Mi amiga se subió al tobogán con su esposo y uno de sus dos hijos. Era la primera deslizada que hacían ese invierno. La nieve ligeramente cubría las hojas y, a mitad de la colina, el tobogán bajaba como un bólido.
De pronto, mi amiga recordó que en el invierno anterior habían notado un precipicio al final de la colina. Tenían que evadirlo. Pero ahora el tobogán iba directamente en esa dirección. No había forma de frenar o de cambiar el rumbo. No había tiempo de escapar saltando del tobogán. Mi amiga sintió una oleada de temor; y luego el choque.
Su esposo e hijo salieron temblando de temor, pero ilesos. Mas mi amiga salió con la espalda gravemente lesionada. Su otro hijo vino a ayudarlos, y toda la familia recurrió a Dios en oración. Los dos hijos cantaron himnos mientras el padre iba a buscar el auto.
Una vez en casa, la familia continuó orando, y pronto mi amiga pudo caminar. Por esto, se sintió agradecida. Sin embargo, aún sentía dolor y no podía agacharse para sacar cosas de las repisas bajas de la cocina o del supermercado. Su esposo y los hijos la ayudaban, y ella sobrellevaba la situación.
Mas como después de algunas semanas el dolor todavía persistía, un día mi amiga se dio cuenta de lo que había estado haciendo: soportando el dolor, simplemente tolerándolo. Después de todo, había pasado los días y hecho casi todo lo que tenía que hacer. ¿Por qué no tolerar un poco de dolor?
Pero ahora había despertado a percibir esta sutil decepción. La Ciencia Cristiana claramente explica que es sólo la imposición de la mente mortal, o lo que el Nuevo Testamento denomina la mente carnal, lo que quisiera mantenernos ligados a un sentido material de existencia, con sus propias limitaciones. El magnetismo animal, la atracción de la mente mortal, quisiera tentarnos a hacernos creer en la materialidad como si fuera nuestra propia realidad. Pero el magnetismo animal es una mentira que no tiene realmente poder para oponerse a Dios y a Su plan de bien eterno, de vida eterna, para Su creación espiritual. Cristo Jesús demostró esto cada vez que sanó la enfermedad o el pecado.
Mi amiga decidió adoptar una posición firme contra la sugestión de que el hombre es material, un mortal finito sujeto a lesiones, dolores y limitaciones. En realidad, no puede haber condición que se oponga a Dios, que es el bien omnipotente. Mi amiga sabía que había orado diligentemente y que Dios responde a la oración. Mi amiga había comprendido claramente la verdad acerca de Dios y del hombre: Dios perfecto y Su expresión perfecta. Esta verdad es una verdad sanadora. Mi amiga podía aferrarse a esta verdad, negarse a tolerar una mentira, y reclamar su curación. Y así lo hizo. El dolor desapareció de inmediato, y se liberó completamente.
El tolerar el error en cualquier forma es de por sí un error. El soportar algo que no tiene derecho a existir sería darle la única “existencia” que pareciera tener. Sólo cuando se acepta una mentira, puede parecer verdadera o tener efecto. Mas si una mentira se ve como mentira, si se resiste firmemente y se reemplaza con la verdad, la falsedad no puede engañarnos o hacernos daño.
La Ciencia Cristiana enseña que la enfermedad —aun cuando al enfermo le parezca una tremenda realidad— es, en verdad, una de las mentiras que desafían a la existencia humana. Un accidente es una mentira; el dolor es una mentira. Todo lo que quisiera negar la omnipresencia de Dios y Su efecto totalmente bueno, es falso e ilusorio, a pesar de que el error puede presentarse como sólida convicción a quienes aún no lo han visto por lo que realmente es.
El hombre y el universo son, en verdad, espirituales. La creación de Dios, el Espíritu, no puede ser identificada en la materia, la cual es tan diferente al Espíritu. La materia es temporal; puede reducirse, y hasta destruirse. Sin embargo, el Espíritu divino es eterno, infinito, indestructible. Y el hombre, la emanación del Espíritu, incorpora las cualidades del Espíritu, no de la materia. Este hombre espiritual es nuestro ser verdadero.
El comprender estas verdades nos da una base firme para demostrar, paso a paso, nuestro verdadero ser. Estas verdades científicas constituyen el “cómo” de la oración. En otras palabras, nuestra oración es científica y eficaz en la medida en que expresa una verdad espiritual. Mediante la aplicación práctica de la verdad espiritual, la curación se hace evidente; las lesiones y los dolores son erradicados porque no forman parte de la creación de Dios y porque no tienen cabida en Su reino o en el hombre de Su creación. Como lo dice el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy: “La Verdad es siempre verídica y no puede tolerar error alguno en la premisa o en la conclusión”.Ciencia y Salud, pág. 129.
La curación que resulta de la oración —la curación metafísica— glorifica a Dios porque demuestra la omnipotencia del bien como causa divina y la impotencia del mal. Pero, al tolerar el dolor —aun en mínimo grado— de hecho glorificaría la materia. Presumiría que la causa está en la materia y que puede ser tanto mala como buena. La premisa es incorrecta, y la conclusión discordante. Tolerar el error sería como decir: “Esta existencia material es, simplemente, así; no es una existencia maravillosa, pero puedo tolerarla”.
Sin embargo, el hecho es que no podemos vivir con la materialidad, sea que se manifieste como dolorosa o placentera. No hay verdadera sustancia o propiedad vivificadora en la materia que sostenga la vida verdadera: la vida que es eterna y totalmente buena. Pero podemos vivir —realmente vivimos— con Dios, el Espíritu divino, la Verdad infinita. La única vida que realmente tenemos es nuestro reflejo de la Vida divina.
Es deber del cristiano vivir en conformidad con los hechos espirituales del ser, no con mentiras. Es nuestro deber resistir lo que no es verdad, resistir el dolor y no soportar el error. Y es un regocijo, propio del cristiano, practicar fielmente la curación mediante el Cristo, que supera el dolor, probando así que una mentira no tiene autoridad, no tiene derecho a existir en la creación de Dios.
    