¿Ha pensado alguna vez que alguien a quien usted anhelaba tanto ayudar con la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) probablemente necesitaba corregir algún mal muy arraigado en el pensamiento?
¿Le ha parecido que esta persona simplemente no quería deshacerse de sus errores y, por lo tanto, no podía usted ayudarla? Por ejemplo, puede que usted haya razonado que, como no podía usted hacer nada para cambiar ciertas características de esa persona las cuales contribuían al problema, la curación era imposible.
Si nos hemos acostumbrado a pensar de esta manera acerca de la causa, lo más probable es que tengamos más razones para no efectuar curaciones que para efectuarlas. Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, hace esta declaración que debiera servir como referencia fundamental para nuestra oración y tratamiento: “No hay causa en la materia, ni en la mente mortal, ni en cuerpos físicos”.Ciencia y Salud, pág. 262.
Aun cuando es indudable que la causa de toda enfermedad es mental, el incentivo sanador de la curación viene del gran descubrimiento de que en la Ciencia toda causa es divina. (Ver, por ejemplo, The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany por la Sra. Eddy, pág. 348:1–10.) Entonces, ¿no debiéramos dejar que Dios, la Mente, sea para nosotros la única causa genuina y final? Dios es la única causa para los esposos y esposas, niños y familiares, amigos y pacientes, empleadores y empleados, e incluso para compañeros miembros de la iglesia. Y si usted piensa en alguien más que no se haya mencionado aquí, agréguelo a la lista. ¡Dios es también para ellos la única causa! Sobre todo, recordemos que El es la única causa, no solamente para quienes son modelos de virtudes humanas, sino también para aquellos que, como nosotros, pareciera que fallan de varias maneras.
Podemos ver que Dios, por ser todo inteligencia y Amor, debe ser supremamente inteligente y bondadoso en cualquier forma de creación o expresión. Este bien omnipotente es la causa de que el hombre sea excelente, no sólo en salud, sino también en términos de individualidad. La imagen y semejanza de Dios tiene una individualidad grandiosa, una individualidad que no cambiaríamos absolutamente en nada.
Llegar a comprender la verdadera imagen de Dios, mediante la influencia del Cristo en la consciencia humana, es llegar a conocer al único hombre que existe. Es saber que nada le falta a este hombre, que nada tiene en exceso, que nada en él está desequilibrado, que no es habitualmente ingenuo, ni agresivo, miedoso, ignorante o pecador.
Puesto que Dios es la única causa, y la mente mortal no es causa genuina, vemos que no sólo no hay causas corpóreas, sino que tampoco hay causa para el dolor y la enfermedad. Si no hay causa, no puede haber efecto. Si pudiéramos realmente encontrar una fuente o causa poderosa fuera de Dios que es Todo, también encontraríamos verdadero dolor y verdadera enfermedad, los cuales no podrían ser cambiados. Pero la Ciencia Cristiana nos muestra que cuando aprendemos a ver que el hombre es completamente el resultado de la única y verdadera causa divinamente buena, la curación se efectúa.
Puede que seamos fuertemente arrastrados en la dirección opuesta, y esto es decir poco. Algunas veces —francamente hablando, muy a menudo— un cuadro detallado acerca del ser humano nos parece extremadamente fuerte. Sabemos que la base para la curación es perfección espiritual divinamente causada, pero el pensamiento humano tiende a revertir la situación humana, a repasarla una y otra vez, así como pasamos la lengua una y otra vez sobre alguna superficie áspera de un diente.
El considerar en teoría que Dios es perfecto y que el hombre es perfecto, puede que nos haya alentado. Pero cuando realmente enfrentamos una situación humana con todas sus complicaciones, el razonamiento espiritual puede parecer fácil hasta el punto de ser abstracto.
Supongamos, por ejemplo, que sabemos de alguna persona que pasó por un trauma en su niñez debido al divorcio de sus padres, o de algún paciente cuya previa enseñanza religiosa todavía pareciera ejercer en él cierta tendencia mística, o de alguien cuya actitud inmadura lo hace sentir que la Ciencia Cristiana es aburridora. O supongamos que, mediante nuestras oraciones, hemos discernido alguna forma de sensualidad donde menos la esperábamos.
Es precisamente aquí mismo donde ahondamos y rehusamos titubear en nuestro punto de vista científico. Podemos estar seguros de varias cosas: La batalla no consiste en tratar de conseguir que una verdad metafísica abstracta opere en una realidad humana concreta. Esto sería el intento fraudulento de la mente mortal para hacernos actuar de acuerdo con sus reglas y trabajar dentro de su ilusoria estructura.
