Se trataba de un compositor que se había declarado en quiebra; un hombre profundamente deprimido y ridiculizado como un “idiota alemán”. No obstante, un día, un amigo lo visitó y le preguntó si le gustaría escribir música para acompañar los versículos de la Biblia que habían sido compilados en un libreto. Más tarde, otra persona le preguntó si compondría música para una actuación benéfica. Inspirado por las palabras de las Escrituras que se usaban como texto, junto con una solicitud para que la interpretara, este compositor, George Frideric Handel, comenzó a escribir la música. Escribió y escribió, y en 24 días había escrito las 260 páginas de lo que se llamó El Mesías.
Cuando este oratorio se tocó por primera vez, hubo cierta controversia, pero fue bastante bien recibido. Y algunos han dicho que cuando más tarde se interpretó en Londres, el rey Jorge II asistió y terminó levantándose durante las primeras notas del coro “Aleluya”. Esto ha sido una tradición desde entonces.
Durante siglos, actuación tras actuación, cuando se canta esta pieza musical eterna continúa tocando el corazón. No sólo porque está bellamente escrita, sino por el significado de las palabras y la reverencia por Dios y Su Hijo.
A medida que se acerca esta temporada navideña, quizá parezca que estamos inundados de listas de regalos, menús para cocinar y decoraciones. Pero recordemos estas palabras de las Escrituras, adaptadas en el oratorio de Handel: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (véase Apocalipsis 11:15).
En lugar de dejar que la observancia de la Navidad sea absorbida por una infinidad de tareas y gastos, podemos, en cambio, reconocer conscientemente el aleluya (que significa canción de alabanza a Dios) que abarca todas y cada una de las celebraciones navideñas.
Estas palabras de un artículo del periódico New York World escrito por Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana y Fundadora de esta revista, dicen mucho: “La Navidad respeta demasiado al Cristo para sumergirse en medios y fines meramente temporarios” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 259).
¿Cuánto respetaremos al Cristo esta temporada navideña? ¿Mantendremos al Cristo —la Verdad sanadora que Jesús demostró y enseñó— en primer lugar en nuestro pensamiento estas fiestas, y luego, no solo en diciembre, sino durante todo el año? ¿Oraremos por nosotros mismos y por los demás? ¿Conformaremos nuestras vidas al cristianismo que Jesús vivió? ¿Reflejaremos de tal manera lo que Jesús enseñó, que otros se darán cuenta y sentirán la presencia de Dios y Su Cristo?
En el mismo artículo de la Sra. Eddy, ella afirma: “La base de la Navidad es el amor que ama a sus enemigos, que devuelve bien por mal, el amor que ‘es sufrido, es benigno’. El verdadero espíritu de la Navidad eleva la medicina hasta la Mente; echa fuera males, sana al enfermo, despierta las facultades dormidas, atrae a todas las condiciones y responde a cada necesidad del hombre” (Miscelánea, pág. 260). Estos son los verdaderos obsequios que podemos dar que reemplazarán el estrés y la presión con alegría, progreso espiritual y logros; y, reemplazará la soledad y el temor con corazones llenos de paz y amor. En otras palabras, el regalo más grandioso que podemos dar es la curación.
El Cristo está siempre presente, no sólo durante cierta temporada; es la verdadera idea de Dios. Bellamente vivido en la vida de Cristo Jesús, el Cristo es el poder por el cual él sanó el pecado y la enfermedad. Su reconfortante presencia todavía está aquí, enseñándonos que la verdadera identidad de cada uno de nosotros es el hijo de Dios. Este discernimiento espiritual reconoce que el hombre y la mujer de la creación de Dios no son manifestaciones que exhiben enfermedad, pecado y muerte, sino la imagen del Espíritu, espiritual y perfecta. Jesús enseñó: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). Es esta comprensión a semejanza del Cristo la que debemos atesorar en la temporada navideña, y durante todo el año.
Un año, unas semanas antes de Navidad, estuve muy enfermo. No podía comer, dormir ni hacer casi nada, y tenía frío continuamente. Había estado leyendo el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por la Sra. Eddy, de principio a fin en los meses previos a este tiempo, y ahora estaba leyendo el capítulo titulado “Glosario”. Dentro del mismo, leí la definición espiritual de Cristo: “La divina manifestación de Dios, que viene a la carne para destruir el error encarnado” (pág. 583).
Recurrí a Dios, orando para que la divina voluntad de la salud se estableciera en mí. Esto no era cuestión de palabras; mi oración Le estaba pidiendo a Dios que me ayudara a abandonar el sentimiento de tristeza y de que era víctima de la enfermedad, y cambiara mi forma de pensar: el anhelo de comprender más profundamente mi verdadera individualidad como hijo espiritual de Dios. Sentí que mi pensamiento se elevaba y me embargaba el consuelo divino. Y experimenté el poder redentor del Cristo, la Verdad. Estaba bien.
Días más tarde, recibí la llamada de un director de música que estaba reuniendo a un grupo de personas para tocar para los estudiantes de nuestra universidad local, y traer un poco de alegría navideña al campus universitario después de que los estudiantes terminaran los finales. Estaba agradecido de que me invitaran y más agradecido de estar sano y poder tocar bien. Una de las piezas que interpretamos fue el coro “¡Aleluya!”. Fue una experiencia sagrada.
Un artículo de Escritos Misceláneos 1883-1896 de la Sra. Eddy dice: “En distintas épocas la idea divina toma diferentes formas, según las necesidades de la humanidad. En esta época toma, más inteligentemente que nunca, la forma de la curación cristiana” (pág. 370). Eso es lo que experimenté aquella Navidad hace años, y aprecio cada temporada navideña: saber que el Cristo —el poder salvador de Dios— está con todos nosotros ahora y siempre, y es capaz de sanar cualquier situación, ya sea enfermedad física, depresión, provisión inadecuada o cualquier otra cosa.
Tengan una feliz Navidad; una llena del amor de Dios que redime, restaura y sana. ¡Aleluya!
Thomas Mitchinson
Escritor de Editorial Invitado