Juan, cuya revelación está registrada en el último libro de la Biblia, vivió en una época que, como la nuestra, tenía una plétora de problemas. No obstante, él vio una promesa de armonía basada en el reconocimiento de Dios, el bien, como la causa de todo lo que realmente es. Vivió lo que Cristo Jesús llamó “el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6, NTV). ¿No indica esto que, mediante una forma más espiritual de pensar y vivir, esta promesa está disponible para todos ahora mismo?
Innumerables ejemplos en la Biblia muestran que no hay circunstancia humana que el amor y el poder infinitos de Dios no puedan corregir y sanar. Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, explica: “Es nuestra ignorancia de Dios, el Principio divino, lo que produce la aparente discordancia, y el entendimiento correcto de Él restaura la armonía” (pág. 390).
Una sucesión aparentemente interminable de calamidades recientes, entre ellas una pandemia, inundaciones, incendios, sequías y agitación política, ha hecho que muchos sean presa del miedo y la desesperación. Detrás de esas emociones hay dos teorías: que la creación es defectuosa e incluye el mal, y que los eventos malvados pueden golpear a cualquiera, en cualquier momento y en cualquier lugar. Uno incluso puede ser persuadido de que el mal es superior al bien.
No obstante, la Biblia presenta una perspectiva totalmente diferente. La revelación de Juan en particular ofrece una visión espiritual de la armonía allí donde los sentidos físicos informan del sufrimiento: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, … Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:1, 3, 4).
La Ciencia Cristiana enseña —y miles de testimonios documentados en esta revista y sus publicaciones hermanas durante ciento cuarenta años lo demuestran— que al comprender a Dios, podemos experimentar la liberación que tuvieron los personajes bíblicos. Como el apóstol Pablo, podemos estar totalmente seguros de que nada puede separarnos del amor de Dios (véase Romanos 8:38, 39).
A medida que sentimos progresivamente que no podemos estar separados de Dios, el bien, comenzamos a tomar conciencia de una reorientación en el pensamiento. Lo que aparece como un universo material gobernado por leyes materiales se comprende mejor como el “cielo nuevo” y la “tierra nueva” gobernados por la ley divina. Este es el cielo y la tierra verdaderos de la creación de Dios.
Nosotros también podemos experimentar lo que vio Juan. Al explicar que el sentido corporal del cielo y la tierra del apóstol había dado paso a un sentido espiritual, la Sra. Eddy escribe: “Esta es la autoridad de las Escrituras para concluir que tal reconocimiento del ser es, y ha sido, posible a los hombres en este estado actual de existencia, que podemos tornarnos conscientes, aquí y ahora, de una cesación de la muerte, del pesar y del dolor” (Ciencia y Salud, pág. 573).
Esto nos anima a mirar más allá de las explicaciones y predicciones materiales y confiar en la comprensión espiritual del universo de Dios y su eterna perfección espiritual. Nos asegura que podemos esperar el bien, no el mal, y verlo expresado en nuestras vidas individuales, en nuestras comunidades y países, y en el mundo.
Dios, el Espíritu, opera a través de leyes divinas para gobernar Su universo perfecto; y no interviene en lo que parece ser un universo material, sino que sostiene la realidad espiritual. Por lo tanto, no oramos para arreglar una creación imperfecta, sino para ver la perfección presente de la creación de Dios. Al confiar en estas leyes divinas, podemos superar lo que parecen ser las leyes materiales de la inarmonía y sus efectos. Esta confianza, basada en la comprensión espiritual, nunca ignora las condiciones humanas, más bien hace que experimentemos el cielo y la tierra verdaderos, la salud y la bondad que Dios nos ha dado, en un grado cada vez mayor en nuestras vidas.
En una ocasión, sufrí de un agudo dolor de espalda. El diagnóstico parecía sombrío. Sin embargo, había tenido muchas curaciones solo a través de la oración, así que continué orando con una comprensión y confianza en Dios como el bien omnipresente y todopoderoso.
Un día, estaba estudiando el relato bíblico de Sadrac, Mesac y Abednego, quienes habían sido amenazados de muerte por fuego si no se inclinaban ante el ídolo del rey de Babilonia (véase Daniel, cap. 3). De repente, me impresionó su fe. Confiaron enteramente en Dios y en Sus leyes, sin tener en cuenta las consecuencias. Le dijeron al rey: “No serviremos a tus dioses”. Y aunque los arrojaron al fuego, este no les hizo daño.
Me di cuenta de que yo también podía confiar en Dios por completo y no inclinarme ante los ídolos del miedo y la creencia en las leyes materiales. En una semana, mi espalda estaba completa y permanentemente restaurada a su estado normal.
Debido a que la ley divina es suprema, invariable y armoniosa, cada uno de nosotros, al seguir lo que Cristo Jesús enseñó y demostró, puede enfrentar el mal con confianza y sin temor y demostrar que el cielo verdadero y la tierra verdadera son completamente buenos, allí mismo donde estamos. Como dijo Jesús: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
Warren Berckmann
Escritor de Editorial Invitado