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La misión de Jesús, y la nuestra, en bien de la humanidad

Del número de marzo de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Nadie ha demostrado jamás a la humanidad que el hombre es la semejanza de Dios, y que es inseparable de El, tan claramente como lo demostró Cristo Jesús. Fue su misión ser el Modelo. Dijo: “Yo soy de arriba: ... yo no soy de este mundo”. Juan 8:23. No obstante, no vivía en una torre de marfil.

Si bien Jesús no era del mundo, estaba mucho en el mundo. Predicó la Palabra de Dios en el mercado, en el templo, en los hogares de la gente, en la playa; dondequiera que iba. El Nuevo Testamento dice de él: “No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Hebr. 4:15.

Jesús venció al mundo; pero no lo venció ocultándose de él o menospreciando las tragedias de otros y excusándose de la responsabilidad de ayudarlos. Sanó a los enfermos y a los moribundos, resucitó a los muertos y salvó a los pecadores. La manera de vivir que él ejemplificó, difiere patentemente de lo común; pero ciertamente no era ascetismo. El ejemplificó tanto la inseparabilidad del hombre de Dios, como la misión que el cristiano tiene en el mundo de enseñar, sanar y salvar, es decir, vencer el mal e inspirar regeneración espiritual, incluso entre quienes se consideran de elevada moral.

La misión de Jesús en bien de la humanidad era lo principal en su vida. El puso esta misión por encima de su bienestar, seguridad y protección personal. Oraba mientras otros dormían. Sanaba a los sufrientes con ternura, y perdonaba a los arrepentidos mientras otros se ocupaban en establecer sus carreras y hacer fortunas. Valientemente reprendió a quienes interpretaron erróneamente y tergiversaron la Palabra de Dios, incurriendo en el desagrado de ellos y exponiéndose al riesgo de su represalia.

Jesús no meramente usó su misión divina, su mesiazgo, procediendo según el Cristo cuando le era conveniente. No estaba usando la naturaleza del Cristo a fin de lograr una meta personal al beneficiar a la humanidad. El era la encarnación misma del Cristo, y su identidad divina inefablemente expresaba la voluntad de Dios. Pero jamás afirmó que él hacía que Dios trabajara. El reflejaba la omniacción de Dios. El demostraba la ley de Dios, la cual siempre está en operación.

En su libro, Ciencia y Salud, la Sra. Eddy, quien descubrió y fundó la Ciencia o ley que Jesús enseñó y practicó — Ciencia Cristiana — escribe acerca de Jesús: “Sabía que la materia no tenía vida y que la Vida verdadera es Dios; por tanto era tan imposible separarle de su Vida espiritual como extinguir a Dios”. Y agrega: “Jesús no era egoísta. Su espiritual le separaba del sensualismo e hizo que el materialista egoísta le odiase; pero era esta espiritualidad lo que capacitaba a Jesús para sanar a los enfermos, echar fuera el mal y resucitar a los muertos”. Ciencia y Salud, pág. 51.

Los seguidores de Jesús tienen que desarrollar la espiritualidad que él tan naturalmente expresaba. La mayoría de la gente entra gradualmente en el discipulado. Los discípulos inmediatos de Jesús evidentemente sabían que se estaban apartando de la mundanalidad. En cierta ocasión en que Jesús comentó sobre cómo las riquezas podían evitar que la gente entrara en el reino de Dios, Pedro dijo: “He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido”. Mateo 19:27. Jesús amablemente le aseguró a Pedro que él sería recompensado cien veces más, y, además, con vida eterna.

El Apóstol Pablo, refiriéndose a la exigencia hecha a los cristianos de olvidar tal mundanalidad como la incredulidad, la injusticia, la infidelidad y la idolatría, dijo: “Salid de en medio de ellos, y apartaos”. 2 Cor. 6:17. Puesto que la realidad espiritual es que el hombre, nuestra verdadera identidad, es inseparable de Dios, Espíritu, es evidente que, en realidad, no podemos estar unidos con la materialidad. Nuestra responsabilidad moral es gobernar nuestra vida diaria obedeciendo los preceptos cristianos. Si bien estamos cada vez más en el mundo, representando la solución divina de las necesidades de la humanidad, debemos ser cada vez menos del mundo, hasta que no contribuyamos, de ninguna manera, a las dificultades que deseamos resolver mediante la Ciencia divina.

En cuanto a cómo hacer esto, tal vez seamos mejor dirigidos hallando nuestra manera más elevada para aceptar, día a día, las enseñanzas de Jesús. En sincera comunión con Dios, él dijo de sus seguidores: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”. Juan 17:15.

En una parábola, Jesús abordó el tema de la aparente coexistencia de la bondad y la maldad, de la espiritualidad y la materialidad. Habló figurativamente de un campo de trigo mezclado con la cizaña (mala hierba) el cual, él dijo, representaba a “los hijos del reino” y “los hijos del malo”. Ver Mateo 13:24–30, 36–43. Explicó cómo fueron separados por “los segadores... ángeles”. La Ciencia Cristiana llama a los ángeles pensamientos de Dios, y comentando sobre esta parábola, Ciencia y Salud dice: “La creencia mortal (el sentido material de la vida) y la Verdad inmortal (el sentido espiritual) son la cizaña y el trigo, que el progreso no une sino separa”. Ciencia y Salud, pág. 72.

A medida que desarrollamos el sentido espiritual mediante el estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana, nos damos cuenta de que obtenemos puntos de vista más claros de lo que significa progresar al seguir a Jesús. A medida que nos esforzamos por vencer el pecado en nosotros mismos, nuestro amor por Dios crece y nuestro sentimiento por la humanidad se amplía y profundiza. El reconocimiento de las oportunidades de sanar que tenemos a nuestro derredor aumenta a medida que progresamos en dedicar nuestra vida a la comprensión y demostración de la Ciencia Cristina. La práctica de la Ciencia Cristiana nos ayuda a vencer la creencia en el mal al mismo tiempo que nos sostiene en nuestra misión de ayudar a la humanidad a progresar hasta que todo sentido de mundanalidad sea vencido.

Nosotros también, tenemos una misión en bien de la humanidad. Cristo, la Verdad, nos enseña esta misión y nos sostiene para cumplirla. El Cristo nos capacita para demostrar que la vida y el ser separados de Dios son una imposibilidad. El Cristo nos despierta para que comprendamos que la vida y el ser inseparables de Dios son la eterna realidad divina.

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