Nadie ha demostrado jamás a la humanidad que el hombre es la semejanza de Dios, y que es inseparable de El, tan claramente como lo demostró Cristo Jesús. Fue su misión ser el Modelo. Dijo: “Yo soy de arriba: ... yo no soy de este mundo”. Juan 8:23. No obstante, no vivía en una torre de marfil.
Si bien Jesús no era del mundo, estaba mucho en el mundo. Predicó la Palabra de Dios en el mercado, en el templo, en los hogares de la gente, en la playa; dondequiera que iba. El Nuevo Testamento dice de él: “No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Hebr. 4:15.
Jesús venció al mundo; pero no lo venció ocultándose de él o menospreciando las tragedias de otros y excusándose de la responsabilidad de ayudarlos. Sanó a los enfermos y a los moribundos, resucitó a los muertos y salvó a los pecadores. La manera de vivir que él ejemplificó, difiere patentemente de lo común; pero ciertamente no era ascetismo. El ejemplificó tanto la inseparabilidad del hombre de Dios, como la misión que el cristiano tiene en el mundo de enseñar, sanar y salvar, es decir, vencer el mal e inspirar regeneración espiritual, incluso entre quienes se consideran de elevada moral.
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