Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Mesa redonda de los Redactores

Del número de marzo de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Ha pensado usted alguna vez acerca de su iglesia como la respuesta a la oración de la comunidad? Puede que la oración sea en silencio, que sólo sea un deseo naciente. Aun así, toda comunidad, y todo el mundo, anhelan paz y curación. Ese anhelo es, en efecto, la clase de oración a la cual su iglesia debe responder, ya que fue designada para eso.

Cuando una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, surge en un pueblo o ciudad en cualquier lugar del globo, allí se presenta un testigo visible de que el Amor divino responde a las necesidades humanas. Su iglesia local existe para traer consuelo, para mostrar el camino del Cristo, que libera del pecado y el sufrimiento. Su iglesia existe para glorificar a Dios.

Es de vital importancia que pensemos acerca de nuestras iglesias en su relación inmediata con las comunidades que éstas sirven. Las puertas se deberían abrir hacia afuera; el amor de los miembros debería abarcar a sus vecinos: vecinos que, en realidad, tienen nombres y caras; que caminan por la misma calle en que está la iglesia; que van al estadio de fútbol los domingos por la tarde; que van a cortarse el cabello en la peluquería a la vuelta de la esquina; que tal vez enfrenten los desafíos, ofensas y pesadumbres que todos enfrentan.

El cuidado del que una iglesia se hace responsable tiene que ser más que un amor abstracto por esa multitud desconocida que sólo se conoce como “humanidad”. El amor de la iglesia ciertamente incluye a toda la humanidad. Es amor universal. Aun así, es un cuidado que específicamente llega a las personas, a la gente verdadera dondequiera que estén. Es un amor sanador que, en cierta medida, obtiene una visión de la realidad divina, e imparte esa visión. El amor de Dios, para cuya expresión nuestras iglesias se establecieron, penetra la oscuridad de la enfermedad y el pecado, y revela la dignidad espiritual y verdadera de que el hombre es la semejanza pura de Dios.

Cuando Cristo Jesús estaba preparando a sus seguidores con órdenes de que salieran “a predicar el reino de Dios, y a sanar a los enfermos” (Lucas 9:2), estableció una continua misión para los cristianos, que se respeta profundamente en la Iglesia de Cristo, Científico.

Cuando su filial ayuda a preparar hoy a sus miembros para que sigan las palabras de Jesús, en realidad está respondiendo a la oración en silencio de la comunidad.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / marzo de 1988

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.