Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Cómo dejar de tener pensamientos que no son nuestros

Del número de marzo de 1987 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Por qué algunos de los miembros de un equipo de deportes, al mismo tiempo, pierden la habilidad de ganar puntos? Porque están reaccionando a una atmósfera mental, casi como si fuera contagiosa.

¿Por qué con frecuencia compramos lo que la televisión nos dice que compremos, y terminamos pensando que simplemente tenemos que tener lo que otros tienen?

¿Por qué tendemos a condenar lo que otros condenan y aprobar lo que otros aprueban? En retrospectiva, es posible que nos preguntemos por qué pensamos de esa manera. Es una clase de servidumbre involuntaria.

El conocido autor cristiano, C. S. Lewis, habla sobre esto en su libro, Mere Christianity (Mero cristianismo). Dice: “Cuanto más desechamos lo que ahora llamamos ‘nosotros’, y dejamos que El [Dios] se haga cargo de nosotros, tanto más en verdad nos volvemos nosotros mismos... No es bueno tratar de ‘ser yo’ sin El. Cuanto más Lo resisto a El y trato de vivir por mi propia cuenta, tanto más me siento dominado por mi propia herencia, educación, medio ambiente y deseos naturales. De hecho, lo que tan orgullosamente llamo ‘Yo’, se vuelve el mero punto en donde convergen series de eventos a los que jamás di comienzo y que no puedo detener. Lo que llamo ‘Mis deseos’, se vuelve los meros deseos que mi organismo físico me arroja o los que vierten en mí los pensamientos de otras personas, o, incluso, los que me sugieren los demonios”. Mere Christianity (New York: Macmillan Publishing Co., Inc., 1960), pág. 189.

C. S. Lewis era anglicano, pero de hecho proporcionó una descripción de lo que la Ciencia Cristiana llamaría magnetismo animal. Este es la influencia mental que puede hacer que la gente reaccione, sin darse cuenta, al clima de pensamiento que la rodea. Luego, puede que actúe de acuerdo con una norma de opiniones humanas que no son su propio pensamiento. Un Científico Cristiano diría que el magnetismo animal es otro nombre para lo que San Pablo se refería cuando, en su carta a los cristianos en Roma, dijo: “Los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden”. Rom. 8:7.

Si nos damos cuenta de cuán difundido está este fenómeno, estamos más preparados para detectar las sugestiones mentales que tienden a circular con efecto contagioso. Entonces podemos comenzar a distinguirlas de la consciencia otorgada por Dios, que tan profundamente estamos aprendiendo a valorar. Y estamos en una mejor posición para obrar independientemente.

¿Cuáles son algunos de los ejemplos actuales de tales influencias en el pensamiento? Varios son obvios: la sugestión sobre la necesidad de tomar drogas; sobre la depresión y el suicidio; sobre la necesidad de tener que ser tan delgados que interrumpimos los hábitos normales de alimentación. Otros, puede que sean menos evidentes, como cuando nos expresamos airadamente y reaccionamos al tráfico de vehículos, o el “impulso” de comprar, o la atracción hacia la sensualidad y el materialismo.

¿Es realmente útil comprender que estos fenómenos son el efecto del “magnetismo animal” y no comunes reacciones individuales a las circunstancias? Sí, ayuda. Cuando vemos que el factor clave que necesita corregirse en un determinado problema no es la elección que haya hecho una persona, su situación o su carácter, sino que es una sugestión mental innecesariamente aceptada en el pensamiento, hemos dado un paso sumamente importante en dirección de la curación. El siguiente paso, y el más fundamental, es reconocer que la “servidumbre” a esa sugestión no es realmente necesaria; se le puede dar término mediante la oración y el tratamiento espiritual que admite a la verdad.

