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¿Toleramos el dolor o lo sanamos?

Del número de febrero de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mi amiga se subió al tobogán con su esposo y uno de sus dos hijos. Era la primera deslizada que hacían ese invierno. La nieve ligeramente cubría las hojas y, a mitad de la colina, el tobogán bajaba como un bólido.

De pronto, mi amiga recordó que en el invierno anterior habían notado un precipicio al final de la colina. Tenían que evadirlo. Pero ahora el tobogán iba directamente en esa dirección. No había forma de frenar o de cambiar el rumbo. No había tiempo de escapar saltando del tobogán. Mi amiga sintió una oleada de temor; y luego el choque.

Su esposo e hijo salieron temblando de temor, pero ilesos. Mas mi amiga salió con la espalda gravemente lesionada. Su otro hijo vino a ayudarlos, y toda la familia recurrió a Dios en oración. Los dos hijos cantaron himnos mientras el padre iba a buscar el auto.

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