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Las cosas sencillas significan mucho

Del número de mayo de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Desde joven sentí el gran respeto que había en nuestro hogar por las Escrituras. Recuerdo que cuando mi madre nos llevaba a mi hermano y a mí a la cama, se quedaba con nosotros mientras repetíamos el Padre Nuestro. También recuerdo que el precepto moral de mi madre era que no debíamos decir mentiras porque una mentira trae otra y luego otra, hasta que inevitablemente estamos atrapados en una red de engaños y tenemos que enfrentar las consecuencias. La verdad siempre triunfa, solía decirnos.

Un firme precepto moral y espiritual cimentado sobre otro, “mandamiento tras mandamiento, ... un poquito allí, otro poquito allá”. Isa. 28:10. Es un método sencillo, arraigado en el corazón y en la mente de todo hombre, mujer o niño. En la verdad hay sencillez.

La Sra. Eddy se refiere a la sencillez de la Ciencia Cristiana. En un pasaje, escribe: “La Ciencia Cristiana parece abstracta al sentido mortal, pero el procedimiento es sencillo y los resultados son seguros si la Ciencia es comprendida”. Ciencia y Salud, pág. 459.

Esta mujer de ánimo espiritual buscaba en las sencillas enseñanzas del Maestro, Cristo Jesús, la solución a los complejos problemas de la vida. Ella enseñó que cuando progresamos espiritualmente — cuando cada vez nos apartamos menos de los preceptos morales y espirituales del Maestro — el pecado, la enfermedad y la muerte desaparecen progresivamente de nuestra experiencia. En Ciencia y Salud, bajo el encabezamiento marginal “Argumentos no pronunciados” — el cual trae a la mente el recuerdo de una madre que silenciosa y persistentemente vigiló con constancia la dirección que tomaba la vida de su hijo —, se encuentra la regla de la Sra. Eddy que establece que el tratamiento basado en la oración debe comenzar por calmar el temor de los pacientes. Luego, ella afirma: “Si lográis eliminar el temor por completo, vuestro paciente queda sano”. Pero ella no deja el asunto así, como si un proceso tan profundo pudiera ser relegado por equivocación a la autoproducida sicología de la mente humana.

Ella continúa describiendo “la gran verdad” que es la base de esta sencilla verdad: “La gran verdad de que Dios lo gobierna todo afectuosamente y nunca castiga nada excepto el pecado es vuestro punto de partida, desde el cual avanzar y destruir el temor humano a la enfermedad”. Ibid., págs. 411–412.

Aquí descubrimos la sencilla verdad de la Ciencia Cristiana, es decir, el poder del bien sobre el mal. No es el poder del deseo o necesidad humanos sobre el dolor, la inconveniencia o la privación material. No es una clase de control síquico con el cual se intente poner freno a los llamados poderes y fuerzas de la sociedad humana. Es el humilde y profundo amor de Dios que honra al bien, destruyendo todo lo que niegue la totalidad y bondad de la Vida, la Verdad y el Amor infinitos.

Tal afecto espiritual venera a un Dios único, divino e infinito y considera todo aquello que puede incorporar el bien sólo como un derivado. Esta sencilla verdad se hace cada vez más crucial en una época en que, en algunos aspectos, parece olvidar la realidad de las cosas espirituales y de la vida eterna. Dios no es sinónimo de materia y materialidad; y el hombre, Su imagen y semejanza, no está aprisionado en la corporalidad ni en la materia. La Ciencia Cristiana enseña que, a lo sumo, un estado material de las cosas expresa sólo un estado de la consciencia humana. En otras palabras, el pecado y la enfermedad son temporales y no eternos. Además, las condiciones terrenales, a lo sumo, pueden sólo insinuar algo más elevado.

Para un estudiante de Ciencia Cristiana, tales verdades tan sencillas son demostradas en curación y regeneración cuando el pensamiento y la oración del individuo se unen en la convicción espiritual de que el hombre es lo que Dios ha creado, y no lo que la voluntad o necesidad humanas quisieran proyectar. A medida que humildemente aceptamos la totalidad de Dios, comenzamos a orar de esa manera, ya sea por afecto espiritual o por la fuerza de las circunstancias. Cristo Jesús lo declaró de manera sencilla. Cuando se le preguntó: “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”, que era como preguntar: ¿Quién será el mayor en el mundo de Dios?, él respondió llamando a un niño pequeño de entre ellos y poniéndolo en medio de los reunidos. Como lo relata la Biblia, Jesús dijo: “... Cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos”. Mateo 18:1, 4.

En la narración de Mateo que continúa hay una poderosa lección sobre cómo actúa la ley divina en los asuntos humanos y una referencia a las “grandes multitudes” que fueron sanadas cuando Jesús viajó de Galilea a las costas de Judea, referencia tan sencilla que casi pasa desapercibida. No podemos dejar de considerar en este Evangelio la coincidencia de esa lección con el episodio de tantas curaciones.

La curación en la Ciencia Cristiana también es sencilla. Y estamos luchando por lograr aproximarnos a la obra sanadora de Jesús, es decir, la curación inmediata y permanente. No obstante, a veces la curación puede que no sea rápida, y quizás sea necesario orar mucho, crecer en entendimiento espiritual y aprender lecciones sobre el propósito que tiene Dios para nuestra vida. La curación en la Ciencia Cristiana es un llamado espiritual para obtener un mayor entendimiento acerca de Dios. Es un llamado que finalmente nos llega a todos y que puede llegar al corazón receptivo en toda situación humana. Esta es una sencilla verdad.

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