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Aspiraciones que se elevan

Del número de mayo de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El año pasado tomé mis primeras lecciones de planeo. Se nos informó en la clase que éste sería un curso práctico desde el comienzo. No era un curso en el que se hablaría acerca del arte de volar, sino un curso en el que se enseñaría a volar. Entonces, después que recibimos algunas instrucciones y se nos dio un informe sobre el estado del tiempo, salimos a la pista del campo de aviación con nuestros paracaídas puestos y subimos a nuestros respectivos planeadores. Nuestros instructores estaban con su cinturón de seguridad detrás de nosotros en su puesto de control dual.

Después se nos adiestró en la cabina del piloto para verificar que todo el equipo estuviera en perfecto orden. Esta minuciosa verificación se efectúa cada vez antes de despegar para tener plena confianza en la aeronave. Por último, se cierra perfectamente la cubierta de la cabina y se da la señal para que el cable de remolque esté en condiciones adecuadas para el despegue. Después de una rápida carrera sobre la pista, uno está en el aire y es elevado a una altura de varios miles de metros.

Entonces llega el emocionante momento en que se suelta el cable y el planeador vuela libremente. Manteniendo la mirada en el horizonte y vigilando que la ruta esté libre, uno se eleva hasta encontrar esas corrientes cálidas ascendentes que lo llevan a uno a alturas más elevadas. La vista que se extiende a través de varios poblados es magnífica.

Lo que yo estaba aprendiendo tenía cierta relación con mi estudio y práctica de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens). Después de todo, nosotros estamos esperando la “orden de salida” como cristianos que salimos y practicamos lo que se nos ha enseñado. Me di cuenta de que había otras lecciones afines también. Por ejemplo, Cristo Jesús explicó muy claramente a sus discípulos que esperaba que ellos hicieran lo mismo que él hacía. El mismo explicó, con ejemplos extraordinarios, la liberación de toda forma de limitación, que viene a la experiencia humana, al vivir la vida que está en constante relación con Dios, el Espíritu.

¿Cómo podemos empezar a obtener esta libertad? Podemos empezar por orar fielmente para comprender nuestra relación con Dios como Sus amados hijos e hijas, desear servir mejor a Dios, y hacer Su voluntad. Nuestro reglamento de procedimiento son las verdades eternas de la Biblia; los Diez Mandamientos y el Sermón del Monte de Cristo Jesús. A medida que vivimos según estos preceptos, obtenemos una sólida convicción de que la ley de Dios nos sostiene. Y a medida que oramos así, sentimos la seguridad de Su presencia.

El Salmista sintió esta presencia de manera tan palpable, que escribió: “Si subiere a los cielos, allí estás tú... Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra”. Salmo 139:8-10.

Algunas veces, las pesadas cargas que quisieran atarnos a la tierra parecen muy reales. Quizás sean relaciones humanas difíciles, responsabilidades gravosas; o tal vez el temor y la enfermedad nos hagan arrastrar los pies. Pero podemos sentirnos alentados al saber que otros que nos precedieron se han liberado de la base material del pensamiento que fomenta tales cargas. Hay gente que ha sentido la poderosa elevación del Espíritu.

Por ejemplo, Mary Baker Eddy nos habla de los pasos que la guiaron a su descubrimiento de la Ciencia del cristianismo, la cual está destinada a liberar a la humanidad de los conceptos terrenales. Ella escribe: “Las limitaciones quedan eliminadas en la proporción en que la naturaleza carnal desaparezca y el hombre se halle en el reflejo del Espíritu...

“El concepto material humano disminuyó bellamente a medida que flotaba yo hacia latitudes más espirituales y a regiones más puras de pensamiento”.Retrospección e Introspección, pág. 73.

¿Cómo podemos soltar las ataduras que quisieran impedirnos conocer el gozo y la libertad que vienen a medida que el Cristo, la Verdad, nos eleva hacia “regiones más puras de pensamiento”? Podemos empezar a identificarnos correctamente como hijos e hijas de Dios. Jesús nos exhortó a que no llamáramos a nadie padre sobre la tierra, “porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos”. Mateo 23:9.

A medida que llegamos a comprender que Dios es el único creador y originador de nuestro ser, empezamos a sentir la libertad que Dios nos ha dado, la cual es nuestro patrimonio. Progresivamente empieza a desaparecer la creencia de que somos mortales atados por algún cordón umbilical a un montón de creencias hereditarias.

Al comprender más plenamente que nuestra individualidad espiritual está por siempre unida a Dios, nos damos cuenta de que eses pensamiento se eleva, de manera natural, a altitudes espirituales más altas. Obtenemos un concepto más elevado de la realidad. Sin embargo, a medida que nuestro horizonte de conocimientos se amplía, no perdemos de vista las amadas señales del camino; las vemos bajo una nueva perspectiva como letreros indicadores en nuestro camino progresivo.

Nadie podría decir que Jesús tenía intereses terrenales. Y es motivo de gran gozo seguir el camino que nos ha mostrado. Hay también, por cierto, un inmenso trabajo que emprender para vencer las creencias en la mortalidad y sus limitaciones, empero, si seguimos los reglamentos de Jesús, nos fijamos un curso de firme crecimiento espiritual, veremos que nuestras aspiraciones se elevan por encima de la materialidad. Veremos que el reino del Espíritu es una realidad presente. Las antiguas maneras de pensar —temor, pecado y enfermedad— se van quedando atrás progresivamente. ¡A lo largo del camino estamos sostenidos por el amor todopoderoso de Dios!

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