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Editoriales
Millones de personas han visto por televisión el dramático desarrollo de secuestros terroristas. Y muchos han hablado de un sentido de falta de poder.
Es relativamente fácil seguir los progresos tecnológicos y los adelantos en las condiciones externas en la vida de las personas a medida que la civilización avanza. Sin embargo, un elemento más importante de progreso no puede ser medido tan fácilmente con sólo observar la cantidad y complejidad de las “cosas” que nos rodean.
En el Antiguo Testamento, encontramos a muchos hombres y mujeres de gran valentía y elevada espiritualidad. José y Moisés están entre ellos.
Un anuncio publicitario nos insta a participar en seminarios sobre nutrición y dieta. Otro trata de interesarnos en cursos de control de tensión nerviosa, sesiones de biofeedback y temporadas de relajamiento en el agua.
Antes que el mundo fuese, el Cristo era. Y después de que el mundo termine, el Cristo aún será.
Era un día como cualquier otro. Nada en especial había ocurrido.
Algunas personas, al reflexionar sobre la década del 60, han notado un espíritu especial. A pesar de los trastornos de la época, frecuentemente se percibía un sentimiento poco común de preocupación por los demás, una acentuada percepción de la potencialidad de la humanidad, una efusión de gozo y libertad.
¿Qué ocurre cuando hemos sido privados de la comunicación afectuosa y personal de una amistad que ha sido muy apreciada? ¿Cómo podemos consolarnos? Podremos hallar consuelo en el relato de la amistad entre Julia S. Bartlett y Mary Baker Eddy.
Algunas personas creen que Jesús era Dios. Otras creen que fue simplemente otro profeta.
Desde Poole, Dorset, en Inglaterra, hasta Lake Stevens, Washington, y Scott Depot, Virginia Occidental en los Estados Unidos — lo que es más, desde diversas partes del mundo — hay niños que están dispuestos a ser considerados como seguidores de Cristo Jesús. Estos jóvenes están aprendiendo que el poder de Dios sana.