
Editoriales
Estamos hechos para amar, no para odiar o herir, ya sea a los demás o a nosotros mismos. Y estamos hechos para vivir en afectuosa relación con todos porque el Dios que nos hizo es el Amor mismo y el único poder verdadero. Esta es la única explicación para el continuo llamado del Cristo a que sus seguidores amaran a todos: conocido o extraño, familia o enemigo.
La Mente divina por sí sola causa, condiciona y establece a los suyos. El hombre es posesión de la Mente.
El poder de Dios es el que debemos tener. Es omnipotente, todo poder. A medida que el Cristo, la Verdad, nos eleva hacia el sentido espiritual de Dios como la única autoridad sobre nosotros, hallamos que la Verdad es el poder divino que demuestra la salud que Dios nos ha dado.
Seguir el ejemplo de Jesús es la forma más útil y sanadora de amar a nuestro prójimo.
El poder de Dios es el que debemos tener. Es omnipotente, todo poder. A medida que el Cristo, la Verdad, nos eleva hacia el sentido espiritual de Dios como la única autoridad sobre nosotros, hallamos que la Verdad es el poder divino que demuestra la salud que Dios nos ha dado.
No solo “un único Dios infinito, el bien, unifica a los hombres y a las naciones”, sino que Dios “pone fin”, “aniquila” y “anula” el mal. Y es algo que el “único Dios infinito, el bien”, mediante una iglesia cuyos miembros y amigos siguen al Cristo, puede hacer.
Es nuestro Padre-Madre Dios, nuestro divino Progenitor, quien pone orden en nuestro horario; da protección a nuestros hijos; y brinda calma, fortaleza y curación a cualquier desafío que podamos enfrentar.
La verdadera resiliencia se basa en el hecho espiritual de que Dios es nuestro Progenitor divino, quien nos ha otorgado gracia y favor a cada uno de nosotros.
Al comprender a Dios como Vida y Amor divinos, y a nosotros como Sus hijos amados, nos vemos a nosotros mismos y a los demás como la expresión completa de las cualidades divinas. Encontramos la fortaleza para exigir justicia, igualdad y libertad.
El odio parece tener raíces profundas en la historia humana; no obstante, el Amor divino que se refleja eternamente en el hombre lo destruye.