Es el sentido material del hombre lo que carece de sustancia. De hecho, es un estado maravillosamente tangible que nos espera cuando reconocemos la verdad espiritual de que Dios es la única causa del hombre. Cuando despertamos del sueño, comenzamos a experimentar la alegría de tener un sentido familiar de la gran bondad del hombre quien es expresado por Dios. Si necesitamos recordar lo bueno que es este hombre, sólo tenemos que considerar el ejemplo de Cristo Jesús.
Ciencia y Salud dice: “La consciencia y la individualidad del hombre espiritual son reflejos de Dios. Son las emanaciones de El, que es Vida, Verdad y Amor”.Ibid., pág. 336. Y más adelante agrega: “La personalidad material no es realidad; no es el reflejo o semejanza del Espíritu, el Dios perfecto”.Ibid., pág. 337.
Al permitir que estas verdades científicas penetren y saturen nuestros pensamientos en el diario vivir, obtenemos curación. La obstinación inconscientemente expresada, la apatía crónica, y hasta aparentes y complicadas actitudes materialistas, son eliminadas. Estas cosas son sueños quiméricos y van perdiendo su significado a medida que el hombre verdadero sale a luz ante la presencia del Cristo, la Verdad, tan positivamente como Pablo apareció allí donde Saulo parecía estar.
Es un truco común del magnetismo animal el hacernos creer que, a pesar de que hemos aislado la causa de un problema en una actitud mental, simplemente no podemos llegar a la actitud mental misma o cambiarla. Sin embargo, sí, podemos.
Una declaración acerca de la mente mortal, aun cuando puede parecer más básica, no es más verídica acerca del individuo que una declaración acerca del cuerpo mortal. Ambos son conceptos equivocados, o un error, acerca del hombre. No son los hechos más fundamentales acerca de nadie. Y corregimos el concepto equivocado no tratando de poner en orden la mentalidad de un ser humano, sino comprendiendo mejor lo que es su ser, ya presente y muy real, como imagen de Dios. A pesar del poderoso énfasis que pone en la necesidad de desenmascarar y enfrentar el pecado, Ciencia y Salud revela que el hombre de la creación de Dios no es un pecador, no tiene características indeseables de ninguna índole, ni grandes ni pequeñas. La imagen de Dios es todo lo que debe ser. Procede directamente de Dios, y cualquier otra cosa es una imposición.
Ni usted ni yo ni un paciente tenemos necesariamente que ascender para poder ser sanados. La ascensión, como puede usted haberse dado cuenta, es algo totalmente diferente de la curación. Sinceramente, el hecho es que no tenemos que haber llegado a demostrar la perfección en nuestra experiencia humana para merecer la curación. Es justamente lo contrario. Merecemos la curación porque la imperfección no es causada por Dios y, por lo tanto, no es la verdad del ser acerca de nosotros ni de nadie.
El vivir de acuerdo con nuestra oraciones es vital en la Ciencia Cristiana. Y la disposición a ser bautizados, a ser sumergidos en el Espíritu, en cada estado de nuestra experiencia, es una imperiosa necesidad. Pero ese sombrío sentido de que nunca llegaremos a ser lo suficientemente buenos como para ser sanados, no promueve el progreso de un Científico Cristiano. Es caer en la teología escolástica; es el sentido de que el bien es menos real que el mal, que está fuera de nuestro alcance, siempre postergado hasta que, algún día, de alguna forma, un “pecador irremediablemente perdido” pueda ser salvado. Francamente, es el mismo caso de Job cuando enfrentó a los llamados consoladores. Ver Job 16:1–4. Fue también esto lo que causó el retraso de los discípulos mientras trataban de encontrar la causa de la ceguera del hombre que nació ciego. Ver Juan 9:1–7.
El sentido escolástico sobre la realidad del pecado y la culpabilidad, no debe ser introducido en la Ciencia Cristiana bajo ninguna nueva máscara o sutileza. Es cierto que la más mínima complicidad con la ilusión del pecado, nos hará sentir separados de la omnipresencia del bien, que es Dios. Pero aceptar el pecado como otra cosa que una ilusión y considerarlo como una causa fundamental y definitiva sería, esencialmente, concordar con la teoría acerca de la ausencia de Dios y del hombre de Dios. No podemos, en realidad, encontrar una causa para el mal, porque no hay tal causa. El hecho básico acerca del pecado —así como acerca de la enfermedad y la muerte— tiene que permanecer en la Ciencia Cristiana, como lo que es: irreal. Y ésta es la única base para la curación de acuerdo con la Ciencia Cristiana.
