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EDITORIAL

Nuestra unidad con Dios

Del número de febrero de 2023 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 13 de junio de 2022 como original para la Web.


¿Cuál es mi verdadera relación con Dios? Esta es una pregunta crucial para responder si queremos comprender quiénes somos realmente. Cristo Jesús, el gran Maestro, responde a esa pregunta de una manera simple pero sorprendente. Siendo un modelo del enfoque que espera que tomen sus alumnos, declara: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30).

Jesús no está diciendo que él es Dios, ya que unos momentos después explica que él es el Hijo de Dios (véase Juan 10:36). Sin embargo, al decir “Yo y el Padre uno somos”, nos invita a profundizar más al responder a la pregunta inicial de este artículo, que es crucial para nuestra capacidad de sanar: “¿Cuál es mi verdadera relación con Dios?”

La Biblia nos da la respuesta de innumerables y eficaces maneras. El primer capítulo de la Biblia explica que todos estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, es decir, totalmente divinos (véase Génesis 1:26, 27). En la víspera de su crucifixión, Jesús ora por sus seguidores: “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” (Juan 17:21). Y San Pablo, en un debate teológico con algunos atenienses, describe nuestra relación con Dios de esta manera: “En Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17:28, LBLA).

Mary Baker Eddy comenta sobre este concepto único de la unidad que transmitió Jesús. Su obra seminal, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, explica: “Jesús de Nazaret enseñó y demostró la unidad del hombre con el Padre, y por esto le debemos homenaje sin fin” (pág. 18). En el discurso normal, cuando hablamos del creador y la creación, pensamos en dos entidades separadas. Pero para Jesús, “Yo [la creación] y el Padre [el creador] somos uno”. Esta afirmación muestra la distinción, pero también la unidad de todo lo que realmente existe.

Puede ser muy reconfortante descubrir una explicación de Eddy de que no debemos esperar que ningún lenguaje humano sea capaz de describir por completo las realidades espirituales básicas. Ella señala que para comprender tales fenómenos, tenemos un sentido espiritual por el cual podemos captar el significado de la Ciencia divina.

No obstante, tenemos algunas herramientas lingüísticas poderosas —metáforas, símiles, parábolas e imágenes de palabras— que pueden ayudar a aclarar nuestra comprensión de nuestra relación con Dios.

En cientos de pasajes de la Biblia, Dios es identificado como la fuente continua e inmediata del hombre, de la cual nunca puede haber ninguna separación. Por ejemplo, el salmista reconoce: “Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra” (Salmos 139:9, 10).

Eddy, en cuyos escritos esta relación es un tema fundamental, utiliza una serie de símiles y metáforas para permitirnos comprenderla más plenamente. La metáfora que desarrolla más a fondo es la del reflejo, ¡y qué metáfora más poderosa! A través de ella podemos apreciar que nosotros mismos dependemos totalmente de Dios, sin tener la más mínima independencia de músculo, pensamiento o forma. Profundizando aún más, como se entiende a través de esta metáfora, podemos ver que cada uno de nosotros tiene todas las cualidades de Dios por reflejo. Como reflejo del Amor divino, podemos amar tan inclusivamente como Dios ama. Por ser el reflejo de la Mente divina, podemos comprender tan profundamente como Dios comprende. Y como imagen de Dios, podemos sanar completa e instantáneamente porque así es como Dios sana. 

Uno de los medios más poderosos que usa Eddy para ilustrar esta unidad espiritual con Dios se ve donde ella rompe una regla básica del idioma inglés, declarando: “El Principio y su idea es uno...”. (Ciencia y Salud, pág. 465). Dios y el hombre es uno. El sujeto, que gramaticalmente parece ser plural, es realmente singular.

Jesús capacitó a sus seguidores no sólo para sentir espiritualmente su unidad con Dios, sino también para llegar a estar conscientes de su resultante y total perfección a semejanza de Dios (véase Mateo 5:48).

