Un artículo que encontré en una revista religiosa, hacía unas provocativas preguntas acerca del “culto” creciente de la adoración al cuerpo. Para apoyar esta observación, el artículo contenía la reimpresión del anuncio de un aparato popular para desarrollar musculatura. El anuncio representaba a un hombre fornido y a una joven esbelta. Con letras bien grandes anunciaba: “EL CUERPO DE 495 DOLARES”, seguido por la propaganda: “Imagínese tener el cuerpo que siempre ha soñado. En su propia casa o departamento”. Con obvia ironía, debajo del anuncio se hacía la pregunta: “El cuerpo despampanante, ¿qué es exactamente, y puede comprarse a plazos? Kenneth Vaux, “How Do I Love Me”, Christianity Today, 20 de septiembre de 1985, pág. 23.
La atención exagerada que tantas personas de la sociedad contemporánea prestan a la forma física, presenta una especie de paradoja. Por una parte, esta adoración al cuerpo parecería mejorar la condición humana, por lo menos hacer a un grupo especial de la sociedad más atlético, en cierta forma más robusto físicamente, más satisfecho de sí mismo, y, tal vez, muchos pensarían, más agradable a la vista. No obstante, a pesar de todo el esfuerzo y dinero que se gasta en ser “primero yo”, el cuerpo más corpulento —el mundo mismo— no se siente, realmente, más sano o más feliz; y esto no disminuye la angustia que siente el corazón de la humanidad por las tragedias causadas por el hambre, la pobreza, el crimen, la guerra, la tiranía, y las enfermedades que ninguna adoración al cuerpo puede curar. Incluso las sencillas, pero muy necesarias, expresiones de amor cristiano entre vecinos, pueden pasarse por alto muy fácilmente, a fin de dedicar el tiempo y atención a un ejercicio más de entrenamiento u otra visita al gimnasio.
La fotografía del “cuerpo de 495 dólares” puede parecer llamativa, pero la identidad verdadera y el valor de la vida son algo realmente muy diferentes a un físico proporcionado y escultural. Tal vez el valor individual —la talla y magnificencia individuales— tienen más que ver con lo fielmente que escuchamos a Dios, obedecemos Su voluntad y usamos nuestros talentos para glorificarlo y servir a nuestro prójimo.
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