Al atardecer de un hermoso día, un Científico Cristiano y su esposa viajaban por avión a través de un desierto. Desde tan elevada altura, los objetos sobre la tierra se hacían casí indistinguibles, pero de vez en cuando por entre la creciente obscuridad podía divisarse algún detalle del paisaje. De repente la esposa le llamó la atención a su marido para que mirara hacia el horizonte y contemplara un hermoso logo azul que reposaba al pie de una montaña color de rosa. El contraste de colores era magnífico; se parecía a un paisaje bellísimo montado en un cuadro sombrío. Durante varios instantes ambos contemplaron el espectáculo con intenso placer; pero de improviso con los cambios radiantes del sol poniente, el lago y la montaña desaparecieron — nada quedaba salvo un triste desierto envuelto en sombras.
Este espejismo, porque así lo era, cautivó por breves instantes la imaginación de los que la contemplaban, pero nada tenía de real o de permanente. Insinuaba una montaña color de rosa que se remontaba por encima de un lago azul, ¡pero este paisaje de lago y montaña no era más que un mito! Carecía en absoluto de substancia, estabilidad y permanencia. Si los viajeros hubieran tratado de descender a tierra para andar por las orillas del lago o subir la montaña, no hubieran encontrado más que un desierto de arena. El desengaño y la desilusión habrían reemplazado el placer que anticipaban.
En el libro de texto de la Christian Science, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 300), Mrs. Eddy escribe: “El espejismo, que hace que árboles y ciudades parezcan estar donde no están, ilustra la ilusión del hombre material, que no puede ser la imagen de Dios.”
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