Y esperaba que usaran su sentido espiritual para comprender la unidad misma de su Maestro con su fuente. Esta fue la base de su desgarradora decepción cuando Felipe no lo reconoció. “Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí” (Juan 14:9-11).

A lo largo de los siglos, los escritores han tratado de describir la naturaleza de esta unidad que todos tenemos con Dios. El poeta Tennyson escribió: “Más cerca está Él que respirar, y más cerca que las manos y los pies”.

Uno podría agregar que Dios está tan cerca como la humedad está del agua, o el calor del fuego o la belleza de una obra maestra. Estas diversas analogías nos ayudan a obtener cierta apreciación por una definición notable que se encuentra en el Glosario de Ciencia y Salud de Yo, o Ego: “El Principio Divino; el Espíritu; el Alma; la Mente incorpórea, infalible, inmortal y eterna.

“No hay sino un único Yo, o Nosotros, un único Principio divino, o Mente, que gobierna toda existencia; … Todos los objetos de la creación de Dios reflejan una Mente única, y todo lo que no refleje esta Mente única es falso y erróneo, incluso la creencia de que la vida, la sustancia y la inteligencia son mentales y materiales a la vez” (pág. 588).

No existe tal cosa como un yo o ego separado de Dios. Este fue un hecho espiritual radical que tuve que aprender como estudiante de posgrado convencido de que mi examen de calificación del doctorado sería brillante, no obstante, fracasé.

Afortunadamente, tuve una segunda oportunidad. Pero tenía la gran necesidad de cambiar mi forma de pensar. Luché con la pregunta: “¿Quién es el ‘yo’ que vuelve a dar el examen?” Lógicamente, si Dios es “el gran Yo soy” (Ciencia y Salud, pág. 587), entonces no tenemos una existencia separada; ciertamente no hay una mente o un mecanismo para pensar separado.

Pero ¿cómo te deshaces de la conciencia de todo ese estudio y preparación para un examen de ocho horas? Descubrí que solo había una manera: al orar, comenzar con Dios. Libérate de ese “yo” egocéntrico. Comienza teniendo una consciencia tan clara de Dios como el único conocedor, pensador, escritor y orador que no haya espacio para ningún otro ego o actor. Orando de esta manera, llegué a apreciar que no existe Dios más el hombre, sino más bien Dios y la expresión de Dios, el hombre. Vislumbré que hay infinitas expresiones de esta inteligencia divina creativa única, incluyéndome a mí. No hay un ego separado. Dios, la Mente divina, es realmente Todo.

Desde esta nueva perspectiva, el estudio preparatorio fue una alegría. No había responsabilidad personal, sólo una apreciación cada vez más profunda de la originalidad constante y activa de la inteligencia divina, Dios. El resultado fue una completa inversión del fracaso anterior: la calificación más alta posible, y en la parte oral del examen, la sensación no de un examen, sino de un robusto debate colegiado. 

Vivimos en un mundo en el que el logro personal se busca y adora con veneración como un dios; un mundo en el que la existencia separada de Dios se considera un hecho. Pero las enseñanzas de Jesús nos apuntan en la dirección opuesta, en la que intercambiamos el “yo” separado por la unidad con “el gran Yo soy”.

Una última reflexión: Yo solía considerar la descripción de Eddy de Dios como la “Mente” omnipotente, y el hombre como “idea”, como una metáfora perspicaz que ilustra la unidad del hombre con Dios. Hoy he llegado a apreciarla menos como metáfora y más como una descripción maravillosamente evocadora y precisa de la verdadera naturaleza de nuestra relación con Dios. La Mente divina única conoce y concibe sus ideas como sus propias creaciones interrelacionadas. Pero sería absurdo imaginar que una idea pudiera tener un pensamiento propio, quizá decidiendo abandonar la mente que la concibió.

Por lo tanto, todos nosotros como ideas individuales de la Mente divina, Dios, seguimos siendo conocidos, desarrollados por esa Mente. Totalmente en armonía con ella siempre.

John Tyler
Escritor de Editorial invitado

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