Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

¿Tiene la ambición un lugar en la vida cristiana?

Del número de abril de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En cierta ocasión, estaba hablando con un amigo que se hallaba muy preocupado por lo que él consideraba una falta de ambición en su vida. Le era difícil cumplir con las metas necesarias que se había propuesto. Proyectos quedaban a medio terminar. Y durante ese período, sentía que no podía decir que había hecho progreso alguno en su carrera. Por el contrario, sentía frustración, una sensación de estancamiento.

Para muchas personas, la palabra ambición está tan a menudo asociada con un estilo de vida materialista o egoísta, que no parece tener lugar en el concepto usual de una vida cristiana. Sin embargo, mi amigo es un devoto cristiano, y lo que en aquel tiempo le parecía ser falta de ambición en su vida, la presentó un verdadero desafío. Desafió su paz y su sentido de mérito y utilidad, hasta que su oración en la Ciencia Cristiana elevó su pensamiento a una percepción más espiritual del propósito de la vida.

Cuanto más pensaba sobre esto, tanto más me venía al pensamiento el ejemplo de Cristo Jesús. Pensé: Aquí tenemos el verdadero modelo de la ambición que debe ser emulada; una ambición que ciertamente no fue egoísta. Ni tampoco estaba orientada a obtener prestigio personal o meramente a poseer riquezas y poder materiales. Era, en cambio, una ambición de hacer la voluntad de Dios a toda costa, a renunciar a todo para servir al Padre.

Recordé las palabras de Jesús: “Yo hago siempre lo que le agrada”. Juan 8:29. Todo lo que Jesús se proponía hacer y todo lo que llevó a cabo estuvo siempre de acuerdo con la voluntad y propósito divinos. Sanó a los enfermos y resucitó a los muertos. Consoló a los afligidos y restauró a los pecadores a una nueva vida. Alimentó a las multitudes hambrientas. También sació la sed de aquellos que buscaban la verdad y llenó los corazones vacíos de los que necesitaban amor.

La clase de ambición que el Maestro ejemplificó iba acompañada de la más genuina humildad. Jesús dijo: “No puedo yo hacer nada por mí mismo”. Y añadió: “No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre”. Juan 5:30. Sabía cuál era la fuente de su poder y autoridad espirituales. Dios era supremo, estaba por sobre todo, en su vida y en sus deseos. Y Jesús demostró que el reino de Dios tiene que manifestar solamente la naturaleza de Dios. Dios es el bien. Por lo tanto, el hombre creado por Dios expresa solamente el bien. Dios es Espíritu. Por lo tanto, como imagen y semejanza de Dios, el hombre es reflejo espiritual. Dios es el Amor perfecto y completo. Por lo tanto, el hombre, a la semejanza de Dios, es íntegro, y manifiesta de manera perfecta el amor de Dios.

Cada vez que Jesús sanó a un enfermo o redimió a un pecador, demostró estas verdades. En su ministerio en bien de la humanidad, Jesús se esforzó por hacer solamente lo que glorificaba a su Hacedor y lo que testimoniaba que la verdadera naturaleza de Dios era Vida, Amor y Verdad divinos. Y con esta “ambición”, el Maestro triunfó. Aun cuando fue clavado en la cruz y expiró, su abnegado trabajo continuó. La resurrección y la ascensión siguieron mostrando a la humanidad, sin duda alguna, el camino de la Vida divina. Jesús no podía haber logrado un éxito mayor que el de haber cumplido su misión divinamente asignada.

El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, muestra el lugar que propiamente ocupa la ambición en la vida cristiana de hoy en día. Encontramos, por ejemplo, “la ambición no egoísta” en contraste con “la ambición desenfrenada”. En cierta parte, Ciencia y Salud claramente demuestra lo importante que es tener la ambición correcta en la vida humana: “La ambición no egoísta, nobles móviles de vida y la pureza son los elementos del pensamiento que, al mezclarse, constituyen individual y colectivamente la verdadera felicidad, fuerza y permanencia”.Ciencia y Salud, pág. 58. Mediante el estudio del libro de texto, pronto percibimos la necesidad de elevar el pensamiento, las aspiraciones y los motivos más allá de los intereses egoístas y de una mera búsqueda de prestigio. Entre los resultados de la Ciencia Cristiana en nuestras vidas vemos que “enseña a dominar la ambición desenfrenada. Revela las sagradas influencias del altruismo, de la filantropía, del amor espiritual”.Ibid., pág. 462.

No es malo —es muy justo— abrigar ambiciones altruistas, y hasta cultivarlas. Se trata de abrigar en el corazón solamente lo que es bueno, generoso y motivado por Dios. ¿Es nuestra ambición servir a Dios? ¿Demostrar más cabalmente la verdadera relación del hombre con Dios? ¿De seguir a Cristo Jesús más fielmente? ¿De aportar alegría, amor y paz a nuestro prójimo? ¿De ser sanadores cristianos? Estas son ambiciones dignas de cultivarse. En realidad, son ambiciones que hacen que la vida valga la pena vivirse.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / abril de 1988

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.