Como se practica en la Ciencia Cristiana, tal tratamiento nos despierta para que comprendamos la verdad de que Dios no está ausente y que no carece de poder. El está en todas partes. El es bueno, afectuoso y omnipotente. De ninguna manera El ha dejado de gobernar a Su creación. Y, en realidad, Ta individualidad consciente del hombre siempre continúa siendo la expresión, o imagen, constante de Dios.

Nuestra consciencia verdadera y espiritual otorgada por Dios, jamás ha sido influida por sugestiones magnéticas o mesméricas de ninguna fuente. Esta consciencia es la directa expresión de Dios, pura, excelente y en paz. No es posible que nada intervenga entre el hombre y su fuente divina. Lo único que puede ser influido es un concepto humano irreal de que hay mente en la materia, una mente supuestamente separada de Dios.

Al abandonar este falso punto de vista por la verdad espiritual, damos fin al efecto del magnetismo animal tan cierto como si desenchufáramos un cable eléctrico o chasqueáramos los dedos para deshacer el hechizo de un hipnotizador. Mary Baker Eddy, quien descubrió y fundó la Ciencia Cristiana, escribe: “En realidad, no hay mente mortal y, en consecuencia, no hay transmisión de pensamiento y fuerza de voluntad mortales. La vida y el ser son de Dios”. Ciencia y Salud, pág. 103.

A medida que, paso a paso, comprendemos estas verdades espirituales y las aceptamos profundamente en nuestras vidas, vamos poseyendo, en cierta medida, la “mente de Cristo”. 1 Cor. 2:16. Estamos aprendiendo, en cierto grado, acerca de la única Mente divina que capacitó a Cristo Jesús para sanar.

A medida que desarrollamos la agudeza espiritual, percibimos diferentes influencias mentales y, por medio de la oración, nos liberamos de ellas.

• Las sugestiones de apatía respecto a la iglesia — la falta de vitalidad o progreso, por ejemplo — no son parte de nuestro propio pensamiento. Estas son el efecto de “los designios de la carne [que] son enemistad contra Dios” y contra Sus designios. Pero cuando corregimos el efecto en su fuente al comprender la verdad de que hay una sola Mente, Dios, puede que a veces nos sorprendamos al ver cuán pronto las cosas se ven más brillantes. Comprendemos que podemos deshacernos de la tristeza y el embotamiento. Poseemos el gozo, la energía y nuevas ideas que le son naturales al hombre de Dios creado a Su imagen. Nos damos cuenta de lo que la iglesia realmente es, para nosotros y para nuestra comunidad. Y este proceso renovador no es necesariamente prolongado.

• Las sugestiones de que no hay suficientes curaciones no son nuestros propios pensamientos, sino la imposición de la mente carnal (y de aquellos que podrían ser su agente, dispuestos a afirmar específicamente que la oración, según se comprende en la Ciencia Cristiana, no es de utilidad o que hoy en día nadie realmente cree que Dios sana). La dificultad sigue siempre consistiendo en creer en una sugestión falsa; jamás es, realmente, una condición física o una circunstancia humana. ¡Cuán pronto pueden abrirse nuestros ojos a lo ineludible e irresistible que es el poder sanador de Dios! Entonces vemos que, en verdad, poseemos comprensión espiritual. Y sentimos nuevamente el conocido toque sanador del Cristo, la Verdad.

• Las sugestiones de conflictos divisivos o de dominación personal en la familia o en la iglesia, son también el efecto de la sugestión mesmérica. Cuando las vemos no como personas, sino como magnetismo animal, empiezan a perder su aparente poder. Tal dominación realmente jamás ha ocurrido. El hombre creado por Dios jamás ha sido hipnotizado, aun cuando la mente carnal mienta y diga que así ha ocurrido.

Nuestra creciente comprensión de los hechos espirituales nos muestra la presencia de Dios, donde, en términos bíblicos, nada entra que “hace abominación y mentira”. Apoc. 21:27. Y, de esta manera, comprendemos más al hombre creado por Dios, jamás influido por nada sino Dios, y sostenido en su individualidad incondicional.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / marzo de 1987

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.