Mucha gente puede pasar la mayor parte de dos décadas recibiendo educación académica, que empieza cortando y pegando papeles y continúa hasta llegar a la escuela para graduados. Es un camino largo, pero, hoy en día, no uno fuera de lo normal para millones de personas.
La educación académica ha llegado a ser algo que se toma seriamente. Está asociada con instituciones gigantescas, resmas de papel de trabajo rutinario escolar, montón de libros de lectura, y la comúnmente compartida angustia de los exámenes. En algunos países, las madres y los padres se enteran mediante los periódicos que los estudios universitarios pueden costar muchísimo dinero. Algunos padres de familia incluso empiezan a establecer un fondo para ese fin antes de que sus hijos comiencen el jardín de infantes.
En medio de todas esas imágenes alarmantes de lo que se necesita para recibir una educación académica, es difícil imaginarse algo tan sencillo como una persona sentada apaciblemente frente a un escritorio o en una silla cómoda, libro en mano, recapacitando acerca de ideas que sustentan las palabras impresas en las páginas de un libro. Se requiere ampliar la imaginación para captar cosas tan sencillas como una mente inquisitiva, un corazón anhelante y un deseo de aprender. Aun así, estas cosas son básicas para el carácter espiritual y la práctica ética de los sanadores verdaderamente cristianos.
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