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Hacia una nueva humanidad

Del número de abril de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


A veces, algo nos llama la atención —quizás sólo por unos momentos— y nos damos cuenta de que estamos mirando y escuchando con una sensibilidad inesperada lo que la gente hace y dice. Imágenes de la gente en general comienzan a tomar el color y la intensidad de escenas que merecen mantenerse en la memoria. Tomemos, por ejemplo, una escena y algunas palabras que escuché mientras esperaba mi auto en una estación de servicio del barrio.

“Jennie, tú haces algo bueno por la gente, y ellos vuelven. Confían en ti. Si reparas algo y se rompe a los pocos días, no les vuelves a cobrar, simplemente lo reparas”. Había amabilidad, experiencia y compasión en la voz, y no una estrategia calculada. El dueño de la estación de servicio le estaba hablando a una estudiante de secundaria que, un poco antes, se había estado preguntando en voz alta qué iba a hacer con su vida. Al escuchar, sentí la bondad de este hombre que alentaba la confianza de una adolescente.

Pienso en otra escena que se remonta unos treinta años atrás. Un vecino tenía dos hijos y bebía mucho. En aquel entonces no lo catalogamos, pero supongo que hoy en día sería catalogado como alcohólico. Su vida parecía ser terriblemente dura, pero era obvio que amaba a sus hijos. Entonces, comenzó a producirse un cambio casi imperceptible al principio. Sus hijos estaban pasando por momentos difíciles. Pudimos ver que él, finalmente, se volvió tan sensible a las necesidades de ellos que tuvo que hacer algo para que tuvieran un padre a quien respetar. Dejó de tomar.

Esta clase de experiencias que ocurren a nuestro derredor son las que despiertan en nosotros algo que nos eleva, que insinúa una humanidad que comienza a llevarnos hacia el bien infinito, Dios.

Muchos relatos de la Biblia son escenas que nos hacen reflexionar. Contemplamos la vida misma de hombres y mujeres que tomaron parte en la revelación del amor universal de Dios y Su designio. Comenzamos a vislumbrar una humanidad que no está atada a la tierra. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy escribe sobre la promesa de una humanidad más elevada: “La divinidad del Cristo se manifestó en la humanidad de Jesús”.Ciencia y Salud, pág. 25. ¡Y qué humanidad fue esa!

Perdonar setenta veces siete; amar a Dios con todo nuestro corazón, es lo que enseñó Jesús. El volvió a aquellos que, no por malicia, sino por debilidad lo habían negado; él sanaba con una palabra o un toque. ¡En qué magnífica forma nos fue revelada la divinidad! La humanidad de Jesús manifestó la profunda divinidad del Cristo salvador. Y esa humanidad asoció la majestad de Dios al diario vivir de gente que no era diferente de nosotros.

Esta profunda divinidad que penetra en los acontecimientos diarios de nuestra vida, es fundamental para las enseñanzas de Ciencia Cristiana. Es por eso que la curación es tan básica para esta religión. Dios —Mente y Amor infinitos— quien no sabe de enfermedad, de pecado, fallecimiento o desaparición del hombre en la muerte, es revelado en la Ciencia del cristianismo. Y la Ciencia nos trae transformación y curación donde vivimos y trabajamos. ¡Qué parodia sería de la divinidad y la omnipotencia de Dios, y de nuestra humanidad, si tal curación y transformación no fueran normales y realizables!

Hay requisitos que debemos cumplir si hemos de alcanzar el poder espiritual implícito en esa humanidad elevada. Ciencia y Salud describe lo que se necesita, así como nuestra posibilidad espiritual: “Todos tenemos que aprender que la Vida es Dios. Preguntaos: ¿Estoy viviendo la vida que más se acerca al bien supremo? ¿Estoy demostrando el poder sanador de la Verdad y el Amor? Si es así, entonces el camino se irá iluminando cada ve más, ‘hasta que el día sea perfecto’. Vuestros frutos probarán lo que el comprender a Dios le trae al hombre. Mantened perpetuamente este pensamiento: que es la idea espiritual, el Espíritu Santo y Cristo, lo que os capacita para demostrar con certeza científica la regla de la curación, basada en su Principio divino, el Amor, que está por debajo, por encima y alrededor de todo el ser verdadero”.Ibid., pág. 496.

Una vez que se despierta en nosotros el entendimiento de que la naturaleza espiritual del hombre refleja la presencia y realidad de Dios, hay algo sólido e innegable que nos mueve a ser buenos. Cuando esto sucede, hombres y mujeres ya no se sienten inclinados a odiar, temer, o negar la realidad del Espíritu infinito. Es este desarrollo espiritual en la consciencia lo que constituye la base de la curación en la Ciencia Cristiana. Y por difícil que parezca explicar ese fenómeno al intelecto incrédulo, es precisamente ese despertar espiritual lo que explica la curación rápida y “milagrosa” del cristianismo en la época del Nuevo Testamento.

La gente se maravillaba cuando Jesús sanaba. No podían dar ninguna razón convincente, partiendo de lo material, para explicar cómo un hombre que había nacido ciego pudo ser sanado, cómo los leprosos pudieron volver a tener una piel normal, o cómo alguien que no podía hablar, de pronto hablaba. Algunos decían que el poder de poder de Jesús era diabólico; otros querían señales sobrenaturales del cielo, como si la humanitaria restauración espiritual de la facultades y habilidades de hombres y mujeres no fuera suficiente para demostrar el lugar majestuoso de Dios en sus vidas. La explicación de Jesús no satisfizo a todos, pero su explicación fue para quienes estaban preparados para recibirla: “... Si por el dedo de Dios echo yo fuero los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros”. Lucas 11:20.

Y ese fue el corazón de su mensaje y la promesa de su humanidad. El reino de Dios viene a nosotros de esa manera. La Ciencia Cristiana declara que el advenimiento del reino de Dios se produce cuando nuestro pensamiento se transforma mediante el entendimiento espiritualmente científico de que el hombre es el reflejo de Dios. Esta verdad espiritual trae un cambio en nuestra vida. A medida que nuestro entendimiento espiritual de la totalidad del reino de Dios se va afirmando en nuestra vida diaria, el pecado y la enfermedad no sólo comienzan a desaparecer, sino que comenzamos a ver escenas del aparecimiento de la Verdad y el Amor en una nueva humanidad.

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