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Una vez en la vida

Del número de marzo de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“Según la horticultura, es un evento que ocurre una vez en la vida”. Así fue como un botánico describió el florecimiento de una rara Puya raimondi en los jardines botánicos de la Universidad de California, E.U.A.The Boston Globe, 14 de septiembre de 1986, pág. 110.

Hace treinta años, una semilla de esta rara planta boliviana fue traída a los Jardines Botánicos. No se esperaba que esta planta, que tarda verdaderamente muchos años en florecer, floreciera hasta después de un siglo. Pero el año pasado, para regocijo de sus jardineros, la flor del tallo central comenzó a brotar y creció casi dos pisos de altura, unos setenta y cinco años antes de lo previsto.

No podía dejar de preguntarme cuál había sido la reacción de los botánicos cuando, treinta años antes, habían recibido tan singular semilla. ¿Qué les había impedido simplemente desecharla? Después de todo, no esperaban verla florecer jamás. Pero, naturalmente, existe una clase de cuidado amoroso que no abandonaría las cosas que ocurren una vez en la vida, ya sea en el mundo de la botánica o en otros ámbitos.

Había una mujer llamada Ana que tenía a su cargo una labor de amor muy especial. Tenemos sólo un breve informe histórico sobre ella. Ver Lucas 2:36–38. Era viuda y había sido una asidua devota en el templo de Jerusalén por muchísimos años. En el Evangelio según San Lucas está escrito que ella “no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones”. Pero entonces llegó un día como ningún otro. El niño Jesús fue traído al templo, como era la costumbre de la ley. Aunque Ana debió de haber estado presente en otras ocasiones similares, cuando habían traído a otros niños, el Evangelio da a entender que ella reconoció que tanto ese día como ese niño eran diferentes. Habiendo entrado en el momento preciso, vio al niño y “daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén”.

Hay una lección que todos podemos aprender de estos ejemplos de estar dispuestos a esperar lo extraordinario y especial. Podemos aprender a desarrollar el interés y la previsión que persisten aun si el progreso y la curación espirituales parecen, algunas veces, lejos del momento inmediato.

Si hemos de tomar posesión del poder espiritual que sana la enfermedad y desata el aferramiento febril que el pecado ejerce sobre el corazón humano, tenemos que estar dispuestos a dedicarnos al cuidado específico de la semilla del descubrimiento espiritual, mientras ésta se arraiga en nuestra manera de vivir y pensar. Esto requiere el mismo cultivo y previsión que demostraron los científicos que cuidaban de una semilla cuya planta probablemente florecería un siglo después. Exige un interés parecido al de la profetisa que sirve a Dios por décadas, aún confiada en que su Redentor y el Redentor de su pueblo seguramente vendrá.

La expectativa espiritual que siente la promesa de Dios y discierne la manifestación de la ley divina —aun antes de que ésta se vea claramente en hechos y eventos diarios— es el fundamento del cuidado paciente que impulsa la curación cristiana. Y la Ciencia Cristiana, que busca reestablecer el cristianismo original con sus obras sanadoras, trae una promesa especial y una nueva esperanza a las vidas humanas. Sus enseñanzas muestran que nuestras vidas pueden ser buenas, productivas y vividas cerca de un Dios bueno que ama a Su creación con un amor infalible.

La verdad profunda y científica que fundamenta las enseñanzas de la Ciencia Cristiana es que Dios y el hombre son inseparables, y que el hombre es la imagen y semejanza espiritual de un Dios bueno y perfecto, el único Dios. El hombre posee un sentido espiritual que sabe esto y que es innato a cada uno de nosotros. Es un sentido, una convicción tácita, que resiste al mal, un sentido que puede ser alentado hasta que gobierne cada pensamiento, cada obra, aun el cuerpo mismo. Este sentido espiritual es el enlace entre nuestro limitado conocimiento actual de la vida y de la Vida divina misma. “El sentido espiritual”, escribe la Sra. Eddy en Ciencia y Salud, “es una capacidad consciente y constante de comprender a Dios”.Ciencia y Salud, pág. 209.

Este es el sentido que tenemos que desarrollar, el conocimiento que percibe el valor innato y lo precioso de la vida y el descubrimiento espiritual. Cuando nuestra máxima admiración y reverencia se reservan para descubrir el amor y la adoración a la manera del Cristo en nosotros o en otros, entonces estamos despertando al sentido espiritual en el hombre que revelará su relación inquebrantable con Dios. Hay una ley divina que es la base de este despertar, que impele nuestro descubrimiento de la presencia, poder y manifestación de Dios, y revela al hombre como Dios lo hizo. Esta es la Ciencia del Cristo, que está disponible durante nuestra vida para salvar, sanar, inspirar y regenerar.

Al hablar del gran hecho de la totalidad y la bondad de Dios, y del hombre como la expresión de Dios, la Mente divina, Ciencia y Salud dice: “La Ciencia Cristiana revela de modo incontrovertible que la Mente es Todo-en-todo, que las únicas realidades son la Mente divina e idea divina. Ese gran hecho, sin embargo, no se ve apoyado por evidencia perceptible hasta que se demuestra su Principio divino en la curación de los enfermos y se comprueba así que es absoluto y divino. Una vez que se ha visto esa prueba, no es posible llegar a otra conclusión”.Ibid., pág. 109.

Una vez que se ve y se siente, esta evidencia de la individualidad espiritual del hombre —la realidad de la curación metafísica— fomenta nuevas descubrimientos de la unidad de Dios y el hombre. Cuando el estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana se emprenden con el deseo de entender que el reflejo perfecto de Dios es el hombre —de moldear nuestro pensamiento y ambición a la semejanza divina— es que está cerca la singular experiencia de encontrar al Cristo, la Verdad. El resultado es la curación. Y una vez que se ve la relación científica entre la regeneración de la consciencia humana y la restauración de la salud, una experiencia de curación como ésta puede bastar para despertar la esperanza y el deseo espirituales en nosotros de tal manera que nunca jamás permitiremos que el Amor divino sea menos que lo primero en nuestros afectos. Esta es la oportunidad actual para aquellos vigilantes espirituales que hoy buscan pruebas del retorno del Cristo a los afectos, propósitos y vidas diarias de hombres y mujeres. ¡Aférrate a la oportunidad y no la dejes ir!

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