne para destruir el error encarnado” (Ciencia y Salud, pág. 583).
Estaba en camino de ver que la imagen mental que había aceptado, aunque parecía ser bastante real, era una imagen de la vida y la inteligencia en la materia.
A cada momento, mantuve mi atención en estas fortalecedoras ideas, y rehusé dejarme impresionar por el dolor o la gran ampolla que se había formado.
Leer en la iglesia no se trataba de que yo hablara, sino de dejar que la Palabra de Dios brillara, y podía hacerlo con confianza sin ningún sentido de vergüenza o timidez.
La verdadera Mente, la única Mente real, es Dios, y esa Mente es el Espíritu divino, y todo el bien.