Cuando era niño me encantaba salir a buscar cosas. Mis abuelos vivían en una casa que estaba sobre la ribera de la desembocadura de un río, que era un lugar perfecto para descubrir pequeños objetos. Durante el período de vacaciones de verano, que pasaba con mis abuelos, esperaba todos los días que la marea bajara, y, entonces, lleno de entusiasmo, bajaba desde el muelle de mi abuelo hasta el lecho del río, y empezaba la búsqueda.
Mi hermano y yo encontrábamos fósiles de caracoles y dientes de tiburones y, de vez en cuando, lo que considerábamos el más grande de todos los botines: “puntas de flechas” de pedernal (en verdad puntas arrojadizas) dejadas hace miles de años por los indios americanos. Recuerdo con qué admiración y alegría hice esos simples descubrimientos.
Hay otra clase de descubrimiento que satisface nuestros corazones como nada más lo puede hacer, porque trae una luz maravillosa, regeneración y curación. El descubrir la verdad espiritual es abrir nuestra perspectiva a un nuevo universo. Vislumbramos las maravillas de la realidad divina, y empezamos a ver que, en efecto, ésta es la única realidad, la manera en que las cosas realmente tienen que ser.
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