Al atardecer de un hermoso día, un Científico Cristiano y su esposa viajaban por avión a través de un desierto. Desde tan elevada altura, los objetos sobre la tierra se hacían casí indistinguibles, pero de vez en cuando por entre la creciente obscuridad podía divisarse algún detalle del paisaje. De repente la esposa le llamó la atención a su marido para que mirara hacia el horizonte y contemplara un hermoso logo azul que reposaba al pie de una montaña color de rosa. El contraste de colores era magnífico; se parecía a un paisaje bellísimo montado en un cuadro sombrío. Durante varios instantes ambos contemplaron el espectáculo con intenso placer; pero de improviso con los cambios radiantes del sol poniente, el lago y la montaña desaparecieron — nada quedaba salvo un triste desierto envuelto en sombras.
Este espejismo, porque así lo era, cautivó por breves instantes la imaginación de los que la contemplaban, pero nada tenía de real o de permanente. Insinuaba una montaña color de rosa que se remontaba por encima de un lago azul, ¡pero este paisaje de lago y montaña no era más que un mito! Carecía en absoluto de substancia, estabilidad y permanencia. Si los viajeros hubieran tratado de descender a tierra para andar por las orillas del lago o subir la montaña, no hubieran encontrado más que un desierto de arena. El desengaño y la desilusión habrían reemplazado el placer que anticipaban.
En el libro de texto de la Christian Science, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 300), Mrs. Eddy escribe: “El espejismo, que hace que árboles y ciudades parezcan estar donde no están, ilustra la ilusión del hombre material, que no puede ser la imagen de Dios.”
El punto importante que cada cual tiene que decidir es si su concepto del hombre es el real y espiritual, o si es de lo contrario material y mítico. ¿Vemos a nuestro amigo tal como realmente es, es decir, como la imagen y semejanza de Dios, o sólo tal como parece ser? El concepto material de la amistad o del compañerismo, al igual que el espejismo del desierto, varía con los cambios en los puntos de vista de los mortales. Pensamientos contradictorios hacen vibrar las cuerdas de la mente mortal. La simpatía o la apatía, la confianza o la desconfianza, la armonía o la discordancia se suceden en un inacabable calidoscopio para aquellos cuyos afectos son personales y materiales. Pero las contradicciones desaparecen cuando el pensamiento y la acción se mantienen de acuerdo con el Cristo, y cuando la norma espiritual — Dios perfecto y hombre perfecto — gobierna las relaciones humanas.
Una de las características más notables de Cristo Jesús era la espiritualidad de sus afectos. El reprendió el sentido personal de María cuando sintió su toque material (Juan, 20:17), pero nótese el contraste de su reproche gentil con el goce espiritual que expresó al encontrarse con las dos Marías por el camino de Jerusalem. Cuán triunfalmente les saludó, diciendo: “¡Dios os guarde!” (Mateo, 28:9.)
Mrs. Eddy apreciaba mucho el afecto de sus amigos. Como seguidora del Maestro, ella también reprochaba el toque material de aquellos que se mostraban acaparadores y egoístas en sus afectos. Ella bien conocía los peligros del sentido personal y nos advirtió acerca de ellos en sus escritos. Pero las pretensiones de este falso sentido personal nunca la indujeron a renunciar a sus amistades, ni a aislarse espiritualmente de las personas que amaba. La espiritualización de su pensamiento le procuraba amistades leales y constantes y le unía no solamente a los que la rodeaban, sino a un creciente número de agradecidos estudiantes y seguidores que habían sido sanados y regenerados por las ministraciones de la Christian Science.
En el compañerismo espiritual escalamos las alturas de la santidad; confiados, andamos junto a las aguas de reposo de la Verdad; recogemos los frutos del árbol de la Vida; gozamos de la atmósfera genial del Alma y del calor y la luz del Amor. Vislumbrar la existencia espiritual es vislumbrar la verdadera amistad. La amistad espiritual no se halla en las regiones áridas del sentido material ni en los desiertos de las creencias humanas. La personalidad material no la revela. La amistad verdadera está incluída en el Todo eterno; es inherente a la realidad primordial. Pertenece a la herencia que ha recibido el hombre según la ley divina y que le es dada pero jamás quitada; es una unión espiritual que no se puede quebrar, una idea espiritual y universal que siempre es hallada por quienes buscan un conocimiento más íntimo de Dios. Pero si se desatiende el sentido espiritual y se accede a los caprichos del sentido material, los motivos y acciones personales se apoderarán de los afectos, y el verdadero compañerismo se perderá en una mescolanza de creencias humanas.
La amistad espiritual jamás es egoísta ni exigente. La felicidad verdadera trae aparejado el deseo de ser más benévolo y de compartir con todos las bendiciones que se encuentran en el Espíritu. En “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 57), Mrs. Eddy escribe: “La felicidad es espiritual, nacida de la Verdad y el Amor. No es egoísta; por lo tanto no puede existir sola, sino que requiere que toda la humanidad la comparta.” Esta meta la pueden alcanzar todos los que buscan el significado espiritual del compañerismo, porque no hay gozo que sobrepuje los goces del Espíritu. Los años no cuentan cuando se trata de los verdaderos amigos que se despiden para luego volverse a ver. El camino puede ser largo, el viento frío y la pendiente empinada, pero estas vicisitudes no producen cambio alguno. Durante toda nuestra carrera humana no encontraremos una amistad más permanente que la que se base sobre los valores espirituales revelados en la Biblia y en el libro de texto de la Christian Science — ellos mismos compañeros que ilustran el valor inestimable de la amistad espiritual.
