Editoriales
Algunas personas creen que Jesús era Dios. Otras creen que fue simplemente otro profeta.
Desde Poole, Dorset, en Inglaterra, hasta Lake Stevens, Washington, y Scott Depot, Virginia Occidental en los Estados Unidos — lo que es más, desde diversas partes del mundo — hay niños que están dispuestos a ser considerados como seguidores de Cristo Jesús. Estos jóvenes están aprendiendo que el poder de Dios sana.
Hoy la Ciencia Cristiana pone a disposición de la humanidad el arte espiritual de la curación por la Mente divina que Jesús ejemplificó. La Mente, Dios — expresada en la consciencia humana mediante el Cristo, el mensaje sanador y redentor que Jesús enseñó y practicó— es siempre todopoderoso.
La Ciencia Cristiana ofrece una forma original, aunque práctica, de traer más paz, libertad y amor a los miembros de la familia. Nos muestra en dónde radica nuestro “parentesco” real al ayudarnos a comprender nuestro verdadero origen.
El tema concerniente a la sensualidad, el entregarse a un apetito para los placeres del cuerpo, necesita que se le preste más atención de lo que la sociedad le está dando. Las revistas, las películas y la publicidad se valen de la sensualidad como algo natural para atraer al público.
La oportunidad que tiene cada miembro de la iglesia de presentar la Ciencia Cristiana en forma más visible al público es un privilegio magnífico. Mientras nos mantengamos firmes en la comprensión de Dios que hemos discernido y demostrado, algo de suma importancia para la humanidad está tomando lugar.
La conmiseración y la compasión pueden ser dos cosas muy diferentes. ¿Nos vemos abrumados sintiendo conmiseración, que sencillamente se apiada con desesperación, o nos mueve la compasión? La respuesta determina hasta que punto podemos ser útil a quien necesite ayuda y al mundo.
No es de extrañarse que un paciente le diga a un practicista de la Ciencia Cristiana Christian Science (crischan sáiens) cuando le pide tratamiento: “Ayúdeme a elevar mis pensamientos”. Esto es un buen punto de partida para cualquiera.
Cuando por primera vez nos sanamos en la Ciencia Cristiana y nuestra vida mejora por completo, compartimos generosamente con los demás la maravillosa fuente de las bendiciones que hemos recibido. Pero si nuestros esfuerzos por compartir encuentran oposición, nos sentimos inclinados a pensar que hemos adquirido la “sabiduría” de no compartir.
Cada uno de nosotros posee maravillosos talentos otorgados por Dios. Nuestros talentos son recursos de gran valor, y el mundo es bendecido cuando los usamos correctamente.