Editoriales
¿Alguna vez se ha preguntado cómo una enfermedad corporal, con sus complejos procesos, puede ser sanada “simplemente mediante la oración”? Si somos sinceros, casi todos tenemos que admitir que alguna vez nos hemos hecho esa clase de pregunta. Tomemos como ejemplo la gripe; podríamos preguntarnos cómo se puede bajar la fiebre, cambiar secreciones anormales, eliminar los escalofríos, etc.
Judas tenía las armas del mundo. Jesús no tenía ninguna de ellas y no escogió los medios con que se defiende el mundo.
En la primavera, a los árboles frutales que han permanecido en estado latente durante el invierno, les salen las hojas y florecen. Luego, dan frutos capaces de producir más árboles.
Si usted hubiera estado con Jesús en el huerto de Getsemaní, ¿hubiera previsto de inmediato lo que le iba a ocurrir a él durante la Pascua de Resurrección, luego de haber sido arrestado por los soldados? Si hubiera estado prisionero con Pablo, ¿hubiera usted cantado himnos con fe y fervor constantes? No siempre es fácil darse cuenta de lo que está ocurriendo cuando estamos en medio de los acontecimientos diarios. Cuando reflexionamos desde una perspectiva histórica, luego que todo se ha calmado, tal vez pensemos que el triunfo del bien era evidente de por sí.
Desde joven sentí el gran respeto que había en nuestro hogar por las Escrituras. Recuerdo que cuando mi madre nos llevaba a mi hermano y a mí a la cama, se quedaba con nosotros mientras repetíamos el Padre Nuestro.
Tal vez no sea algo tan falto de realidad estimar que miles de personas, tal vez millones, oran diariamente: “Venga tu reino”. Mateo 6:10.
Hay una historia en el Antiguo Testamento que está llena de desafíos que ponen a prueba al espíritu humano. No obstante, al mismo tiempo, es una historia que contiene abundantes lecciones sobre la constante devoción, el amor paciente y el triunfo en la adversidad.
Cada uno de nosotros tiene la capacidad para demostrar la verdad de que el hombre es eterno, glorioso, imperecedero — inmortal — ahora. Puede que parezca contradictorio decir que el cultivar esta capacidad entraña comprender que la inmortalidad no necesita cultivarse.
Cuando era niño me encantaba salir a buscar cosas. Mis abuelos vivían en una casa que estaba sobre la ribera de la desembocadura de un río, que era un lugar perfecto para descubrir pequeños objetos.
Avalanchas, terremotos, maremotos, erupciones volcánicas. Algunas veces en documentos legales se les llama casos de fuerza mayor, sugiriendo que son la voluntad de Dios.